EL CLIMA

sábado, 17 de noviembre de 2012


















Vamos por un nuevo fin de semana amado lector, 
vamos como siempre, por la alegria, y por seguir adelante
mas adelante que nunca, no tenemos miedo, ni tenemos 
temor de lo que vendra, somos de los que hemos aprendido
a ver la luz en el camino, y por ella vamos siempre guiados.
Nos metemos en el fin de semana, y vamos pensando tambien,
en la segunda y ultima quincena de noviembre, y anunciamos
aqui que pronto, despacito despacito, nos vamos a ir metiendo
con el pan dulce, algo de adornos y demas porque es obvio, llega
el fin de año, y aparecen las fiestas, asi que tenemos razones,
muchas razones para seguir, y para seguir estirando la vista aun mas
alla de lo que algunos se atrevieren a hacerlo, de modo que podemos
decir con confianza y conviccion, que empezamos, como decimos
siempre despacio, a meternos en la impronta del fin de año, pero lo
que para nosotros, es continuidad, tan solo pasamos uno o dos dias
y es como que continuamos marcha con las energias recragadas de
cara a un 13 que queremos anticipar realmente fantastico.
Amado lector, gracias como siempre por compartir la caravana,
sos nuestra razon de ser, que prosperidad, gracia y proteccion
te alcancen y el domingo, mas caravana por supuesto
besooos LC. 



REVISTA SELECCIONES ARGENTINA 


Una noche, en el verano de 1995, Cecilia Gillie, dormía apaciblemente en una casa de Varsovia bajo la tenue luz de una lámpara. Su respiración era acompasada y por momentos se movía, si bien tenía paralizados el brazo y la pierna izquierdos a resultas de un ataque de apoplejía. Sentado junto a ella
estaba Stanislaw Pruszynski, quien contemplaba admirado su bello rostro: la mujer, inglesa, tenía 88 años, pero su piel aún conservaba la lozanía. Hemos pasado juntos por tantas cosas, pensó, recordando que el destino los había unido hacía ya muchos años. Y ahora la rueda casi se ha detenido.  Luego salió silenciosamente del cuarto y fue a reunirse con su esposa. Stash, como le decían de cariño, no había conocido nunca a otra mujer como Cecilia.

Ella no sólo era una afanosa y eficiente ejecutiva de la BBC británica, sino también una dama elegante y culta que alternaba por igual con jefes de Estado, artistas y filósofos.
 Su sola presencia había alegrado la tenebrosa embajada de Polonia en La Haya, Holanda. El padre de Stash, un ex combatiente que fue herido durante la invasión de los nazis, era un héroe de guerra y lo habían nombrado embajador de Polonia en Holanda. Pero eso ocurrió en 1948, y  Ksawery Pruszynski estaba enzarzado en un aireado conflicto con el gobierno de su país, un  régimen impuesto por los soviéticos que estaba relegando a quienes, como él, no eran comunistas.
La visita de Cecilia a la Haya distrajo brevemente al embajador de sus preocupaciones. Era una entrañable amiga suya de los días de la guerra en Londres y traía consigo noticias, chismes y una manera de ser siempre fresca y espontánea.

Aunque Cecilia tenía más de 40 años, se daba tiempo para charlar con Stash e ilustrarlo en política, sociología y literatura.
En los siguientes viajes que hizo a La Haya le llevó muchos libros, que él leía con pasión. El padre de Stash murió en un accidente automovilístico en 1950 y la familia regresó a Varsovia. Los años que siguieron fueron de penuria. Al no recibir pensión ni tener trabajo, su madre terminó en la calle y él tuvo que pasar un tiempo en un orfanato estatal.

La rígida instrucción que recibió en adelante no se parecía en nada a las charlas aleccionadoras de Cecilia ni al mundo maravilloso de los libros que le habían regalado. Cuando terminó la enseñanza media estaba decidido a huir del país.



