EL CLIMA

lunes, 22 de octubre de 2012

CHOLULISMO
















¿Quién no conoce el cholulismo? ¿Quién no ha visto comportamientos cholulos en la calle o en la televisión? Son comportamientos estúpidos, frívolos, superficiales, zonzos, disculpables en los niños pero no más allá, que no visten ni hablan bien de la personalidad del quía, sobre todo si éste es un muchacho de posibles.

Cada vez que estuvimos frente a un caso de cholulismo sentimos vergüenza ajena. Y sin embargo, igual nos hemos reído, pero sólo porque resulta increíble ver tanta estupidez junta y tan generosamente dispensada frente a espectadores ocasionales o circunstanciales. Pero también nos hemos vuelto a sentir avergonzados inmediatamente y puede que muchos hayamos dejado de mirar porque esas muestras de cholulismo  nos ponían  mal.

¡Cómo negar que todo sucede  de ese modo cuando el o los cholulos son otros y no nosotros! ¡Nosotros jamás…! Pero, ¿acaso ninguno de nosotros ha  tenido comportamientos  cholulos  alguna vez?

Claro que no todo el mundo dispone de un ídolo o de un personaje famoso a su alcance en cualquier momento de su vida. Los famosos -que siempre son los ídolos preferidos de los cholulos- frecuentan ciertos lugares, pero no todos los lugares. De modo que ante su eventual carencia bien se podrá contar con varias docenas de ellos  con sólo hacer zapping en el televisor.

La televisión, que ayuda bastante a adquirir hábitos, actitudes y comportamientos de cholulos, no debe hacernos olvidar que antes de ella también existía el cholulismo y los cholulos, por lo menos en Argentina.

¡Sí, claro, cuando existía la radio!, pensará el lector avispado. Sí, la radio también generaba cholulos, pero… ¿y antes de la radio qué…? Y él mismo lector, pletórico de entusiasmo, dirá que estaba la fotografía para producir idolatrías, y que antes de ella estaban los libros, y más atrás las pinturas, y los dibujos… y me detengo aquí porque sería de nunca acabar.

Ahora bien, aunque no existieran aparatos de registro, ni soportes tecnológicos, ni industrias culturales, ni técnicas gráficas, ni escritura, bastaría con tener referencias o mentas de personajes, de celebridades o de lugares que han sido escenario de acontecimientos muy conocidos para concitar adhesiones, adicciones, amores, fanatismos y entusiasmos desbordantes sobre ellos. Formas de adoración que se incrementarían mucho más con el auxilio y la calidad de la memoria efectivamente interviniente en torno a cada asunto referido.

La clave radica, pues, en  la curiosidad que el asunto concite; y ésta se ve influenciada por el grado de estimación de dicho asunto por parte de la persona de que se trate.

A su vez, la estimación se vincula, en general, con la  novedad, aunque no siempre, pues a menudo la ausencia de ella (por ejemplo cuando se está ante hechos conocidos, o que perduran desde largo tiempo, incluso desde épocas muy lejanas) puede ser compensada por el grado de estimación o deseo que posea en si un objeto de admiración desenfrenada, lo cual podría basarse en su importancia real, en su trascendencia simbólica, en la fama conquistada, en la verdad o verosimilitud que se le atribuya, etc, etc.

Y como la curiosidad es algo común a todo el género humano, y ella está siempre presente en todo comportamiento cholulo, es posible decir que todos somos cholulos potenciales. Más aún, que todos lo hemos sido alguna vez.

