EL CLIMA

viernes, 18 de diciembre de 2009

CONOCIENDO GENTE LIGIA PIRO









V
ale la pena escucharla, y no sólo cuando canta.
En el living de su casa, sobre el sillón color beige, se acomoda para contar que los festejos navideños dejaron de ser musicales cuando murió su abuela materna. “Eran fiestas síuper alegres.
Mi abuela Ángela iba para todos lados con bandejas y entonando algo.
Era ella a quien todos le pedíamos que cantara
”, concede una de las voces más verdaderas de la nueva escena de la música.
Jazz, bossa nova, rock… Ligia Piro se anima y puede con todo.
Es artista, mamá full time durante los descansos y las giras, y la esposa de David Libedinsky, baterista y ahora productor musical, padre de su hijo Román de casi tres años. Claro, la música entró a su casa hace rato. Hay tambores aquí y allá y apenas a unos pasos de la charla, una batería tamaño miniatura señala que su hijo está dando sus primeros golpes.
No era mi idea que fuera músico, la verdad es que lo veía chiquito. Pero él empezó a sacar las cacerolas del mueble de la cocina y a percusionar. No nos dio otra opción”, cuenta divertida y señala hacia un teclado de colores chillones: “Ese se lo regaló mi mamá, a él le fascina tocar cualquier cosa cuando llega del jardín.
Es impresionante que ya tenga un gusto tan definido”.
Todo el tiempo, Ligia pone a Román en primer plano, aun cuando tenga material de sobra para hablar de ella misma: está estrenando Según pasan los años, el espectáculo que presenta el 11 y 12 de diciembre en el Teatro Maipo, en donde compartirá escenario nada más y nada menos que con su mamá, Susana “la Tana” Rinaldi, esa mujer para quien, antes de que los años pasaran, Ligia era la pequeña hija con talento para la música.
Su padre, el reconocido artista Osvaldo Piro, también colaboró. “Hubo un día en el que mis viejos me tomaron en serio. Fue en el acto de fin de curso del colegio secundario. Canté frente a todos y al terminar me dijeron: `Vos vas a ser una grande... ¡Ya lo sos!´”. Ese reconocimiento, para un hijo, es muy fuerte” explica la cantante y aunque reconoce que su pasión es heredada, tiene una característica que le es propia: “Tengo muy buen humor. Mis viejos siempre dicen que no tienen idea a quién salí”, bromea.

¿Cómo es la relación musical que tenés con tu hijo? Cantamos juntos todas las canciones infantiles. El sapo Pepe es nuestro hit. Con su papá, en cambio, tiene una conexión más adulta. Mi hijo sabe quién es Herbie Hancock, por ejemplo, es un exquisito. Cuando sea más grande le van a decir que está un poco loco, como me decían a mí cuando hablaba de Billy Holiday en el colegio.

¿No escuchabas alguna cosa infantil para despistar? ¡Sí o me iba a convertir en la rara absoluta! Cantaba canciones de Los Parchis, que era lo que se usaba en aquel momento. Y siempre amé a Pipo Pescador.

¿Cómo te llevás con la tecnología? Es un arma letal por un lado y por el otro un mal necesario. La verdad es que trae muchos beneficios, la gente te escucha enseguida. Pero no tengo ninguna relación con lo tecnológico, más bien le escapo: ni mp3 ni celular moderno. Lo único realmente tecnológico en mi casa es el equipo de música.

¿Qué opinás de bajar música de internet? El disco tiende a desaparecer. Mi sobrino adolescente jamás pisó una disquería. ¡Eso sólo lo hacemos los melómanos! Y es algo tan lindo… Leer, mirar, tocar, oler. Esas cosas son fundamentales en un disco. Adoro tener la tapa, el librito con la edición original. Soy un bicho raro: jamás bajé música de internet. También adoro los libros, así que dentro de muy poco tiempo me voy a convertir en “un clásico” y no tanto por mis canciones, sino por mi estilo de vida.

Siendo una artista formada en conservatorio, ¿hay música que te da vergüenza que te guste? Bueno, por ejemplo la cumbia villera no me gusta pero a lo mejor me vas a ver moviendo el piecito al ritmo. Forma parte de mi metier, aunque el género no me encante. Pero nada me da vergüenza: me gustan Los Nocheros y hay temas del Paz Martínez que me matan. A Ricardo Montaner le sale el amor por los poros… Al final, es como esa publicidad de los amigos que se quejan de la canción Provócame (la canta con gracia), ¡y son los primeros en bailarla!

¿Tenés amigos dentro de la música o es un mundo solitario? Tengo más amigos de la vida. Los del secundario, con los que tengo un código irrompible, y un grupo de chicas entrañables que conocí estudiando teatro. También tengo grandes amigos en la música, aunque son pocos. Es una profesión en la que se comparte poco.

Cultivás un bajo perfil, ¿por qué? No me gusta la exacerbación de la imagen. La única exposición que me gusta es ante el público. De chica sufrí la popularidad de mis padres: mi vieja había lanzado su carrera internacional y nos fagocitaban los medios. ¡Era como un jugador de fútbol! ¿Si me quedó fobia? No, sólo disfruto de poder manejarlo. Llegar es fácil, a mí me interesa mantener un lugar.

¿Qué te pasa cuando ves shows como Cantando por un sueño? Respeto que se haga y que haya un jurado que lo evalúe. Particularmente, detesto audicionar, ¡me parece contraproducente para el arte! Lo hice mucho y nunca superé los nervios. No me gusta la televisión, me han hecho otros ofrecimientos y siempre dije que no.

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