EL CLIMA

sábado, 4 de agosto de 2012

INFORME VILLAS



Las villas de emergencia se originan en la década del 30 como un malestar de la modernidad. De la mano de las crisis de las economías regionales, de los procesos de industrialización y de la falta de infraestructuras edilicias para contener los incrementos de población, terminan consolidándose como una forma de producción del espacio urbano.

A lo largo de mas de 80 años se han sucedido una serie de políticas tendientes a revertir el fundamento esencial que constituye a las villas: la precariedad asentada y organizada en un territorio usurpado. El concepto de radicación surge como una reacción a la violencia ejercida durante la última dictadura militar. Las nefastas imágenes de las topadoras de Cacciatore, avanzando sobre las casillas y las vidas de miles de pobladores de asentamientos porteños, fueron un motivo suficiente para que en 1984, con el retorno a la democracia, se desarrollara esta idea reparadora. La radicación consiste básicamente en la integración, tanto física como social, de la villa a la estructura urbana circundante, respetando las formas de sociabilidad de sus habitantes. Más tarde se le suma también la cuestión de la propiedad, apuntando a un cambio de status en la población: de ocupante ilegal a propietario legal a través de la adquisición escriturada de las viviendas.
La imposibilidad de vivir con las normas y costumbres metropolitanas, ya sea por defecto o por exceso, ya sea por indigencia o por miedo, provoca que se generen polos que interactúan en la misma dirección pero con sentidos contrarios.
La historia de las villas miseria en Buenos Aires reconoce dos líneas de fuerza que la mayoría de las veces estuvieron enfrentadas, y en muy pocas ocasiones coincidieron.

Por un lado, las distintas corrientes migratorias (internas y externas), que a lo largo del siglo XX modificaron radicalmente el perfil de la ciudad. Por el otro, los intentos de las autoridades municipales y nacionales por encontrar una “solución” –que la mayoría de las veces fue simplemente erradicación e incluso deportación– para el problema que presentaban los asentamientos de familias de bajos recursos que no lograban tener un hogar.

En un principio transitorios o de emergencia, con el correr del tiempo esos barrios se hicieron permanentes, y así surgió una nueva categoría social, el villero, y con ella formas culturales e identidades socio-políticas propias.
El crecimiento de las villas de emergencia en el país está directamente relacionado a la gran concentración de población en los núcleos urbanos a causa de las migraciones, tanto externas como internas. Buenos Aires creció por bruscos estirones, en dos momentos bien marcados de su historia.

“Entre 1880 y 1910, llegaron a la Argentina cuatro millones de europeos, de los cuales el 60% se radicó en Buenos Aires. Entre 1936 y 1947 más de un millón de personas del interior del país se desplazaron hacia las ciudades, empujadas por los desfavorables términos del intercambio económico interno” (1)

A principios del siglo XX, la infraestructura de la ciudad de Buenos Aires no estaba preparada para recibir millones de personas llegadas tanto del interior del país como de ultramar. Cuando en 1886 la Capital Federal incorporó a su jurisdicción las alejadas localidades de Flores y Belgrano, la mayor parte de su superficie era campo.

Desde un punto de vista estructural y demográfico, las villas miseria quizás sean un “efecto colateral” no calculado por el proyecto de país de la Generación del ’80. La gigantesca granja agrícola-ganadera que abastecía de alimentos al mundo industrializado, concentraba sus riquezas en la zona pampeana, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires y en la Capital, centro administrativo del país. Como parte de aquel proyecto agroexportador, se fomentó la “europeización” de la población argentina mediante la inmigración, que generó una explosión demográfica. Entre 1895 y 1914 el porcentaje de habitantes nacidos en el extranjero fue superior al 25%
La gran concentración de habitantes en zonas urbanas también estuvo alimentada por corrientes migratorias internas. El trazado de las líneas de ferrocarriles del modelo agroexportador del ‘80, concentrado como un embudo en Buenos Aires, facilitó posteriormente la llegada de migrantes desde el interior del país, en un proceso lento que alcanzaría su punto de ebullición en la década del ’40. Pensadas para transportar granos y carnes desde las provincias hacia el puerto, esas líneas ferroviarias permitieron el éxodo de miles de personas, hasta despoblar muchas regiones del país y desbordar a Buenos Aires.

En la actualidad no hay un consenso acerca de cuál fue la primera villa miseria de la ciudad. La mayoría de los estudios indican que fue la Villa Esperanza, de 1932, pero se pueden mencionar algunos casos anteriores como antecedentes.

A mediados del siglo XIX se instalaron en lo que hoy es Parque Patricios los Mataderos del Sur de la Convalecencia, que son los que le dieron al barrio el antiguo nombre de Corrales Viejos, ya que las calles Catamarca, Boedo, Chiclana y Famatina se habían cercado con postes y en su interior se faenaba ganado vacuno, porcino y ovino. También se llamó Barrio de Las Ranas (2), por la cantidad de esos batracios que vivían en los numerosos charcos sucios de la zona, y Barrio de Las Latas, porque de latas, chapas, cartones y géneros en desuso eran las casas en que vivían muchos de sus habitantes, desde Cachi hasta Zavaleta.

Es en este mismo lugar donde existió “La Quema”, un vaciadero municipal donde en carro se arrastraba la basura para ser quemada. Ante la necesidad, eran muchos los que acudían a la Quema y revisaban cuidadosamente esa mezcla de excremento y desperdicios para su uso o para obtener alguna ganancia con su venta. A estos antecesores de los cartoneros de hoy se los llamó “quemeros” o “cirujas”, una especie de apócope de cirujano, por la puntillosidad con que revisaban la basura.

Hacia 1890, la ciudad tenía 440.000 habitantes, de los cuales 95.000 vivían en 37.000 casillas de zinc y de madera, de chapa o cartón.

Pero estos casos, si bien son significativos y sentaron un precedente, no fueron vistos como un problema por el resto de la ciudad; seguramente por la ubicación en la que se desarrollaron, lejos de la opulencia del centro de la Capital. Además, la gran mayoría de la inmigración europea llegada entre fines del siglo XIX y principios del XX, encontró una solución a su necesidad de alojamiento en dos formas originales de vivienda, la casa chorizo y el conventillo. Rosa Aboy estima que en este período “como consecuencia de la inmigración europea, alrededor de la cuarta parte de la población (de Buenos Aires) acabó viviendo en conventillos”

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