Claro que cuando hablamos de este tipo de comportamiento nos asaltan escenas del tipo de los fans rodeando a su ídolo, pero no de una manera circunspecta, ni atenta,  prudente y respetuosa. ¡No, no, no…!, lo típico del cholulismo consiste en el entusiasmo del cholulo, en sus arrebatos, en su jolgorio, a menudo en  su delirio y hasta puede que en su capacidad melodramática, como en el caso de aquél que prorrumpió en llanto incontenible porque ya podía  morirse feliz después de haber podido tocar el pantalón del Sai Baba, después del sacrificio representado por aquel largo viaje desde Villa Lugano hasta la India, pagado en doce o más cuotas con la tarjeta de crédito. O  sin irnos tan lejos, porque una vez cuando era niño  y era pobre (para hacer más tierna la escena) corrió como una cuadra junto al coche oficial que llevaba al entonces Presidente Perón, y éste lo miró y extendiendo su mano rozó la suya fugazmente (!!!), ¡y además le sonrió de oreja a oreja! De todos modos, para lo que queremos demostrar aquí habría dado igual que el presidente hubiera sido Fernando De la Rúa o cualquier otro.

Otra imagen emblemática del cholulo lo presenta dando codazos a diestra y siniestra en la calle para colocar su cara frente a las cámaras de televisión; o en una manifestación política o sindical para colocarse en la fila de adelante, junto a los dirigentes. Ocurre que el poder de la televisión es inmenso respecto a poder sacar a alguien del anonimato y la oscuridad perennes y llevarlo a la galería de los personajes de época.

¡Quién no recuerda al típico cholulo argentino mirando la cámara con una tremenda sonrisa mientras agita una mano en señal de jocundo saludo a los espectadores, mientras aparece por detrás del entrevistado, alguien en cuya cercanía estima muy dignificante quedar registrado!

Luego está la obsesión del cholulo por coleccionar “reliquias” de su ídolo, tanto  por las buenas como por las malas. Y si no averigüen por qué algunos ídolos se fueron del país, o se alejaron de los clásicos apretujones  con sus fans. Precisamente, a más de uno le arrebataron el peluquín en tiempos en que ser pelado era una cruel minusvalía, y a otros u otras les arrebataron la cartera, la billetera, el reloj, etc, etc.

En cambio, por las buenas lo más solicitado ha sido siempre el autógrafo del ídolo, pudiendo consistir simplemente en una bella rúbrica, o -si tiene lugar la feliz confluencia del Destino y la Fortuna-, en un autógrafo con dedicatoria, para lo cual el ídolo deberá preguntarle el nombre, pero si además le preguntó el apellido el cholulo quedará pipón por largo tiempo.

Las cerecitas del postre son dos gestos posibles de realizar por el ídolo para cerrar ese estado de comunión, los que serán inolvidables para nuestro personaje. El primero es el clásico estrechón de manos cálido y prolongado, sintonizando simultáneamente las respectivas miradas; y el otro es ¡el abrazo! Éste último -suele creer el cholulo-  posee una supuesta  mayor profundidad afectiva y emocional de parte del ídolo, lo cual con frecuencia no es real ni genuino, sobre todo si éste aprendió a repartir abrazos mecánicamente.

Ahora bien, si a los ejemplos precedentes se le agregara  a continuación una fotografía del cholulo con su ídolo, él primero  quedará mucho más  satisfecho aún, pues no sólo se llenará la boca hablando siempre de aquel suceso sino que exhibirá  la fotografía por el resto de su vida en el living de su casa y detrás de un vidrio enmarcado, presumiendo ante familiares y amistades acerca de un supuesto  vínculo que habría forjado en el pasado con su admirado ídolo.

Claro que si la dedicatoria se la hubiera realizado el autor de un libro, tras comprarlo en ocasión de su presentación, el mismo integrará el patrimonio del cholulo, quien  seguramente lo transmitirá a aquel de sus descendientes que mejor sintonice con el autor, si se diera el caso de que  llegara  a conocer y frecuentar la lectura de su obra. De no ser así, es probable que la herencia sea destinada al primogénito, generalmente aquél  sobre el cual sus padres tienen mayores expectativas respecto de sostener bien alto sus  afecciones e idolatrías, especialmente tratándose de los hijos varones respecto del padre, aunque sin importar  demasiado si  las mismas son buenas o malas,  dignas o indignas.

