En España lleva por nombre Tiovivo; en Francia, Carrusel, pero acá en Argentina tiene un nombre sinónimo de infancia: Calesita. La historia de la calesita es un rompecabezas cuyas piezas no han sido unidas por la historiografía, pero es importante intentarlo, ya que Argentina es uno de los pocos países -el cuarto del mundo- que conserva esta tradición. Hasta tal punto este juego prendió en la cultura que la palabra “calesita” es porteña. “Vamos a jugar a la calesita”. La expresión primigenia era otra: “Juego de los caballitos”. Cuando todavía no existía la diferencia entre calesita y carrusel – las estructuras fijas que sólo giran y aquellas en las que, además de girar, los caballitos suben y bajan, el juego consistía en un caballo con orejeras que giraban como una noria y a su lado, en una calesa (pequeños carros de cuatro ruedas que se utilizaban en Europa central para llevar a las ciudades los productos de la tierra), iba corriendo un hombre.
Se cree que la primera forma conocida -según un viejo grabado alemán- se manifestó en Turquía y llegó a Europa por el misterioso camino de los viajeros. En Francia, Inglaterra y Alemania se convirtió en un juego de nobles. El tiempo la hizo un juego de niños.
El primer juego de caballitos que llegó a Buenos Aires era francés y se instaló entre 1867 y 1870 en Barrio Parque, que quedaba entre lo que hoy es el Teatro Colón y el palacio de Tribunales. Hubo que esperar hasta 1930 para que apareciera la primera fábrica, Sequealino e hijos, una firma de herreros italianos de Rosario, que hizo más de mil calesitas para América Latina. Con ellos ganó la forma que tiene hoy este juego: unos treinta lugares para ser ocupados.
En aquellos tiempos las calesitas aparecían en los llamados huecos de la Ciudad de Buenos Aires, espacios vacíos donde se instalaban las calesitas hasta que los dueños decidían construir y los echaban... Por eso es muy difícil tener una idea de cuántas calesitas hubo en la ciudad: cambiaban de barrio todo el tiempo. Se puede precisar, al menos, que en 1923 se instaló en Hidalgo y Rivadavia la más antigua que hoy queda en el país, trasladada primero al Jardín Zoológico y actualmente ubicada en Ayacucho (provincia de Buenos Aires). La década de 1920 trajo un gran cambio: la electricidad. Al poder mover la calesita con un motor, se modernizó la técnica, se aceleró la marcha y se reemplazó el organito que iba afuera por uno incorporado que crean los hermanos La Salvia. La calesita se identifica mucho con la idiosincrasia argentina, y porteña en particular. Este juego que viene de Turquía y entra por Europa, tiene en común la característica de la mezcla. Además Argentina es un país circular, de idas y vueltas: somos hijos de gente que nació en otro punto del mundo.
La calesita está representada en un gran abanico de aspectos de la cultura argentina: en la literatura -no sólo para niños, sino para adultos- en la poesía, en la música, en el teatro, en el cine, en la pintura, en la fotografía... hasta en la publicidad. Este juego retoma la pasión por lo circular que siempre ha tenido el hombre, que incluye manifestaciones particulares como el asado, el fútbol o el tango. No se puede concebir un porteño que no se haya subido a una calesita. La calesita aparece en los libros de lectura para chicos desde el 1900, como texto y como imagen. Pero una vinculación especialmente intensa es la de la calesita con el tango, que no ignoró la presencia de este juego en la vida cotidiana y le dedicó piezas antológicas. Hay que comenzar, por supuesto, por la grabación más famosa: “La Calesita”, poesía de Cátulo Castillo y música de Mariano Mores. Otro tango de Castillo y González Castillo (padre e hijo) fue grabado por Azucena Maizani: “Música de Calesita”, también una versión de Ignacio Corsini. Héctor Gagliardi escribió y recitó otros versos titulados “La Calesita”. Miguel Montero le cantó a este juego en “Viejo Baldío”. Por último hay una hermosa grabación de “La Calesita” por Aníbal Troilo y su orquesta. El Tango asimila La Calesita y la vincula mucho al derrotero del porteño al punto de ponerla como título de la película que dirigió y protagonizó Hugo del Carril: el personaje dice que su vida termina como una calesita que da vueltas, sin lugar donde parar, siempre en giro, siempre volviendo a empezar. Pero el tango no es la única música que se ocupó de este juego . Hay una balada de Leonardo Favio, “Vieja Calesita”, y grabaciones de Los Arroyeños.
