EL CLIMA

jueves, 15 de septiembre de 2011

BONUS TRACK: Belleza.





Desde siempre ha inspirado al arte. Hace vender coches, alcohol, móviles y hasta detergentes. El erotismo impregna nuestra sociedad, y hay tantas formas de vivirlo como personas en el mundo. ¿Pero qué es? ¿Cómo se manifiesta? ¿Es exclusivo de la especie humana? Antes de nada, quizá fuera conveniente entrar en el significado de algunas palabras. Abriendo el diccionario de la Real Academia de la Lengua, encontramos en la definición de “erotismo”: “1. Amor sensual. 2. Carácter de lo que excita el amor sensual. 3. Exaltación del amor físico en el
arte”. Entre las tres acepciones, las voces “amor” y “sensual” parecen ser las que más abundan. Una consulta a “sensual”, que en principio guardaría más relación con lo que excita y lo físico, arroja estas acepciones: “1. Perteneciente o relativo a las sensaciones de los sentidos. 2. Se dice de los gustos y deleites de los sentidos, de las cosas que los incitan o satisfacen y de las personas aficionadas a ellos. 3. Perteneciente o relativo al deseo sexual”. Todo apunta a que los sentidos y el sexo van cobrando protagonismo en estas definiciones. Y parece también que el erotismo tiene que ver con la satisfacción o la incitación en relación al deseo sexual. Pero esta definición no es exhaustiva pues, aunque parezca que con ello se baja el nivel, hay que tener en cuenta la pornografía. ¿Acaso ésta no tiene igualmente como función incitar o satisfacer el deseo sexual?

Una cuestión de pudor

Incluso cuando se habla de sexo, la palabra “porno” parece introducir un punto indecoroso. La RAE dice de la pornografía lo siguiente: “Carácter obsceno de obras literarias o artísticas”. ¿Y cómo se define “obsceno”? “Impúdico, torpe, ofensivo al pudor”. ¿Al pudor? O sea, que sería ofensivo a lo que los académicos definen como “honestidad, modestia, recato”. Tras esta incursión lingüística, queda una pregunta: ¿si algo atenta contra el pudor, entraría más en el terreno de la pornografía que en el del erotismo? Acudir a este criterio para distinguir entre lo erótico y lo pornográfico tiene su aquél, dado que no hay nada más relativo e inestable que el pudor. Es una relatividad patente en todos los sentidos, desde el cronológico –no es igual el pudor en la época victoriana que en la hippie–, hasta el geográfico –no produce el mismo efecto enseñar los pechos en una tribu de África que en la Gran Vía madrileña–, por poner sólo dos ejemplos. La idea general podría ser que todo lo pornográfico es erótico, dado que incita lo perteneciente al deseo sexual, pero no todo lo erótico es pornográfico, puesto que no todo atenta contra el pudor. Pero las opiniones más puntillosas pueden objetar a esto la posibilidad de que determinadas personas, al sentirse invadidas por ese atentado contra su pudor, dejen de percibir excitación en el sentido sexual y se sientan ofendidas o directamente enojadas. A partir de ahí, nada más antierótico que lo pornográfico. Estamos, pues, en un bucle.

La frontera del porno

El cine ha conseguido una diferenciación mucho más precisa, al menos en el sentido clasificatorio: cine erótico es el que habla de encuentros sexuales y nos narra antecedentes, preliminares y contextos antes de llegar al encuentro corporal, estrictamente hablando. Pero el contacto carnal que muestra tiene un tabú claro: el pene masculino. Éste se esconde al espectador, aunque no así los pechos y el pubis femenino, que aparecen en pantalla, eso sí, sin excesiva contundencia. En cambio, el cine X pierde poco tiempo en preliminares –no sólo eso, sino que cuando el director abusa de ellos, el usuario suele echar mano de la tecla de avance rápido de su vídeo– y muestra directamente los encuentros sin tabúes masculinos y con abundantes evidencias y primeros planos. Poco guión y mucha concreción genital. Y esto que parece sólo una diferencia entre lo erótico y lo pornográfico también marca una distinción entre las preferencias de mujeres y hombres. Visto esto, podría concluirse que el erotismo tiene que ver con todo aquello que incita, facilita o excita los deseos sexuales, o sea, que coincide con la segunda acepción de la RAE. Pero hablar de sexo tampoco es sencillo porque, entre otras cosas, puede no significar lo mismo para un sexólogo que para un profano en la materia. El sexo hace referencia a la separación y diferencia entre hombre y mujer, pero tal vez su representación social se refiera más al encuentro corporal encaminado al placer. Esta dimensión es para los sexólogos la erótica, que tan sólo constituye un elemento de un conjunto más global llamado sexo. Últimamente, influidos por los términos anglosajones, se tiende a entender toda la dimensión sexual en sólo una de sus posibilidades, la erótica, lo cual es incorrecto pero entendible.

