EL CLIMA

sábado, 23 de julio de 2011

PARA TODA LA VIDA



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BEBES NOMBRES EXOTICOS CIRCULO HUGGIES


Los nombres de los hijos, esa palabra para toda la vida
¿Recuerdan la publicidad de un banco, que decía: "Un buen nombre es lo mejor que uno puede tener"? Lo cierto es que puso a todo el mundo a pensar sobre cómo se llamaba.

Verónica Sukaczer
Un buen nombre. Eso es lo que queremos y pensamos para nuestros hijos. Un nombre que lo represente, que lo identifique, que lo distinga del resto. Un nombre que lleve con orgullo, que despierte simpatía. Un nombre que no se gaste. Que nos sirva para etiquetar a cada miembro de esa familia que siempre soñamos tener.
Elegir el nombre de mi primogénito fue, por suerte, tarea sencilla. Era el nombre de varón que más me gustaba, y era, oh casualidad, el nombre de varón que más le gustaba a mi media nuez. Bingo.
Con el segundo, en cambio, no tuvimos tanta suerte. Habíamos agotado "los nombres de varón que más nos gustaban" con el primero, y tuvimos que ponernos a pensar. Mi media almendra prefería nombres tradicionales y hasta intentó pasarme, sin que me diera cuenta, alguno familiar. Yo, en cambio, buscaba algo más original. Pero, en ningún momento olvidé que era el pobre e inocente niño el que llevaría ese nombre. No yo.
Creo que ése es el único punto a tener en cuenta y, sin embargo, el que más se deja de lado. Porque veamos... ¿qué pasa si el papá es fanático del fútbol y su amado Dieguito Armando no quiere ni tocar una pelota? O peor, ¿si le sale hincha del equipo equivocado? ¿Qué va a sentir Zol con z cada vez que tenga que deletrear su nombre? ¿Qué pasa si Inocencio Junior odia al protagonista de la telenovela que su madre amó? ¿Y cuál será el futuro de Florcita si su nombre nunca deja de ser un dimunitivo? ¿Y la argentinita que nació en Estados Unidos y regresa llamándose Apple, aquí se creerá una manzana? Y Esteban Piro, ¿entenderá que sus compañeritos se ríen de su nombre y no de él, aunque los colmillos estén de última moda?
Tal vez el acto de ponerle un nombre a nuestro hijo es nuestro primer gran acto de desprendimiento como padres: tenemos sólo que pensar en él o ella, no en nosotros.
Volvemos a mi benjamín, entonces. Teníamos que encontrar un nombre que nos gustara a mí y a mi media pasa de uva (en cambio, no me importaba nada lo que pensara el primogénito). Un nombre conocido pero distinto, que sonara bien, que tuviera un lindo diminutivo y un interesante significado (nada de: "persona torpe y desubicada", o: "guerrero brutal y sanguinario"); que combinara con los dos apellidos (el de mi medio higo y el mío). Un día - recuerdo que estaba dándome uno de los últimos baños de inmersión de mi vida- por fin hallé la palabra mágica.
Mi media avellana me miró así cuando se lo dije, y tuve que pasar los siguientes meses convenciéndolo, negociando, seduciéndolo, con el único fin de que mi nombre elegido fuera el elegido, el definitivo. Mi medio dátil se dejó persuadir pero la familia... ah... aquí fue cuando la cosa se puso fea. A nadie le gustaba el nombre. Alguien, incluso, fue más lejos: dijo que si nosotros nombrábamos así a nuestro hijo, le estábamos arruinando la vida.
Yo me preparé para pelear. Para defender mis decisiones. Pero había escuchado. Y algo había hecho click dentro mío. Si a nadie le gustaba el nombre... ¿cómo se sentiría el día de mañana mi hijo? ¿La gente le diría algo? ¿Sus compañeros se burlarían? ¿Sería infeliz cada vez que le preguntaran cómo se llamaba?
Bajé la cabeza. Claudiqué. Me rendí. Volvimos a buscar nombres con medio pistacho y un día surgió el verdadero, el único, el mejor. Nombro a mis hijos y sus nombres me llenan la boca, me llenan el alma, me suenan a hierba, a cielo, a vida. El padre y yo elegimos sus nombres, sí, pero cada día ellos los transforman, los hacen suyos. Y eso, para mí, es un buen nombre. El mejor que cada uno puede tener.

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