EL CLIMA

martes, 27 de abril de 2010

CARISMA













EL CARISMA


El término «carisma» proviene del griego (charis) y hace referencia a un objeto u operación que Dios regala a los seres humanos y que les provoca bienestar. De la misma raíz vienen las palabras «gratis, gratuito, gracia, gracioso» y «caridad». Siempre se refieren a dones generosos por parte de Dios e inmerecidos por parte del hombre.

En todo el Antiguo Testamento, muchos personajes reciben el don del Espíritu, con lo que son investidos de una fuerza que les capacita para realizar una misión a favor del pueblo (Jc 11, 29; 1Sam 11, 26; etc.). En el Nuevo Testamento, S. Pedro utiliza el término una vez: «Cada uno ha recibido su don. Ponedlo al servicio de los demás, como buenos administradores de los carismas recibidos de Dios» (1 Pe 4, 10). S. Pablo lo usa 16 veces para hablar de aquellas capacidades particulares que Dios reparte entre los creyentes para el bien de la comunidad y para la extensión de la misma Iglesia. Son manifestación de la única gracia que el Padre nos ofrece por Cristo en el Espíritu de manera generosa y gratuita y que se diversifica en cada persona singular.

1 Cor 12-14 es un tratado sobre los carismas y su significado: «Hay diversidad de carismas, pero un solo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero un solo Dios que las activa todas. A cada cual se le concede un don del espíritu para el bien común. Porque a uno el Espíritu lo capacita para hablar con sabiduría, mientras que a otro el mismo Espíritu le concede una doctrina superior...» (1 Cor 12, 4ss). «La caridad no pasará jamás. Desaparecerá el don de profecías y desaparecerá el don de hablar en lenguas...» (1 Cor 13, 8).

En las varias listas que nos ofrece, sin ser exhaustivo, S. Pablo llega a citar hasta 20 carismas distintos: apostolado, diaconía, don de gobierno, poder de hacer milagros, capacidad para enseñar, sabiduría, ciencia, fe, curaciones, profecía, discernimiento de espíritus, don de lenguas, interpretación de lenguas, etc. Son valorados muy positivamente: «No extingáis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1 Tes 5, 19-21). Sin embargo, se rechaza categóricamente toda apropiación individual de estos dones. Quien quiere apropiarse de ellos los convierte en estériles y perjudiciales. Por eso interviene con su autoridad apostólica para discernirlos y encauzarlos al bien común. Todos los carismas que Dios regala, los da para el bien de la comunidad y la extensión de la Iglesia. Si no cumplen con estos cometidos es porque son falsos o están siendo mal utilizados. Todos son útiles, pero no imprescindibles. Dios puede suscitar unos u otros en cada momento.

Para S. Pablo, el criterio último y definitivo, que nunca puede faltar, es la «caridad», la que de verdad impulsa el crecimiento continuo y ordenado de la Iglesia hasta la medida del hombre perfecto, que es Cristo. Los demás carismas pueden ser pasajeros o permanentes, normales o extraordinarios, pueden aparecer unos y desaparecer otros según las capacidades de los individuos y las necesidades de las personas, pero todos estamos llamados a vivir la plenitud del amor.

Es un don gratuito de Dios, que no puede ser exigido ni proviene de las propias capacidades humanas (aunque pueden ayudar como soporte).

Es personal que se confiere al fundador, capacitándole para una vocación y misión peculiar en la Iglesia.

Es colectivo porque implica a otras personas que se sienten identificadas con el estilo de vida del fundador en la realización de un proyecto de vida.

Es eclesial, porque se ofrece, a través del fundador y sus seguidores, a toda la Iglesia, para su crecimiento y perfeccionamiento.

El carisma de fundador es intransferible. Dios concede unas características únicas a aquellas personas que tienen que iniciar un movimiento en la Iglesia. Los demás no poseen sus dones ni pueden imitarles en todo. El carisma del fundador es el espíritu y la forma peculiar de vida, el fin que perseguía y que heredan sus sucesores, adaptándose a las circunstancias nuevas, usando de los medios necesarios para conseguirlo (en fidelidad creativa). El carisma configura de una manera peculiar la totalidad de la existencia de las personas llamadas: la manera de ser y de actuar, los aspectos del evangelio que se subrayan de una manera especial, la forma de trabajar en y para la Iglesia, los campos del apostolado que se desarrollan, etc.

Hemos de saber distinguir entre los dones o cualidades naturales y el carisma, que es siempre un don sobrenatural para el bien común, aunque normalmente corresponda y lleve a plenitud unas aptitudes previas. Como en los tiempos de S. Pablo, algunos pueden confundir sus propias inclinaciones y sus dones naturales con «carismas» recibidos de Dios. Si no sirven a la construcción de la Iglesia y no están regidos por la caridad, podemos asegurar –como entonces- que son falsos carismas. Si unos pretendidos «carismas» personales van contra el carisma del propio Instituto Religioso es porque no se hizo a su tiempo el discernimiento necesario o nos encontramos ante situaciones poco clarificadas. Repito: el carisma es siempre don del Espíritu para la construcción de la Iglesia, no simple desarrollo de las propias capacidades para la autorrealización; aunque una cosa no debería contradecir la otra, porque los dones de Dios perfeccionan los de la naturaleza, no los anulan.

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