En la literatura hay numerosas menciones: lo hacen Leónidas Barletta, Bernardo Verbitsky, Juan Ortíz. También en la narrativa infantil: María Elena Walsh es autora de “La Calesita Misteriosa”. Pero son muchas más las apariciones de este juego en la poesía: casi todos los grandes poetas argentinos lo han mirado, por ejemplo Raúl González Tuñón escribió: “La magia que da vueltas”; Baldomero Fernández Moreno “A un caballo de calesitas” y Francisco “Paco” Urondo, “Bar La Calesita”.
Hoy en la ciudad de Buenos Aires hay más de 30 calesitas. Casi todas están ubicadas en plazas y fueron construidas por Sequalino Hermanos. Las más clásicas tienen caballos de madera, otras tienen distintos animales y aviones. Una de las más célebres está en Parque Chacabuco: La Calesita de Tatín, que instaló Agustín Ravello. Ravello hizo que Tatín (Tato Cifuentes), un cómico chileno que trabajó en la televisión argentina -el que decía: “Yo soy Tatín, un chiquitín juguetón”- apadrinara esta calesita: también permitió que fuera locación de la película “Quiero llenarme de ti” que filmaron Sandro y Soledad Silveyra. El nombre de Tatín pasó, por extensión a Ravello y a su hijo, el actual calesitero. Tal vez la calesita más curiosa de Buenos Aires es la que queda en una casa de Liniers: Don Luis Rodríguez logró que le dieran permiso para terne su calesita en la esquina donde se levanta su casa, él mismo la cuida, la restaura, la pinta y arregla los caballitos. Con más de ochenta años, Don Luis no sólo sigue en su calesita sino que escribió dos volúmenes de “Memorias de un calesitero”, donde dice: “Mi padre compró la calesita que poseo en la actualidad en marzo de 1920 y venía equipada con un caballo para hacerla girar, éste era de pelo zaino y obedecía al nombre de “Rubio”. Y concluye: “Hay que cuidar las calesitas como se cuidan las plazas, porque son parte de la infancia y el niño es el padre del hombre. Si cuidamos al niño, recuperamos el futuro. Eso nos permitirá acercarnos al ideal de sociedad que queremos: una que respete la memoria”.
Se cree que la primera forma conocida -según un viejo grabado alemán- se manifestó en Turquía y llegó a Europa por el misterioso camino de los viajeros. En Francia, Inglaterra y Alemania se convirtió en un juego de nobles. El tiempo la hizo un juego de niños.
El primer juego de caballitos que llegó a Buenos Aires era francés y se instaló entre 1867 y 1870 en Barrio Parque, que quedaba entre lo que hoy es el Teatro Colón y el palacio de Tribunales. Hubo que esperar hasta 1930 para que apareciera la primera fábrica, Sequealino e hijos, una firma de herreros italianos de Rosario, que hizo más de mil calesitas para América Latina. Con ellos ganó la forma que tiene hoy este juego: unos treinta lugares para ser ocupados.
En aquellos tiempos las calesitas aparecían en los llamados huecos de la Ciudad de Buenos Aires, espacios vacíos donde se instalaban las calesitas hasta que los dueños decidían construir y los echaban... Por eso es muy difícil tener una idea de cuántas calesitas hubo en la ciudad: cambiaban de barrio todo el tiempo. Se puede precisar, al menos, que en 1923 se instaló en Hidalgo y Rivadavia la más antigua que hoy queda en el país, trasladada primero al Jardín Zoológico y actualmente ubicada en Ayacucho (provincia de Buenos Aires). La década de 1920 trajo un gran cambio: la electricidad. Al poder mover la calesita con un motor, se modernizó la técnica, se aceleró la marcha y se reemplazó el organito que iba afuera por uno incorporado que crean los hermanos La Salvia. La calesita se identifica mucho con la idiosincrasia argentina, y porteña en particular. Este juego que viene de Turquía y entra por Europa, tiene en común la característica de la mezcla. Además Argentina es un país circular, de idas y vueltas: somos hijos de gente que nació en otro punto del mundo.