En agosto de 1995 se le presentó la ocasión. Conoció a un grupo de estudiantes ingleses que, junto con otras delegaciones, estaban de visita en Varsovia con motivo de un festival de la juventud. Valiéndose del inglés que había aprendido en el extranjero, pronto descubrió que esos jóvenes en realidad estaban allí por disfrutar de unas vacaciones baratas. -¿Por qué no te vienes con nosotros? –le preguntó Bridget Hains.
Los demás estuvieron de acuerdo y entre todos tramaron un plan para sacar a escondidas de Polonia a su nuevo amigo. Stash los escuchó azorado y a la vez conmovido.
Cuando llegó el día en que las delegaciones debían partir, Stash se mezcló con los ingleses en la principal estación ferroviaria de Varsovia –con el pelo rubio burdamente teñido de negro por todo disfraz- y subió a hurtadillas al tren.


Una vez en el vagón, trepó a la rejilla portaequipaje y se ocultó bajo una pila de abrigos y maletas. Bridget se acostó encima de la ropa, en la orilla exterior de la rejilla, y fingió estar enferma. El tren tardó más de 48 horas en atravesar Polonia y Checoslovaquia. En los puestos de inspección fronterizos Bridget se ponía a gemir cuando mostraba su pasaporte. Uno de sus compañeros explicaba a los policías que la joven se sentía mal y que la rejilla era el único lugar donde podía acostarse.
Cuando llegaron a Alemania Occidental, Stash se entregó a las autoridades y pidió asilo político. Lo enviaron provisionalmente a Munich, a una posada para refugiados. Al despedirse de sus amigos ingleses deseó fervientemente que pudieran localizar a Cecilia y le dijeran en dónde estaba.

Casi al final de ese mes recibió una carta. Cecilia se había casado con Darsie Gillie, corresponsal del Manchester Guardian, y vivía con él en París. “Creo que podremos ayudarte a conseguir una visa británica”, le escribió, “y nos gustaría mucho costearte los estudios”.
A Stash lo conmovió el generoso ofrecimiento, pero titubeó. ¿Haré bien en aceptar?, se preguntaba. Decidió dejar correr unas semanas para meditar en su respuesta. Entonces recibió otra carta de Cecilia. “Quisiera saber porqué eres tan desatento”, le reprochó. “Las personas bien educadas al menos acusan recibo de una carta cuando otras les ofrecen ayuda”.
Muy avergonzado, Stash se apresuró a contestar. Ofreció disculpas y les hizo saber que aceptaba su propuesta.
Cecilia era miembro de uno de los círculos de amigos y celebridades más animosos de París y solía invitar a cenar a su apartamento a los artistas, estrellas de cine y políticos más famosos de Francia.
Además, excepto en las bibliotecas, Stash nunca había visto tantos libros como en esa casa.
Cuando llegó, la anfitriona ya había ultimado los detalles del plan para su educación. Al cabo de unos meses lo envió a Escocia, a la Universidad de Edimburgo.


Durante cinco años los Gillie le compraron ropa y le enviaron
un pago mensual. El joven regresaba a París a pasar las vacaciones. Cecilia supervisaba sus lecturas de Shakespeare,
Hemingway y Françoise Sagan, y Darsie le enseñaba historia y arqueología. Los tres salían a comer a la campiña y
visitaban los grandes monumentos góticos y románicos.
Stash sabía que se había vuelto casi un hijo para esa pareja de herederos, pero aun así le remordía la conciencia por recibir tantas cosas sin dar nada a cambio.
Entonces descubrió que Cecilia no sabía nadar.
¡Le tiene miedo al agua!, pensó. Por fin iba a poder enseñarle algo.



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Cómo manejar su enojo

Sabe controlarse en las situaciones críticas o ¿Está usted en camino de un infarto?
                                                                                     POR BETTY JO SCHULER

[Pongamos por ejemplo un caso hipotético, pero común: Anita Juárez y Ricardo Huerta están enojados porque su patrón acaba de anunciar un recorte personal y les ha pedido a 40 compañeros de ellos que vacíen sus escritorios y se marchen. Anita irrumpe en al oficina del patrón y le protesta airadamente. Por la noche arremete contra su marido. –Sigues sulfurándote así, un día te estos te dará un infarto- le advierte él. 


ricardo esta tan molesto como ella, pero, por temor a quedarse sin empleo, no dice nada. En casa abre una cerveza y se pone a rumiar su indignación en silencio frente al televisor. Entonces su mujer le dice: -Si sigues aguantándote los disgustos, el día menos pensado te infartarás.


