EL CLIMA

viernes, 10 de febrero de 2012

DESDE LOS BLOGS DE LA GENTE


(“Las adjudicaciones de paternidades muchas veces
han resultado confusas porque no hay nada más humano
y confuso que el propio y confuso ser humano.


- E.E.Solís en uno de sus inconcebibles raptos filosóficos)

Mi Rodrigo siempre tuvo la llave de casa. La ha usado, por supuesto, cada vez que ha tenido que colaborar con el cuidado del hogar en nuestras vacaciones, o cuando ha venido de visita con su familia.

Pero me sorprendió encontrarlo esta mañana en la cocina, desayunando.

- ¡Rodrigo! Me vas a matar de un infarto… ¿Qué hacés aquí?

- Perdoná, no quería despertarte. O “despertarlos”.

- No te preocupes, estoy solo.

- Me fui de casa –musitó, señalándome el enorme bolso que estaba a su lado, en el suelo. Espero que no te moleste si vuelvo a usar mi habitación.

- No, si sigue siendo tuya. Pero, contame algo.

- Le conté todo mi balurdo a Exe, y bueno… que no le gustó.

- Nene: hay algo que no te pregunté hasta ahora. ¿Vos estás seguro que los mellizos son tuyos?

Rodrigo puso una cara que me es muy familiar ver desde que era muy chico, cuando le debíamos anunciar cuestiones complejas, tales como que lo cambiábamos de colegio o que se había muerto su abuelo. Es como que se queda desconectado por un rato y a uno le parece que se va a desmayar, pero de pronto, y tal como si le hubieran cambiado las pilas, toda su energía reaparece de golpe.

- Pá ¿qué decís?

- Bueno, no vas a ser el primero que cree que su hijo es su hijo pero no lo es. ¿Te consta que ella no hubiera tenido otra relación?

- No. ¿Cómo me va a constar semejante cosa?

- Bueno, tal vez a ella le cueste confesártelo, y le es mucho más fácil irse a vivir lejos. Más cerca del padre real de esas criaturas.

El gesto de asombro de Rodrigo era evidente. Agregué:

- A mí mismo me pasó de joven una historia parecida. Mi novia estaba embarazada, y yo me retorcía pensando cómo podía haber pasado cuando en todos nuestros encuentros yo había usado preservativo. Pero estaba dispuesto a aceptarlo, hasta que un día ella me confesó llorando que “eso” le había pasado con su pareja anterior, en un encuentro fortuito rememorativo que habían tenido.

- Nunca me habías contado eso.

- Ni a vos ni a nadie. Es la primera vez que lo cuento. Fue una de las grandes pérdidas de mi vida, porque duelen mucho estas cosas cuando uno es tan joven. No la podía perdonar: la traición es un trago muy duro.

- ¿Vos creés que soy un perejil?

- No, yo no creo nada. Pero a lo mejor te sirve para aclarar un poco la madeja de confusiones que tenés. ¿No es raro que una mujer que va a tener dos bebés, de la mañana a la noche se saque de encima al padre, que es el que ofrece colaborar con ayuda vital no sólo con la crianza de los chicos, sino con todo el resto?

- Sí, es raro.


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