Por cierto, el heredero puede cambiar respecto a los amores y odios legados por sus padres, como habrá sido el caso seguramente -¡eso espero!- de los hijos de aquellos cholulos que en su momento exigieron que el dictador Videla fuera el padrino de bautismo de su séptimo hijo varón. ¡Quién no conoce ejemplos al respecto! ¡Y si no los conoce averigüe y se sorprenderá! De todos modos, tampoco habrían sido  menos cholulos,  para el caso, si el presidente de la nación hubiera sido elegido constitucionalmente.

Vale recordar que el cholulo de este último tipo de ejemplo suele poner a su heredero el nombre de pila del presidente de la nación -sea de facto o constitucional-  acompañado en ocasiones por su propio nombre, en una suerte de inconsciente pero muy frecuente apelación a las moiras para que dicha asociación funcione  como talismán de la buena suerte.

Claro que existen padres que no aceptarían jamás el padrinazgo presidencial ni el nombre correspondiente a éste si ellos mismos pertenecieran a un partido político distinto u opositor al de aquél. Asimismo, otros padres jamás harían algo semejante tan sólo por considerarlo, precisamente, como la quintaesencia del cholulismo.

No obstante, muchos de estos independientes respecto de la política y los fanatismos de tiempo presente suelen imponer a sus hijos, muy sueltos de cuerpo, los nombres del catálogo de héroes y personalidades de la historiografía liberal o de la revisionista nacionalista; otros tantos siguen los lineamientos de la vertiente marxista, y otros, no menos cholulos que los anteriores, se basarán en el manantial de ejemplos de la cristiandad, cualquiera sea el campo confesional elegido. Y no necesariamente porque conozcan bastante de sus afecciones y consiguientes rechazos ya sea por lecturas propias o por tradición familiar, sino porque, simplemente, para ellos las cosas son así y ellos no las van a torcer.

Así, en más de medio siglo de vida he conocido varios Leandro, Hipólito, Juan Domingo, Eva Victoria, Guillermo Patricio (¡que también tuvo sus seguidores, no se vaya a creer!), José Antonio, Adolfo, León, Ernesto, Fidel, Camilo, etc; Sol, Libertario, Germinal, Simón, Severino, etc, correspondientes a reconocidas vertientes políticas e ideológicas.

A los anteriores se deben  agregar los nombres previsibles de la iconografía política actual que seguramente serán reconocidos en las próximas décadas.

Dispense el lector si no incluyo ejemplos de nombres bíblicos o de la hagiografía católica, ni los de la evangélica, pues su descomunal extensión resultaría abrumadora. No obstante, si es de su interés puede consultar el santoral de la Iglesia Católica con los nombres correspondientes a los nacimientos de cada día del año. Y si prefiere una orientación más jugada le doy a continuación una lista de nombres típicos de mujeres en la España Católica, todavía portados por muchas sobrevivientes: Concepción, Dolores, Tormento, Martirio, Consolación, Desolación, Consuelo, Angustias, Socorro, Gracia, Agraciada, Mercedes, Ángeles, Eva, Anunciada, Anunciación, etc.

Tampoco hay que olvidar los nombres provenientes del mundo artístico, especialmente los del cancionero popular y  del cine, tanto nacionales como internacionales. Deduzca luego por qué entre nosotros existen tantos contemporáneos llamados Marisol, Violeta, Leonardo Favio, Sandro, Néstor Fabián, Hugo Marcel, Beto Orlando, Juan Ramón, etc; y otros Axel, Cristian, Emmanuel, Julio, Diego, Talía, Shakira, Verónica; y Brad, Marlon, Michael, Maykel y Maicol, Britney y demás nombres de rubias bobas del cine norteamericano como Lacey, Stacey, Jacey y Casey,  etc, etc.

Para el cholulo su admiración por el nombre de su ídolo encierra tanto una desmesurada fe en sus supuestas propiedades mágicas, así como también una apuesta a disparar la nostalgia en un impreciso tiempo futuro, por ejemplo al  momento de escribirse o de pronunciarse el mantra portado por su hijo o hija queridos delante de otras personas.

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