La calesita está representada en un gran abanico de aspectos de la cultura argentina: en la literatura -no sólo para niños, sino para adultos- en la poesía, en la música, en el teatro, en el cine, en la pintura, en la fotografía... hasta en la publicidad. Este juego retoma la pasión por lo circular que siempre ha tenido el hombre, que incluye manifestaciones particulares como el asado, el fútbol o el tango. No se puede concebir un porteño que no se haya subido a una calesita. La calesita aparece en los libros de lectura para chicos desde el 1900, como texto y como imagen. Pero una vinculación especialmente intensa es la de la calesita con el tango, que no ignoró la presencia de este juego en la vida cotidiana y le dedicó piezas antológicas. Hay que comenzar, por supuesto, por la grabación más famosa: “La Calesita”, poesía de Cátulo Castillo y música de Mariano Mores. Otro tango de Castillo y González Castillo (padre e hijo) fue grabado por Azucena Maizani: “Música de Calesita”, también una versión de Ignacio Corsini. Héctor Gagliardi escribió y recitó otros versos titulados “La Calesita”. Miguel Montero le cantó a este juego en “Viejo Baldío”. Por último hay una hermosa grabación de “La Calesita” por Aníbal Troilo y su orquesta. El Tango asimila La Calesita y la vincula mucho al derrotero del porteño al punto de ponerla como título de la película que dirigió y protagonizó Hugo del Carril: el personaje dice que su vida termina como una calesita que da vueltas, sin lugar donde parar, siempre en giro, siempre volviendo a empezar. Pero el tango no es la única música que se ocupó de este juego . Hay una balada de Leonardo Favio, “Vieja Calesita”, y grabaciones de Los Arroyeños.
En la literatura hay numerosas menciones: lo hacen Leónidas Barletta, Bernardo Verbitsky, Juan Ortíz. También en la narrativa infantil: María Elena Walsh es autora de “La Calesita Misteriosa”. Pero son muchas más las apariciones de este juego en la poesía: casi todos los grandes poetas argentinos lo han mirado, por ejemplo Raúl González Tuñón escribió: “La magia que da vueltas”; Baldomero Fernández Moreno “A un caballo de calesitas” y Francisco “Paco” Urondo, “Bar La Calesita”.
Hoy en la ciudad de Buenos Aires hay más de 30 calesitas. Casi todas están ubicadas en plazas y fueron construidas por Sequalino Hermanos. Las más clásicas tienen caballos de madera, otras tienen distintos animales y aviones. Una de las más célebres está en Parque Chacabuco: La Calesita de Tatín, que instaló Agustín Ravello. Ravello hizo que Tatín (Tato Cifuentes), un cómico chileno que trabajó en la televisión argentina -el que decía: “Yo soy Tatín, un chiquitín juguetón”- apadrinara esta calesita: también permitió que fuera locación de la película “Quiero llenarme de ti” que filmaron Sandro y Soledad Silveyra. El nombre de Tatín pasó, por extensión a Ravello y a su hijo, el actual calesitero. Tal vez la calesita más curiosa de Buenos Aires es la que queda en una casa de Liniers: Don Luis Rodríguez logró que le dieran permiso para terne su calesita en la esquina donde se levanta su casa, él mismo la cuida, la restaura, la pinta y arregla los caballitos. Con más de ochenta años, Don Luis no sólo sigue en su calesita sino que escribió dos volúmenes de “Memorias de un calesitero”, donde dice: “Mi padre compró la calesita que poseo en la actualidad en marzo de 1920 y venía equipada con un caballo para hacerla girar, éste era de pelo zaino y obedecía al nombre de “Rubio”. Y concluye: “Hay que cuidar las calesitas como se cuidan las plazas, porque son parte de la infancia y el niño es el padre del hombre. Si cuidamos al niño, recuperamos el futuro. Eso nos permitirá acercarnos al ideal de sociedad que queremos: una que respete la memoria”.
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