EL CLIMA

martes, 27 de abril de 2010

VIDA INTERIOR


























Con "vida interior", las personas entienden cosas muy diversas. Para muchos, vida interior consiste en lograr cierta tranquilidad interna, en aislarse de los problemas y complicaciones del mundo exterior, en alcanzar cierta fuerza, equilibrio, etc. Es decir, para muchos, la vida interior viene a ser como una especie de recetario para con­seguir un mayor equilibrio de su personalidad, y nada más. Para otros, vida interior significa cultivar una calidad en el pensar o en el sentir, calidad que luego se manifestará en su vida profesional o social, proporcionándoles una mayor in­tuición o una mayor inspiración, etc. Para otras personas, vida interior quiere decir dirigirse a eso superior, a lo que se le puede dar el nombre de Dios, o el que se quiera, y tratar de ar­monizarse con esta fuerza superior y así conseguir una paz, un amor y una fuerza de un orden superior. Es decir, desean lle­gar a una armonía con Dios, de forma que uno viva de un modo positivo como expresión de esta paz.

Para otras personas, finalmente, la vida interior tiene aún otro sentido. Estas personas tratan de conseguir ver lo que ocurre dentro, desenmarañar todos los enredos, y llegar a ser apar­te de todo lo que son las ideas, condicionamientos, costum­bres, influencias, cosas adquiridas, intentan llegar a la identidad últi­ma del Ser, más allá de todas las formulaciones, limitaciones y condicionamientos mentales.

Los seres humanos, a partir del primer escalón que hemos indicado, han de llegar a realizar este trabajo interior, pero deben ir haciéndolo con cierto orden.

Una persona que no haya conseguido un mínimo de equilibrio y fortaleza en su per­sonalidad no puede llegar a vivenciar un equilibrio y fortaleza en la vida espiritual o superior. Puede hacer contactos, puede tener experiencias. Pero llegar a estabilizarse, a centrarse en ese nivel superior que se llama espiritual, eso no es posible.

Así pues, esos diferentes niveles, de algún modo nos com­prometen a todos; estamos todos metidos en ellos. Lo que ocurre es que nosotros, en cada fase de la vida, estamos “enamorados”, por decirlo así, de algo, de algo que para no­sotros tiene el máximo valor, y, en consecuencia, todo lo demás nos parece secundario. El que está en la fase, podríamos decir, religiosa, cree sólo en la relación afectiva, amorosa, en la entrega a Dios, y considera los demás cami­nos como totalmente secundarios.

Quien está en una fase de expansión de su vida exterior ve como más importante su capacidad de rendimiento, su eficacia, su inspiración, su sentido de la realidad exterior. Para quien tiene la aspira­ción centrada en el Ser más allá de lo que son manifestacio­nes, más allá de lo que son ideas, todas estas vías, la reli­giosa, la artística, la de la actividad, o cualquiera que sea, carecerán de sentido. Esto es normal. No decimos que sea lo ideal, ni lo más correcto, desde nuestro de vista. Pero es lo normal, lo habitual. Porque, como desde nuestra infan­cia no se nos ha educado de un modo amplio, cada cual ha tratado de orientar su aspiración, sus inquietudes, hacia al­gún punto, según sus circunstancias, según sus posibilida­des. Y, cuando le parece encontrar algo sólido, entonces se adhiere con tanta fuerza a ello que tiende a excluir el resto.


Para nosotros, vida interior quiere decir llegar a vivir toda la realidad de la persona, llegar a vivirla en todas las direccio­nes, en todo momento y en toda circunstancia.

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