EL CLIMA

martes, 12 de septiembre de 2017

MARTES DE SABIONDOS



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El término petricor, petrichor en inglés, fue creado en 1964 por dos geólogos australianos: Isabel Joy Bear y R. G. Thomas. Apareció por primera vez en la revista Nature (993/2).​ En su artículo, los autores lo describieron cómo "el olor que deriva de un aceite exudado por ciertas plantas durante periodos de sequía". Este aceite queda absorbido a la superficie de las rocas, principalmente las sedimentarias como las arcillosas, y al entrar en contacto con la lluvia es liberado en el aire junto con otro compuesto: la geosmina.​ La geosmina es un producto metabólico de ciertas actinobacterias. La emisión de estos compuestos es lo que produce el distintivo aroma,​ al que se puede sumar el del ozono si adicionalmente hay actividad eléctrica.

En un trabajo posterior, Bear y Thomas (1965) demostraron que estos aceites aromáticos retardan la germinación de las semillas y el crecimiento de las plantas.​ Esto podría indicar que las plantas exudan estos aceites con la finalidad de proteger a las semillas, evitando que germinen en épocas de sequía.



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 Luminiscencia es todo proceso de emisión de luz cuyo origen no radica exclusivamente en las altas temperaturas sino que, por el contrario, es una forma de "luz fría" en la que la emisión de radiación lumínica es provocada en condiciones de temperatura ambiente o baja.

La primera referencia escrita conocida pertenece a Henry Joseph Round.

Cuando un sólido recibe energía procedente de una radiación incidente, ésta es absorbida por su estructura electrónica y posteriormente es de nuevo emitida cuando los electrones vuelven a su estado fundamental.

Dependiendo de la energía que la origina es posible hablar de varias clases de luminiscencia: fotoluminiscencia, fluorescencia, fosforescencia, termoluminiscencia, quimioluminiscencia, triboluminiscencia, electroluminiscencia y radioluminiscencia.


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Según Epicuro, existen dos clases de deseos: los naturales necesarios, relacionados con la supervivencia; y los naturales no necesarios, que provienen de la cultura, política y vida social. La satisfacción de los deseos es lo que produciría placer, el cual a su vez, para los epicúreos es lo que conduce a la felicidad, sin embargo, existen placeres que conducen a un dolor mayor que el placer inicial, estos placeres producen intranquilidad y deben ser evitados por la razón, ya que alejan de la "ataraxia". La filosofía es una vía hacia la ataraxia, ya que esta es considerada también: «la tranquilidad espiritual propia del sabio que distingue los deseos naturales de los que no lo son y es capaz de alejarse de aquello que es vano».

Las clases están divididas en:

Los placeres naturales y necesarios: Solo los placeres que tienen que ver con la vida del individuo.
Los placeres naturales pero no necesarios: Son todos los placeres que constituyen las variaciones superfluas de los placeres naturales (comer bien, vestir bien, etc)

Los placeres no naturales y no necesarios: Son todos los placeres vanos, nacidos en las vanas opiniones de los hombres (deseo de poder, honor, etc). Estos placeres no quitan dolores del cuerpo, siempre llevan problemas al alma.

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Delonix regia, popularmente conocida como malinche, ponciana framboyán, flamboyán, flamboyant o acacia (en Venezuela​) es una especie de la familia de las fabáceas.

Es uno de los árboles más coloridos del mundo por sus flores rojas, anaranjadas, lilas, y por su follaje verde brillante.

Este árbol alcanza una altura media de unos 8 metros, aunque puede llegar hasta los 12 m. Su follaje es denso y muy extendido, en zonas con temporadas secas muy marcadas pierde las hojas, sin embargo, en condiciones menos rigurosas es perennifolio.


Las flores son grandes, con cuatro pétalos hasta de 8 cm de longitud y un quinto pétalo llamado estandarte, que es más largo y manchado de amarillo y blanco; una variedad natural de Delonix regia llamada flavida tiene las flores amarillas. Las vainas maduras son leñosas, de color castaño oscuro, de 60 cm de longitud y 5 cm de ancho. Las semillas son pequeñas y pesan alrededor de 0,4 g. Las hojas miden de 30 a 50 cm de largo, cada una tiene de 20 a 40 pares de folíolos primarios compuestos, también llamados pinnados y cada uno de éstos está dividido a su vez en 10 a 20 pares de folíolos secundarios.

Ya los griegos y romanos ensayaron el género misceláneo: Plutarco entre los primeros, Plinio y Aulo Gelio entre los segundos son exponentes de ello. Los medievales también incursionaron en el género: San Isidoro, Juan de Mandeville, Marco Polo etcétera. En las misceláneas del siglo XVI se incluían textos de muy diversas procedencias cuyo único denominador común era el interés, lo que podríamos llamar "curiosidades"; algunos eran saberes eruditos (episodios históricos del presente y del pasado, dichos célebres, apotegmas, facecias, fábulas etc., otros recuerdos autobiográficos, como ocurre con Luis Zapata, pero sobre todo la gran aportación pertenece a la cultura popular y tradicional y se debe relacionar con los pliegos de cordel: se cuentan casos portentosos: una mujer que pare un elefante, otra que da a luz 155 hijos del tamaño del meñique, leyendas nacidas de interpolaciones como la de la Papisa Juana, las amazonas etétera, descripciones geográficas de carácter fantástico (fuentes y ríos en especial), o de monstruos (como los bestiarios medievales) o seres humanos monstruosos o extraños, historias de fantasmas y aparecidos, de demonios, recetas de belleza, consejos domésticos (como por ejemplo para eliminar los chiches), medicina popular, recurriendo a diversas tradiciones orales de curanderos, supersticiones etcétera, de forma que hasta el propio Quevedo se burló de este tipo de colectáneas escribiendo su Libro de todas las cosas y otras muchas más. Este tipo de literatura se presenta a veces esquematizada hasta dar lugar a libros de chistes y motes. Así, por ejemplo, Los seiscientas apotegmas de Juan Rufo o, de Luis Milán, El cortesano, libro de motes de damas y caballeros (1561), también en la Colección de Libros Raros o Curiosos, Madrid, 1874, pp. 60-409. Según avanza el tiempo, las misceláneas se transforman en un cúmulo de recetas dispares, juegos de salón y curiosidades sin trascendencia alguna, hasta el punto de que parecen fundirse con los almanaques, especialmente los populares, que tanto éxito tuvieron en Francia durante los siglos XVII y XVIII.

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