Úselo y tírelo: decile "no" al abrazo descartable
Liza Porcelli Piussi, licenciada en psicología y escritora.
para entre mujeresDesaparecer sin dar explicaciones, sin dar un cierre a ese tiempo compartido es tratar al otro como un objeto, no como un sujeto. Una invitación a valorar los sueños mutuos, los vínculos generados y el cariño construido.
Nos encontramos con un hombre y sentimos que hay “algo” ahí entre los dos. Situémonos como si esto nos estuviera pasando: nos dejamos llevar por ese “algo” sin bordes a la vista. Nos entusiasma lo que podríamos hacer juntos y desde ese entusiasmo compartimos. El otro me da pie para imaginar cada vez que proyecta un “cuando vayamos a…” o “cuando conozcas mi…”. Así las dos personas entran en un estado hermoso y recomendado por cualquier médico.
Es común que entonces alguna amiga aparezca y nos insinúe: “¿no van muy rápido?”, “¿no estás soñando mucho?”. Y sí, pero… ¿Qué puedo hacer ante eso que surge cuando estamos juntos? ¿Decirle al otro “no me hablés así tan lindo, no me incluyas verbalmente en tus sueños hasta que no estés seguro”? “Pero si ahora lo siento así”, respondería el otro. “¿Qué querés que haga?”. “No sé, miremos tele”, contestaría yo. Pero… ¡Pucha! Nunca hay nada bueno para ver. Así que acepto gustosa el sintonizarme en el canal de “quién me quita lo soñado” y me entrego al baile con el otro, me entrego a ese festejo.
Claro que la música se puede cortar sin ni siquiera bajar el volumen gradualmente: se puede cortar de golpe por diferentes causas. Y eso es la vida, una debería estar preparada y no por eso dejar de disfrutar. Pero lo que no debería ser parte de la vida (y a lo que nadie debería tener que acostumbrarse) es la desidia, la falta de compromiso humano con que de golpe se cierra una puerta. Porque ahí es cuando el otro con su actitud le quita valor y realidad al festejo y una, al final, siente que de lo vivido no le quedó nada.
Acaso es tan difícil poder explicar “te agradezco por haber venido, pero cierro la puerta porque necesito estar solo, a pesar de lo que compartimos hasta ahora”. Esta mínima explicación incluye dos elementos esenciales: el agradecimiento hacia el tiempo y la compañía del otro, y el reconocimiento y el registro de que existió un compartir. Esto no significa que la explicación que nos den no nos vaya a resultar frustrante. Y habrá, según las personalidades, diferentes reacciones. Algunas tocarán insistentemente ese puerta para que les vuelvan a abrir y otras se irán cabizbajas pero sintiéndose cuidadas como personas.
En cambio, cuando la puerta se cierra sin que medie ninguna explicación, una tiene que seguir adelante sin entender nada y con ese gusto a portazo en la garganta. Un gusto que quizá regrese cuando alguien vuelva a entreabrir una puerta invitándonos a pasar.
Además, pensemos esto: explicándonos, despidiéndonos, tratándonos con compromiso humano ganamos todos. Porque así seremos muchos más los que iremos por la vida sin miedo de soñar otra vez. Seremos muchos más los que estaremos dispuestos a festejar otra vez un encuentro aún sin la certeza del resultado. Y hablo del soñar como la actividad más normal de ir más allá del momento presente y proyectar un día más, una vivencia más con la otra persona. Hablo de ese imaginar mutuo en el que a todos nos gusta que nos incluyan.
Entonces, no dejemos que el úselo y tírelo que impregna la sociedad llegue también a las relaciones. Porque desaparecer sin dar explicaciones, sin dar un cierre, es tratar al otro como un objeto, no como un sujeto.
La diferencia es que ese sujeto del que alguien se deshace sin más, no queda en algún relleno sanitario como los objetos que velozmente desechamos. Ese sujeto formará parte de nuestra misma sociedad, pero quizá más desgastado por las relaciones, más descreído del amor incipiente.
Entonces, la próxima vez que disfruten de un encuentro recíproco y sentido, si eventualmente llega el desencuentro, explíquense, agradézcanse, despídanse... Y así cada uno podrá seguir adelante sin desgaste y sin sentir esa ingrata sensación del abrazo descartable.
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