EL CLIMA

sábado, 22 de mayo de 2010

SENCILLEZ








SENCILLEZ


Sencillez.

Es la virtud por la cual empezamos a comprender el lenguaje oculto de la Vida y nos damos cuenta de que cuanto más complejo es el ego más sofisticadas son las creencias, y cuanto más fuerte es la demanda de experiencias y deseos, más apartada se encuentra la realidad. La sencillez es el camino del abandono.

Muchas personas valoran las formas externas de la sencillez, como son las pocas posesiones, pero esto no es sencillez. Creen que la sencillez es tener sólo un taparrabos y desean poseer los signos externos de la sencillez. Pero eso es un engaño fácil. Aunque en lo externo parezcamos muy sencillos en nuestro interior somos prisioneros. Somos esclavos de innumerables móviles: deseos, apetitos, ideales, etc. Y es preciso ser libres para que surja la sencillez.

No es una persona sencilla la que piensa en recompensas y en temores, la que está cargada de conocimientos y de creencias, la que se identifica y se entretiene con la música, los ritos, Dios o las mujeres. Tampoco es sencillez la búsqueda de lo esencial y el rechazo de lo que no los es. Esto significaría un proceso de opción de la mente, y toda opción de la mente se basa en el deseo, y así lo que llamamos esencial es lo que nos brinda satisfacción y placer. La mente por sí sola produce confusión y su elección también lo es. La opción entre lo esencial y lo no esencial no es sencillez, sino un conflicto, y la mente confusa que se encuentra en conflicto nunca puede ser sencilla.

Por eso la persona espiritual no es, en realidad, la que viste una túnica o la que ha hecho votos, sino aquella que es interiormente sencilla, aquella que no está "transformándose" en algo. Una persona espiritual es capaz de una extraordinaria receptividad, porque no tiene barreras, no tiene miedo, no va en pos de nada y es, por lo tanto, capaz de recibir la gracia, de recibir a Dios, a la Verdad o como nos plazca llamarlo. Sólo entonces puede haber felicidad, porque la felicidad no es un fin, sino que es la expresión de la realidad.

La sencillez combina la dulzura y la sabiduría. Es claridad en la mente e intelecto, ya que surge del alma. Las personas sencillas están libres de pensamientos extenuantes, complicados y extraños; su intelecto es agudo y despierto. La sencillez invoca a la intuición, al discernimiento y a la empatía para crear pensamientos espirituales.

Es sorprendente el deseo de alardear ante los demás, de ser alguien. La envidia es odio y la vanidad corrompe. Parece difícil y arduo ser sencillo, ser lo que somos y no presumir, ser lo que somos sin tratar de llegar a ser esto o aquello. Siempre podemos aparentar, ponernos una máscara, pero ser “lo que se es” constituye una cuestión muy compleja, porque siempre estamos cambiando, nunca somos los mismos y cada instante nos revela una nueva faceta, una nueva profundidad. No es posible ser en un instante otra cosa que uno mismo, porque cada instante conlleva su propio cambio. De modo que si somos al menos un poco inteligentes renunciaremos a ser esto o aquello.

Si no somos sencillos no podemos ser sensibles a los árboles, a los pájaros, a las montañas, al viento, a todas las cosas que existen en el mundo que nos rodea. Sin sencillez no podemos ser sensibles al mensaje interno de las cosas.

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