No militan en Greenpeace ni organización que se le parezca. Los animó el sentido común y la necesidad de ser más eficientes en el consumo. “Cuando empecé a comparar costos, me di cuenta de que agregar un artefacto más al baño (el mingitorio) no encarecería el presupuesto, por el contrario, nos ayudaría a ahorrar y a empezar a sentir que estamos haciendo algo por el bien de todos…”, dice hoy Daniel muy convencido de sus decisiones.
Leticia Grassino es profesora de Yoga e intercambia sus clases de relajación por un curso de cocina natural que ofrece una vez por semana Susana Gorosito, experta en sabores, mezclas y propiedades de semillas y vegetales. Las dos mujeres viven en Villa del Parque (en el noroeste porteño) e integran a sus familias en la vida comunitaria y se muestran muy abiertas a las transacciones que no incluyan el dinero como moneda de cambio, sino bienes y servicios que pueden canjear.
Leticia destaca que no necesitan otra cosa que “la confianza” para que el intercambio fluya. “Somos un grupo heterogéneo de familias con hijos de entre 2 y 12 años. Mi marido da clases de Kung-Fu, otro fabrica zapatillas y hay quienes confeccionan ropa… Nos vamos complementando de manera solidaria y no conocemos lo que significa el derroche ni los gastos exagerados.”
La artista plástica María Laura Fabarón es autora de una muestra denominada “Maderitas”. Su obra consiste en tomar pequeños trozos de troncos, vigas o tablones como testigos de un tiempo pasado que vale la pena rescatar. Es un modo de valorar los bienes que nos rodean, reconsiderarlos y darles sentido, aun cuando han dejado de cumplir una función para el uso con que fueron creados. La misma filosofía emplea en su trabajo como arquitecta en Bragado, una ciudad de la provincia de Buenos Aires donde vive y cría a sus hijos. Utiliza la mayor cantidad posible de materiales nobles, la austeridad como concepto general y en sus construcciones diseña los espacios de bienestar en función del ambiente. Pero además se relaciona con otras personas que creen que hay que cambiar.
Como simples vecinos fomentan las prácticas de boca en boca u organizan pequeñas acciones como la de señalar y destacar aquellas cuadras que conservan los árboles en mejor estado o los que ofrecen un mayor radio de sombra.
Aunque no se identifiquen de un modo especial como las diferentes “tribus” que se manifiestan a través de la vestimenta o actitudes más o menos llamativas, los ecociudadanos están entre nosotros y cada vez incorporan más y mejores hábitos y novedosas propuestas que tienen adeptos en todo el planeta más allá del credo o la nacionalidad. Son empleados, empresarios de todos los niveles, intelectuales y jóvenes que trabajan o estudian.
No derrochan, consumen de modo responsable y difícilmente se dejen engañar por las falsas promesas de la publicidad estridente. La nueva mentalidad se impone con fuerza en sus hábitos de consumo y utilizan los méritos de la tecnología con el mismo afán con que rescatan algunas costumbres que solían caracterizar a las generaciones anteriores. Tratan de comprar local, si es posible de granja, sin aditivos y utilizan sus propios envases para adquirir huevos, miel, aceitunas o frutas.
La franja que va entre los 30 y 35 años con buen poder adquisitivo suele utilizar lo último en comunicaciones y adquieren autos de baja cilindrada, menor consumo, de pequeñas dimensiones, más livianos y seguros y casi nula contaminación.Son ciudadanos que valoran la calidad del tiempo que ofrecen a sus hijos y en especial la educación que se les imparte. Practican el comercio justo y le dicen NO al consumo desenfrenado.
Los más jóvenes, entre 20 y 25 años, forman parte de las nuevas prácticas con plena conciencia de lo que significa la vida en “aldea global”. Lo que yo haga, en el lugar donde viva, alterará el equilibrio en las zonas más remotas. Son partidarios del equilibrio y utilizan con eficacia el poder de las redes sociales para convocar y salir a la calle a manifestarse en caso de necesidad. Constituyen una especie de “guardia ética” frente a los abusos del poder que pudiesen practicar las organizaciones políticas o ciertas corporaciones atadas al paradigma de producir y vender inacabadamente, incluso a costa de la destrucción del entorno natural.
Los ecociudadanos entienden que hay que ser más “verdes”, más conscientes e inteligentes para concluir en mejores elecciones. “Es posible ser urbanos y éticos al mismo tiempo”, se dicen. Promueven una forma de gobierno más transparente y representativa de los intereses comunes. Los hay con diferentes matices pero todos concluyen en algo impensado hasta hace pocos años: hay que consumir menos.
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