La belleza variable...
La fuerza irresistible del erotismo. Eros, manual de uso¿Y tú qué estás mirando?
Una reciente investigación realizada en Estados Unidos con la ayuda de microcámaras ha desvelado las partes del cuerpo donde más fija su atención el sexo opuesto. Así, los hombres tienden a dirigir la mirada hacia la zona de los senos (1), mientras que las mujeres se fijan sobre todo en la estructura corporea (2), donde lo ideal sería un pecho ancho y una cintura estrecha. Aparte de esto, sí hay un punto fijo donde suelen fijar su atención: el trasero (3).


Sin duda, uno de los primeros desencadenantes eróticos es algo tan voluble y relativo como la belleza. El atractivo físico aparece matizado por cuestiones geográficas –Oriente y Occidente no comparten los mismos patrones de belleza–, por la cultura reinante en un país u otro –aunque ambos pertenezcan al mismo entorno–, o incluso por la religión. Pero más allá de estos matices claros, la evolución cronológica nos muestra numerosos cambios en gustos y cánones, incluso dentro de una misma cultura y religión dominantes. Sin ir más lejos, el cuadro de Goya La Maja Desnuda, pintado hace unos 200 años, es un reflejo de lo que se consideraba bello en aquella época. Pero examinado con los cánones actuales –y sin ánimo de resultar maleducados–, llama la atención que el título del cuadro sea la Maja y no la Bajita y Rechoncha, calificativos que sin duda le serían adjudicados en 2006. No sólo eso, sino que la pobre modelo debería someterse a un concienzudo entrenamiento –aeróbic, spinning, pilates– para endurecer lo que parecen ser unas carnes más bien poco prietas, y pasar por unas sesiones de rayos UVA para borrar su excesiva palidez. Obviamente, una comparación a 200 años vista puede resultar demasiado drástica, pero también encontramos casos en situaciones más cercanas en el tiempo: a principios del siglo XX, las mujeres excesivamente delgadas y de tez morena eran asociadas con la desnutrición y el trabajo al aire libre, por lo que no parecerían excesivamente deseables. De ahí que los sexagenarios consideren flacuchas y pellejudas a muchas de las modelos actuales, y manifiesten una diferencia en su criterio de belleza con respecto al de sus descendientes. Buscando un ejemplo más reciente, la estética hippie imponía una mujer de pechos no excesivamente abundantes, lo que obligó a muchas con bustos generosos a disimularlos con túnicas y jerséis amplios. Unas décadas después, en los años 80 y 90, de nuevo se pusieron de moda los pechos voluminosos, y el Wonderbra comenzó a marcar el protagonismo en el tórax femenino.

