EL CLIMA

viernes, 6 de julio de 2018

VIERNES 6 JULIO


Haber llegado a un nuevo viernes, no es poca cosa, adelante que hay ruta 

EL EDITOR 



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Al principio, los objetos pesados debían arrastrarse en trineos, impulsándolos por la fuerza bruta. Incluso cuando se utilizaron animales más fuertes que el hombre (los bueyes, por ejemplo), la marcha era lenta.

El avance podía facilitarse colocando bajo los trineos toscos rodillos consistentes en troncos de madera. Estos rodaban en lugar de arrastrarse, y limitaban en medida considerable la fricción. Ello significaba menos trabajo, pero en realidad podía llevar más tiempo, pues los rodillos tenían que retirarse de la parte posterior y colocarse de nuevo en la anterior. Lo que se precisaba era, pues, un eje y unas ruedas. No sabemos en qué circunstancias se le ocurrió a alguien fijar rodillos en la trasera y en la delantera del trineo, de tal manera que giraran en el interior de las tiras en las que se sostenían, y se mantuvieran en todo momento fijados al trineo. En el extremo de cada rodillo se colocaron luego sendas ruedas macizas de madera que levantaban del suelo el trineo, y esas ruedas podían girar libremente.

Un carro se traslada con más rapidez y con mucho menos esfuerzo que un trineo, aunque éste se disponga sobre rodillos, con lo que ese vehículo supuso una revolución en el transporte terrestre. Ante todo, facilitó el comercio. Los carros aparecieron en Sumeria hacía 3500 A.N.E. Las primeras carretas eran pesadas y macizas: las ruedas, que no tenían rayos, eran planchas redondas de madera, protegidas con cuero.

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Los árabes, pioneros en la utilización del cuero como elemento decorativo, desarrollaron durante la época de esplendor del Califato una Industria, que a través de judíos y moriscos, sobrevivió a la reconquista, dejándonos una gran herencia. Estos oficios se organizaron en guetos, en la mayoría de los casos en zonas próximas a ríos o corrientes de agua, pues resulta imprescindible para los primeros procesos del tratamiento de las pieles. La Industria de la piel fue alcanzando tanta importancia que se hizo imprescindible importar pieles, siendo importante en este caso el puerto de Sevilla por su situación.

          El comercio de la piel no quedo limitado de forma local sino que adquirió un carácter internacional, a través de la exportación del cordobán a los principales mercados europeos de la época: Francia, Países Bajos y Alemania.

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Cuando en la Edad Media un hombre padecía lepra, la sociedad le situaba al margen de todo y tenía que cambiar su vida para no contactar con cualquier hombre “sano”, o lo que es lo mismo, era condenado a la soledad de los caminos.

El enfermo debía abandonar el lugar donde vivía y comenzar a vagar por el campo, en soledad. Tenía prohibido acercarse a cualquier grupo de personas. Antes de hacerle abandonar la villa o el castillo, se le entregaba un ajuar compuesto por una capucha gris, que guardaba de la vista del resto sus horribles heridas, unas botas de piel, un bastón, unas sábana para poder dormir sin tocar nada, una taza, un cuchillo y un plato para que nunca compartiera estos enseres con otros y, por último, unas castañuelas o una campanilla para ir avisando de su presencia al hacerla sonar y evitar así el contacto.

Los enfermos de lepra tenían prohibido acercarse a los molinos, mercados y tabernas. No podían tocar cuerdas o postes en los puentes y no podían beber, tocar o bañarse en los arroyos o ríos.


Después de este tiempo de vagabundeo por los caminos, condenado al ostracismo, mientras la enfermada avanzaba, el leproso acababa siendo internado en un hospital propio para este tipo de enfermos, donde pasaba el tiempo hasta su muerte.

Escuela de vagabundos


Escuela de vagabundos está basada en un argumento de J. Jevne y es una versión de la película Merrily We Live (1938), todo un clásico del screwball. Otra versión mexicana de la misma historia es El criado malcriado (1969), protagonizada por Mauricio Garcés y Rosa María Vázquez.

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Posiblemente en más de una ocasión habréis visto a un pájaro bajar hasta algún río, estanque, mar, piscina, etc… y tras beber o remojarse volver a retomar el vuelo sin problema alguno. Lo lógico sería que al haberse mojado sus plumas les costase ponerse a volar de nuevo, pero sin embargo lo hacen exactamente igual a unos instantes antes, justo cuando estaban totalmente secas.

Esto es posible gracias a la glándula uropigial que la mayoría de las aves poseen y que está situada muy cerca de la base de la cola. Esta glándula segrega un aceite con el que se acicalan y que les permite impermeabilizar sus plumas, por lo que al entrar en contacto con el agua esta es repelida y resbala, no llegando a empaparlas. Esto es lo que hace que puedan volar sin problema alguno tras introducirse o permanecer en el agua.


Evidentemente, muchas de las aves acuáticas tienen la glándula uropigial mucho más desarrollada que las que apenas se acercan al agua

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