¿cuál de los dos tiene razón? ¿Que es mejor para la salud: expresar la ira o contenerla? ¿Que es mas conveniente para la vida profesional? ¿Y para el matrimonio? Los estudios mas recientes sobre el tema nos brindan algunas respuestas.


“En una antigua etapa de nuestra evolución, el enojo era importante para sobrevivir. Nos preparaba para atacar y vencer a quien nos lo causaba”, afirma el psicólogo Aron Siegman. Dado su origen primitivo, no es de extrañar que este sentimiento a menudo incite a la acción.


Hace dos décadas se llegó a la conclusión de que reprimir la ira era dañino y expresarla era benéfico. La psicología popular adoptó el alarido primitivo como panacea: “deshóguese y se sentirá mucho mejor”. Mas tarde, los investigadores asociaron las cardiopatías con ciertos rasgos de carácter, y el “emocionalismo” comenzó a perder popularidad.


unos cardiólogos de San Francisco que en los años 60 efectuaron un estudio con 3400 hombres observaron que los temperamentos impacientes y agresivos (clasificados como de personalidad tipo A) eran más propensos a contraer males del corazón que los tranquilos (personalidad tipo B). La vida acelerada y competitiva parecía ser la antesala del infarto.


sin embargo, al principios de los años 80, una serie de estudios demostraron que el riesgo de contraer afecciones cardiacas no era mayor entre los individuos de personalidad tipo A. surgió entonces la teoría de la hostilidad, uno de cuyos precursores, el doctor Redford Williams, director de investigación de la conducta en la Universidad de Duke, averiguó que, si bien la mayoría de los rasgos de la personalidad A no contribuyen al desarrollo de las cardiopatías, hay uno que si las favorece, y de manera decisiva: el enojo hostil.


williams elaboró un cuestionario para determinar el grado de hostilidad de las personas (ver la pagina siguiente), y con base en él identificó cuna personalidad hostil, o de tipo H, en la cual agrupó a las personas suspicaces, desconfiadas, coléricas y propensas a llevar este modo de ser a la acción. “Yo mismo soy asi”, confiesa Williams. “Los de este tipo somos de los que siempre tocan el claxon en los embotellamientos”.


un cierto estudio, 255 estudiantes de medicina varones se sometieron a una prueba ordinaria de personalidad. Entre aquellos que presentaron un alto grado de hostilidad se observó, 25 años después, una incidencia de cardiopatías de cuatro a cinco veces mayor en los demás.


aunque la teoría de Williams coincide con el sentido común, algunos investigadores objetan su carácter especulativo. Ningún otro estudio ha podido confirmar que la conducta del tipo H propicie las enfermedades. Además, hay quienes aún insisten en que reprimir la ira es perjudicial.


De un estudio efectuado en la Universidad de Michigan por la epidemióloga Mara Julios se sacó en conclusión que no es sano aguantarse el coraje cuando se sufren insultos o ataques verbales injustificados. “Seria nocivo no manifestar nuestro enfado si alguien nos dice que somos unos estupidos”, señala la investigadora.


pese a los desacuerdos, los expertos coinciden en que conviene entender y dirigir esta emoción humana elemental. Lo más saludable, según la doctora Julios, en concentrarse en resolver el problema que ha causado el enojo.


El epistemiólogo Ernest Harburg efectuó dos estudios con grupos representativos de todos los estratos sociales, uno en Detrit, en los años 60, y el otro en Buffalo, en los 80. A todos los participantes les tomó varias veces la presión arterial y les preguntó como reaccionaban si su jefe les gritaba sin motivo. Los que presentaban invariablemente la presión más baja eran los que, sin importar si en un principio de mostraban o no su enojo, más tarde acudían al jefe para resolver el problema dialogando.

¿Es usted del tipo H?


