LEYENDA DE LA CALIZA
En Yucatán, en un lugar llamado Sacalum, los habitantes tenían la costumbre de comer una piedra caliza a la que llamaban sak luum (tierra blanca), de donde se deriva el nombre del poblado; asimismo creían que si un visitante que les haya agradado, lo comía y tomaba el agua del cenote en donde se encontraba la caverna o sahcabera de donde era extraído, esa persona seguro que regresaría. Desde que el hombre se hizo sedentario comenzó a utilizar estas rocas para construir sus casas, a medida que ha transcurrido el tiempo y hasta nuestros días es utilizada para tal fin, siendo de gran importancia en este ramo de la construcción.
Silbán, el Gigante enamorado.
En los agrestes valles cercanos a Tella, dicen que habitar solía un ser descomunal, Gigante ágil en demasía, de luengos cabellos enmarañadas barbas, con pieles de macho cabrío el cuerpo cubierto. Y tenía su morada, visible aún en nuestros días, que llaman Espluca de lo Silbán, en una cueva horadada en lo más alto de una pared vertical de roca caliza, y jamás pie humano vivo pisar pudo en su interior, salvo los pequeños pies de una belleza zagala, y el amor hacia ésta convirtióse en funesto fin para el Gigante. Contóme la historia un legareño, oriundo de aqueste antiguo Reyno del Sobrarbe, cuando en mis otrota habituales andanzas topeme con la Fuesa de lo Silbán, y preguntele la causa de tales extremas dimensiones para tamaño lecho mortuorio en roca tallado. Esta historia contóme, y tal como El Caminante oyérala, así la cuenta: El Gigante Silbán era famoso en la comarca por sus constantes robos de vertical de roca caliza. Tan sólo su agilidad, y sus enormes piernas, le permitían subir rápidamente utilizando unas estacas de madera clavadas a modo de escalas, pero tan separadas unas de otras que no servían para las personas de tamaño normal. Las que desde abajo parecían estacas, no eran otra cosa que auténticos y enteros troncos de enebro, algunos arrancados con raíz y todo. Silbán era aún más odiado por otra razón además de los robos: raptaba doncellas, y nunca más se sabía de las desafortunadas. Hasta que en una ocasión, el azar o el destino hizo que se encariñara con Marieta la Pastora, una de las secuestradas. Esta fue la causa que salvó a la muchacha del ígnoto fin al que el monstruo sometió a todas las que la precedieron. Superados los primeros momentos de desesperación y los segundos de profunda tristeza, que pasó Marieta a la entrada de la gruta, mirando el precipicio de roca caliza a sus pies, calibrando incluso la distancia que la separaba de la libertad, si conseguía descolgarse de uno a otro peldaño orbóreo, o de la muerte, si no era capaz, la sagaz aldeana preparó su plan. Contaría para ello con lo único que tenía en aquel momento: encantos y paciencia, las dos virtudes y armas de mujer. Comenzó a engatusar al Gigante, que disfrutaba en la boca de la cueva, a la solana, mientras ella le peinaba los larguísimos cabellos otrora enmarañados por la vida silvestre. Tanto se confío Silbán que, cuando dormía una mañana en su regazo, no se enteró de que Marieta se había apartado, dejando la cabeza del gigante apoyada encima de su delantal y éste en la roca donde había estado sentada. Bajo el mandil, la pastora había acumulado una buena cantidad de lana, y el Gigante siguió dormido en la mullida almohada. De la misma lana de las ovejas robadas por el Gigante, Marieta había entrelazado hebras hasta conseguir una larga soga, por la que pudo descolgarse de la cueva, raspándose por las rocas calizas salientes para correr después sin detenerse hasta su pueblo, Salinas de Sin, aunque a sus espaldas escuchaba la voz de Silván, con tonos tristes y desengañados más que airados, que la llamaba: "¿Mareita, Marieta, torna a oscar la mandileta!". Después de eso, Silbán quedó hundido, abatido, roto, como cualquier caballero humano desamorado. Cuentan que durante mucho tiempo se oyó en la noche un lamento rimado en la antigua lengua, que el viento arrastraba hasta los hogares de Tella, de Salinas , de L'Anfortunada...Pasados algunos días, celebrado el regreso de Marieta con dances y matacía, los ancianos y los mayorales de las aldeas decidieron reunirse. Era necesario librarse del Gigante Silbán. Si una cría había logrado engañarle, era posible la empresa que hasta ahora solo habían imaginado. Tras muchas horas de discusión en torno a la hoguera, llegaron a prevalecer dos posturas, La que defendía Galíndez, apoyada por los más jóvenes, consistía en llegarse hasta el pie de la cueva y prender una inmensa hoguera que carbonizara los troncos, para dificultar al gigante su descenso y acribillarle en ese momento con hondas y tirachinas. El mayoral Fertús el viejo, sin embargo, el más anciano de todo el valle, era de la opinión de que si la sagacidad había vencido una vez, sólo en ella había de pensarse para una segunda y definitiva victoria. Apenas fue apoyada esta su postura, entre otras cosas por la fama de brujo que habíanle dado al viejo en los últimos tiempos. Ese mismo amanecer, regados los garganchones con abundante vino, los más jóvenes, armados de gayatas, hondas y tirachinas, se aproximaron a la cueva de Lo Silbán. Sólo tres osaron llegarse hasta la misma base de la cueva, y apunto de encender el chisquero, oyeron despavoridos un ruido como de tormenta: descomunales pedruscos rodaban pared abajo, arrojados por el Gigante que rugía fuera de sí. Huyeron todos los valientes. Y dejaron hacer a lo del viejo. Conocedor de cuantas virtudes encierran yerbas y yerbajos, frutos y flores, preparó un ungüento macerando en noche de luna llena los más ponzoñosos venenos. Acercóse una mañana a la cabaña de La Marieta, con intención de preguntarle por los gustos de Lo Silbán Y ella, con la que nadie había contado para una venganza justa, no dudó en ofrecer al viejo no sólo atinada información, sino toda la ayuda que estuvo en su mano. Era la leche el manjar del gigante, y Marieta casi secó las ubres de las ovejas y cabras de su casa. Con la leche en un pozal, y el espíritu del veneno disimulado dentro, anciano y niña llevaron entre los dos el bebedizo hasta el mismo pie de la cueva. Alejáronse y cultáronse como sólo una zagala puede hacerlo, y desde el econdrijo cantó Marieta con queda voz: "Vuelve conmigo Silbán, que no dejaré que te marches".O la oyó Silbán, o la olió, el caso es que descendió raudo de su cueva. Llegó abajo, como un perro cazador, husmeando a derecha y a izquierda. Casi tropezó con el brebaje. Sin pensarlo, engulló su contenido sin respirar ni una vez. Y tan sólo dos o tres estertores volvieron a salir de sus pulmones. Los justos para regresar trepando a duras penas hasta su agujero y dejar que la negrura de la boca lo tragara para nunca más salir. Puede que el Gigante Silbán muriera a causa del veneno, puede que no, pero desapareció de la comarca. Años después algunos consiguieron llegar hasta arriba, y se atrevieron a entrar. No encontraron nada. Pero todos aseguran que la cueva tiene infinitos recovecos de roca caliza en su interior, y algunos llegan a afirmar, cuando Silbán, el Gigante despechado que se enamoró de una pastora, ha vuelto para llorar eternamente sus penas en la roca caliza.
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