EL CLIMA

lunes, 23 de noviembre de 2009

SOLIDARIDAD









En una esquina colorida, en el barrio Rincón de Milberg, en Tigre, cien chicos encontraron lugar de desarrollo y recreación. Algunos juegan al fútbol, otros saltan a la soga, mientras que la mayoría estudia o hace los deberes. Todo esto sucede en la Casa del Niño Nueva Familia, un hogar de día para chicos de 6 a 12 años, que en contraturno de la escuela, reciben almuerzo y merianda, talleres de arte, educación física y apoyo escolar.

Surgieron en febrero de 2001, en plena época de cacerolazos, justamente "con la idea de que no podíamos seguir protestando y teníamos que hacer algo. Por eso apostamos por la educación, porque creemos que es la que le da oportunidades reales a los chicos. Lo que buscamos es que terminen el colegio y nuestro sueño es poder darles talleres de oficios", dice María José Crespo, integrante de la comisión directiva.

La consigna es clara: que los chicos tengan otra alternativa que no sea la calle. La Casita quiere ser una familia más amplia que contenga a los alumnos y a su entorno, y a ello deben su nombre. A su vez trabajan para que las familias se comprometan con el crecimiento de sus hijos: "Los padres tienen mucha inquietud porque sienten que los chicos se les van de las manos. Todas nuestras actividades son gratuitas, pero lo único que les pedimos como contrapartida a los padres, es que se comprometan con el mantenimiento del lugar: que corten el pasto, que cocinen, ayuden con la limpieza".

Héctor llegó a La Casita con siete años. "Tenía una personalidad inmanejable, una conducta revoltosa y hasta pateaba a las maestras. Creíamos que no tenía solución", recuerda Raquel Díaz Oliva, también integrante de la comisión.

Con mucho afecto y contención, Héctor fue superando sus miedos y se integró a esta nueva familia. "Incluso nos llamaron del colegio para decirnos que lo habían elegido mejor compañero. Logramos que cambiara su óptica de la vida, aprendió a respetar al de al lado y que con esfuerzo las cosas se pueden lograr. Ahora está haciendo el secundario en una escuela industrial y trabaja", dice Díaz Oliva orgullosa.

El edificio que construyeron desde cero en un terreno que la municipalidad les cedió en comodato, funciona como una escuela en miniatura: tienen dos aulas con bancos, sillas y pizarrón; un Salón de Usos Múltiples; una biblioteca y salón de lectura; baños para varones y mujeres con ducha; una cocina y un amplio patio. Está decorado con cartulinas de todos los colores, y sonrisas de los voluntarios que lo convierten en un lugar acogedor.

Los chicos que asisten a la institución provienen de cinco escuelas de la zona y atraviesan situaciones de alta de vulnerabilidad social: sus madres trabajan y no tienen con quien dejarlos, sus padres son analfabetos y viven en casas precarias. "Tenemos chicos de quinto grado que no pueden leer una frase completa. Nos concentramos en lo básico y buscamos nivelarlos porque los pasan de grado aunque no sepan", se queja Crespo.

En un antiguo vagón de tren -perfectamente reciclado- 15 chicos que cursan el secundario reciben apoyo escolar, tres veces por semana. La idea es que en breve empiecen a cursar talleres de computación.

"La Casita se ha ido convirtiendo en un referente en el barrio y nos consultan ante cualquier necesidad. Saben que el lugar está a disposición del barrio. Tratamos de apuntar no sólo en el tema académico sino también en valores, higiene, respeto y que aprendan a convivir socialmente", explica Crespo.

De cara al futuro están concentrados en ofrecerles cada vez más herramientas a los chicos, darles más apoyo y más talleres. Por eso solicitan la colaboración de profesionales voluntarios que quieran sumarse al proyecto y la donación de todo tipo de útiles escolares, pintura y cuadernos de tapa dura. Para ayudarlos: 4731-8047 y www.lacasitanuevafamilia.com.ar

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