EL CLIMA

miércoles, 15 de febrero de 2012

SOBRE LO OMINOSO


El texto de Freud fue publicado en 1919. Según una carta a Ferenczi del 12 de mayo de ese año, sería fruto de una reescritura de un antiguo manuscrito sobre el tema. Como señala el propio Freud en una nota al pie, en el artículo, ya hay una referencia a la relación entre lo ominoso y el animismo y la omnipotencia del pensamiento, en "Tótem y Tabú".

I

La posibilidad de "diferenciar algo ominoso dentro de lo angustioso".
El sentido común que puede obtenerse para el término ominoso, tanto por la vía de "pesquisar el significado que el desarrollo de la lengua sedimentó en la palabra ominoso" como la de agrupar todo aquello que en personas y cosas despierta en nosotros el sentimiento de lo ominoso, es "
aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo".

Si se rastrea el sentido y uso del término "heimlich" (familiar, que sería lo opuesto a "unheimlich", ominoso, pero que forma parte de esa palabra), en el diccionario de la lengua alemana de Daniel Sanders, encontramos que no es unívoco, "sino que pertenece a dos círculos de representaciones que, sin ser opuestos, son ajenos entre sí: el de lo familiar y agradable, y el de lo clandestino que se mantiene oculto". El término "unheimlich" no es opuesto al primer círculo de representaciones sino al segundo, tal como lo utiliza Schelling al referirlo a aquello que "estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, ha salido a la luz".

El mismo ejercicio aplicado al diccionario de los hermanos Grimm lleva a Freud a señalar cómo "heimlich es una palabra que ha desarrollado su significado siguiendo una ambivalencia hasta coincidir al fin con su opuesto, unheimlich. De algún modo, unheimlich es una variedad de heimlich"

II

Entre las situaciones o cosas que podrían despertarnos el sentimiento de lo ominoso, E. Jentsch ubica algunas figuras de cera o autómatas de ingeniosa construcción. La puntualización de Jentsch no lo convence a Freud, pero le da el pie para abordar el cuento "El hombre de la arena" (mencionado por Jentsch) de E.T.A. Hoffman ("el maestro inigualado de lo ominoso en la creación literaria", según Freud).

Justamente, lo primero que señala Freud es que "el motivo de la muñeca Olimpia en apariencia animada en modo alguno es el único al que cabe atribuir el efecto incomparablemente ominoso de ese relato, y ni siquiera es aquel al que correspondería imputárselo en primer lugar". Para Freud, el elemento central de ese relato y factor principal en el efecto ominoso es "el motivo del hombre de la arena que arranca los ojos a los niños", tal como se lo describe un aya a Nathaniel, quien lo identifica con el repelente Coppelius.
Como bien señala Freud, ya en ese momento del cuento estamos frente a la ambigüedad de saber si se trata de un primer delirio del niño poseído por la angustia o de un informe que habría que concebir como real en el contexto ficcional del relato. La escena en que Coppelius se propone echarle a los ojos unos puñados de carboncillos ardientes, retoma el relato del aya (con la sustitución de puñados de arena por puñados carboncillos llameantes).

Luego Nathaniel creerá reconocer esa figura terrorífica en el óptico ambulante Giuseppe Coppola que vende "bellos ojos", es decir gafas, y a quien le compra un prismático de bolsillo con el que espía la casa lindera del profesor Spalanzani, donde divisa a su hija Olimpia, "bella pero enigmáticamente silenciosa e inmóvil", de la que se enamora perdidamente. Esta Olimpia "es un autómata al que Spalanzani le ha puesto el mecanismo de relojería y Coppola - el hombre de la arena - los ojos". Luego de la pelea entre estos dos personajes por la autómata, en la que Coppola se lleva la muñeca, sin ojos, y Spalanzani arroja la pecho de Nathaniel los ojos de Olimpia que permanecían en el suelo bañados de sangre, este es presa de un nuevo ataque de locura en cuyo delirio se aúna la reminiscencia de la muerte del padre.

Recobrado de su enfermedad, cuando Nathaniel parece al fin sano, ha recuperado a su novia se propone desposarla, al mirar la plaza y la gente desde lo alto de la torre del ayuntamiento, con el prismático que le vendiera Coppola, a este personaje terrorífico. Enloquece nuevamente, y luego de intentar arrojar desde lo alto a su novia, mientras exclama "círculo de fuego, gira!", termina tirándose él mismo al grito de "bellos ojos, bellos ojos".

En síntesis, para Freud, "el sentimiento de lo ominoso adhiere directamente a la figura del Hombre de la Arena, vale decir, a la representación de ser despojado de los ojos, y nada tiene que ver con este efecto la incertidumbre intelectual en el sentido de Jentsch. La duda acerca del carácter animado, que debimos admitir respecto de la muñeca Olimpia, no es nada en comparación con este otro ejemplo, mas intenso de lo ominoso".

La experiencia psicoanalítica nos pone sobre aviso que "dañarse los ojos o perderlos es una angustia que espeluzna a los niños (...) la angustia por los ojos, la angustia de quedar ciego es con harta frecuencia un sustituo de la angustia ante la castración".

Freud subraya que el Hombre de la Arena aparece todas las veces como perturbador del amor: primero para que Nathaniel, como estudiante, se malquiste con la novia; luego aniquila su segundo objeto de amor: la muñeca Olimpia; finalmente lo constriñe al suicidio cuando está por casarse con su novia Clara. Todos estos elementos "cobran pleno sentido si se reemplaza al Hombre de la Arena por el padre temido, de quien se espera la castración".


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