...y la belleza inmutable

¿La belleza es, por tanto, un asunto de azar más que de valía? En principio sí, aunque no se trata de una cuestión tan aleatoria, azarosa y caprichosa, ni tampoco tan modal, geográfica y culturalmente voluble como pudiera parecer en un primer análisis. Existen patrones comunes que incluso trascienden fronteras entre el arte occidental y el oriental. Algunos autores hablan del “eje caderacintura” como una constante en el modelo de atracción femenina. Es cierto que los valores absolutos de las medidas del perímetro de la cadera y la cintura pueden variar de una cultura y una época a otra, pero la proporcionalidad de las medidas en este eje de la región pélvica permanece como una peculiar coincidencia, y suele quedar establecida en un índice de 0,7. Está suficientemente documentado y contrastado que dicho patrón es el preferido en toda sociedad, independientemente de la época, cultura, geografía o religión. Lo mismo podemos afirmar del eje hombros-cintura en los varones. Se trata de unas preferencias que se manifiestan desde la infancia más temprana. Según afirma Manuel Domínguez-Rodrigo en su libro El origen de la atracción sexual humana, “los bebés prestan mucha más atención visual a las personas que reúnen los criterios que los adultos definen como bello. Estos bebés no han sido influidos aún por criterios de índole cultural y se puede decir que expresan su atención y atracción de modo absolutamente innato”. Del mismo modo, en relación a lo que se considera un rostro bello existen unos patrones más estables de lo que se podría creer. La revisión de varios estudios transculturales, que daban los mismos resultados en Japón que en Inglaterra, permite desmenuzar el ideal universal de belleza facial femenina: pómulos altos y ligeramente prominentes, ojos grandes, barbilla saliente y triangular, distancias pequeñas entre nariz y boca y entre nariz y barbilla, labios carnosos y gruesos, y cejas arqueadas. Un rostro así sería considerado bello en cualquier cultura; y ligeras variaciones sobre este estándar podrían convertirlo de bello en especialmente atractivo. No sin sorna, Adolf Tobeña en su libro El cerebro erótico se queja de que “a menudo, sin embargo, se oculta esa realidad bajo el discurso bienpensante de que los gustos y las normas culturales lo impregnan todo, hasta el punto de que no existe una biología de la belleza”. No sólo se pone en cuestión la culturalidad de la belleza y, por tanto, del atractivo; es que además, cuando se trata de los hombres, su capacidad de atracción está sujeta a los dictados hormonales en función de la fase del ciclo menstrual en el que se encuentre la mujer. Distintos estudios constatan que en la fase de ovulación, cuando la probabilidad de fertilidad es mayor, las mujeres parecen sentirse más atraídas por el atractivo físico –garantía de salud y calidad en la descendencia de la progenie– que por otras cuestiones relacionadas con la valía o la estabilidad emocional.

Cambios para el varón

Tal vez la belleza y el atractivo que se le asocia no sea un invento de la moda, sino más bien suceda que la moda aproveche esta tesitura para sacar ventaja y hacer negocio con algo que resulta más estable y transcultural de lo que en principio parecía. Y no hay que ceñirse en su estudio al sexo femenino: llegados al inicio del siglo XXI las demandas y exigencias de belleza se van a definir de una forma clara también para los varones. La publicidad será todo un recurso para los antropólogos, arqueólogos y sociólogos del futuro, que imaginamos andarán empeñados en conocer, si realmente tiene sentido, algo de nuestro mundo actual. Sin embargo, más allá de la aburrida y manida discusión acerca de si la atracción física tiene una raíz genética o cultural, está claro que la fantasía sexual humana es una expresión que supera este debate. El erotismo se convierte en un resorte activador del deseo sexual. La seducción, como juego no verbal, insinuaciones, comunicación gestual y corporal global, nos hablan de una subjetividad del erotismo que difícilmente podríamos cuantificar de forma precisa.

Cuando un poco es mucho

La sensualidad a la que hace referencia la RAE sería como el iceberg de la sexualidad, que muestra sólo una parte de su totalidad para atraer hacia el fondo y hacia toda su dimensión. En esto radica, junto al aderezo inevitable de la belleza, la sugerencia sexual, que toma como base el erotismo y todas sus manifestaciones. Incitar y sugerir, sin llegar a mostrar del todo; pero deslumbrando con aquello “poco” que muestra, como algo excepcionalmente atractivo, que nos hace completar con deseo aquello que sabemos que está, pero que ya no vemos. Y en este juego de mostrar, el ser humano da al erotismo unos matices y unas herramientas inestimables.

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