  A HOSTILIDAD CRONICA no es tan fácil de medir como la presión arterial, pero las respuestas que dé usted a estas preguntas pueden indicar si está en peligro de contraer un trastorno cardiaco:
¿Se impacienta usted cuando el ascensor tarda mucho en llegar?
¿Alguna vez se ha disgustado tanto con alguien como para pegarlo o darle un empujón?
¿Vuelve a enojarse cuando recuerda incidentes molestos?
Al hacer cola en una caja rápida del supermercado, en las que sólo se permite llevar diez artículos. ¿cuenta usted las mercancías que llevan quienes están delante para saber si son más de diez?
Si el peluquero le corta demasiado el pelo, ¿se queda usted molesto varios días?
Si un cobrador le da mal cambio, ¿supone usted que está tratando de tomarle el pelo?
¿Lo dejan enfadado las pequeñas molestias que se van acumulando en el curso del día?
Cuando un automovilista se interpone en su camino, ¿enciende usted las luces y toca el claxon?
¿Se ha alejado de sus amigos cercanos por sentir que lo defraudaban?
¿Se irrita a menudo ante la incompetencia de los demás?
Cuando su cónyuge se pone a cocinar, ¿lo supervisa usted para que no queme nada?
Si alguien no se presenta a tiempo a una cita, ¿se pone usted a planear una reprimenda para dirigírsela después?
  Tres o menos respuestas afirmativas: es usted una personas tranquila. De cuatro u ocho: valores normales. Nueve o más: su grado de hostilidad es alto.

                 Doctor Redford Williams y Virginia Williams, en Anger Kills (Times Books)




Los expertos en administración de empresas concuerdan en que esta forma de manejar el enojo da buenos resultados en la vida laboral. “Expresar irritación en el centro de trabajo suele suscitar reacciones negativas”, afirma la psicóloga Patricia Arredondo, presidente de una consultoría en administración de empresas.


sin embargo, el propio centro de trabajo es un foco de tensiones que pueden provocar enojo, sobre todo en esta época de recortes de personal. Reprimirse no es la solución, pues el enojo contenido podría desahogarse con actos de agresión pasiva (como criticar al jefe a sus espaldas o hacerse menos productivo) o manifestarse con trastornos tales como depresión o dolor de cabeza o de espalda.


Pero el centro de trabajo es para trabajar, no para analizar problemas sentimentales”, señala la psicólogo Harriet Lerner, quien recomienda no reaccionar a cada una de las pequeñas injusticias que allí se cometen, sino esperar un momento oportuno y expresar el enojo de manera inteligente.


lerner cita el caso de una psiquiatra a quien, durante una campaña de reducción de gastos de la clínica en la que trabajaba, se le pidió que recetara medicinas aunque juzgara que en ciertos casos estaba mas indicaba la psicoterapia. Llegó un momento en que sintió deseos de irrumpir en la oficina de su jefe y decirle que sus instrucciones no eran éticas.


En vez de eso, se detuvo a pensar en lo que iba a decir y luego abordó al jefe en actitud tranquila. Su proceder dio resultado. El jefe la escuchó y discurrió el modo de cumplir con las exigencias financieras de la clínica sin impedir que ella brindara el tratamiento que le pareciera necesario.


Desahogar el enojo en el trabajo tiene sus riesgos, pero desahogarlo en casa, si se sabe cómo, es inofensivo y hasta balsámico. De hecho, los cónyuges que disienten y se enfadan a menudo, pueden tener una relación estable; lo que importa es la manera en que expresan este sentimiento.


En un estudio de diez años de duración, el profesor de psicología John Gootman averiguó que las parejas explosivas son capaces de llevar muy buenas relaciones, siempre y cuando sus integrantes no se culpen ni se insulten. 


Lea en el trabajo o en casa, el enojo crónico (como al ansiedad o la desesperanza crónicas) es perjudicial. Si lo acomete la ira, los expertos le aconsejan respirar profundamente y preguntarse si el motivo del enojo es importante y lo justifica, y si servirá de algo enojarse.


i la respuesta es no, cálmese: salga a dar un paseo, escuche un poco de música o cierre los ojos y concéntrese en su respiración.


Pero no desatienda el enojo. “Asi como el dolor físico nos manda quitar la mano de una estufa caliente, asi también el dolor de la ira nos exige adoptar una actitud favorable a nosotros mismos”, señala Harriet Lerner, “No se trata de librarse del enojo, sino de utilizarlo como vehículo para lograr un cambio positivo”

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