En esas casonas de Buenos Aires donde vivían los descastados, los negros, los inmigrantes y los compadres, en los patios del conventillo se gestó la música de Buenos Aires, el tango.
Ya a fines del siglo XVIII la música de los negros se había incorporado a las celebraciones de la Iglesia Católica. Las procesiones avanzaban al ritmo del candombe y toda la población disfrutaba de los bailes al ritmo de la percusión de sus tambores.
Luego de la Independencia en 1810 los negros lograron su libertad gracias al decreto de igualdad que había sancionado la Asamblea General Constituyente y ya durante los tiempos de la Confederación desde la década del ’20, los negros tenían derechos ciudadanos y la población blanca los aceptaba con bondad. Los carnavales por estas épocas eran verdaderas fiestas patrióticas y no era raro ver a Don Juan Manuel de Rosas junto a su hija Manuelita con los jefes negros del carnaval disfrutando de los ritmos morenos, de los tambores que hacían temblar Buenos Aires. Estos negros vivían en grupos que llevaban los nombres de sus lugares de origen como por ejemplo Bengular, Angolas y Congos, entre otros. Estos barrios eran los llamados “barrios del tambor” y se hallaban en Montserrat, Santa Lucía y San Telmo mayormente.
Cuando en 1852 la Confederación fue derrotada y Rosas se exilió en Inglaterra los negros se vieron huérfanos de su protector y se recluyeron en los conventillos donde compartieron el día a día con otras gentes que llegaban poco a poco a la ciudad.
El nuevo gobierno, los que serían luego conocidos como la Generación del ’80, se dispuso a recibir a hombres de otras nacionalidades que quisieran poblar nuestro país. Claro que el plan inicial no era el que terminó siendo. Los inmigrantes que llegaron al país no eran aquellos que los liberales habían esperado. Comenzaron a llegar masivamente al país hombres de todas las nacionalidades, pero sobre todo europeos de los estratos sociales más bajos que huían de sus países buscando un mejor porvenir. Para 1880 más de la mitad de la población era extranjera. La cantidad de gente nueva que llegaba debía vivir en algún lugar, y la vivienda se convirtió en un grave problema. Y para los gobernantes y la población autóctona del país, los inmigrantes pasaron a ser también un problema. Poco a poco el europeo se vio discriminado, y terminó viviendo en los mismos conventillos donde habitaban los últimos negros de la Confederación. Allí se encontraron también con los compadres, que eran en general ex combatientes, ex servidores de la Confederación y gauchos pobres del campo que habían venido a la ciudad en busca de trabajo. Poco a poco “las clases dominantes encerraron a los negros, gringos y compadres en la misma jaula.”
Allí en las grandes casonas de Buenos Aires convivían estas gentes tan diferentes que traían consigo sus historias de vida, sus costumbres y sobretodo sus músicas. Cuando llegaban las fiestas en los patios de los conventillos, los barrios temblaban al ritmo de los tambores negros y se tomaban un descanso con las melodías de las milongas de los compadres.
Con el tiempo llegaron las nuevas generaciones que mamando milonga pero también tambor africano le dieron a la música gaucha un nuevo ritmo, más acelerado, cercano al candombe.
Llegó con el tiempo a Buenos Aires la música de las habaneras cubanas. Estas se habían desarrollado a principios del siglo XIX en Cuba y a través de España habían llegado a Buenos Aires. La habanera arrasó con la música porteña y se fusionó con la milonga. El baile de los “milongueros” era realmente un espectáculo. Siguiendo el compás y tomando a su compañera por la cintura el bailarín se movía de un lado al otro hasta que en un momento se frenaba de pronto, improvisando, para luego seguir al ritmo de la música. Nació así el famoso “corte” porque “tal demostración de habilidad cortaba la marcha de la pareja”. El baile de “corte y quebrada” era todo un arte de la improvisación.
La nueva coreografía llevó a los músicos a adaptar el ritmo a ese nuevo y original baile. Así entre corte y quebrada se fue creando y formando el tango. “El tango-danza se originó como una forma particular de bailar la habanera que empleaban los jóvenes negros, blancos o mulatos, oriundos de los barrios del tambor.” Con el pasar de los años los europeos imprimieron también su huella en la música de Buenos Aires. El gringo desplazó al negro del ámbito musical y le dio al tango “un ritmo más lento y nostálgico” que aun hoy se mantiene.
Se ha dicho siempre que el tango fue obra de prostitutas y malvivientes, pero nada más alejado de la realidad. Sin embargo existe una explicación para esto. El tango, su música y su danza, no tenían lugar ni en las academias ni en los salones de baile de la alta sociedad. Por eso fueron los burdeles los primeros que abrieron sus puertas a esta nueva música. Los pobladores de los barrios del tambor frecuentaban los burdeles, bares y piringundines de la ciudad y a estos lugares fue a parar el tango y allí fue donde terminó de adoptar su particularidad.
A estos lugares iban también los niños bien de la alta sociedad que enfatuados por el alcohol y otras drogas se perdían en los amores pagos de las trabajadoras de los burdeles. Fue allí donde estos niños escucharon el tango por primera vez, lo cantaron y lo bailaron. Fueron ellos quienes contaron que el tango había nacido en los burdeles y que éste era cosa de putas.
Sin embargo podemos decir que el tango, lejos de ser un producto de burdel, fue la conjunción de la percusión y el candombe de los negros, de la milonga lastimera del gaucho y de la habanera cubana. Pero sobre todo fue producto del sentir de la desolación de los negros, del abandono de los compadres de la Confederación y de la frustración de los gringos que habían visto sus sueños morir en el patio de un conventillo.
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