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Amalia tiene cinco años, pero como cualquier padre bien sabrá, su espíritu consumista se despertó sin querer, pero de manera intensa, entre los comerciales de muñecas y mil artículos infantiles que interrumpían sus dibujos animados. Esto, acompañado de su fijación por las películas de princesas, ha hecho que su pieza cuente con un gran stock de artículos de Blanca Nieves, la Sirenita, y cuanta bella heroína de film animado de Disney exista.Son lindas y sus vidas terminan siendo para siempre felices, y eso Amalia lo sabe. Por eso, de vez en cuando, se disfraza de una de ellas y canta las canciones, mientras se pone su tiara de plástico brillante en su cabeza.Su caso es inocente y bastante común, y no pareciera causar mayor problema que el gasto económico de sus padres y tatas por tratar de consentirle sus peticiones lúdicas, pero para una psicóloga estadounidense, Jennifer L. Hardstein, el peligro de que en el futuro la autoestima de Amalia se vea afectada por esta libre e inocente devoción principesca, está al acecho.La llama el “Síndrome de la Princesa” y se refiere a los conflictos que le podría provocar a una niña crearse ideas irreales, promovidas por los cuentos de hadas, de que si viste bien, es bonita, elegante y lleva los mejores zapatos, encontrará el amor y la felicidad en su vida. Hardstein, lanzó su teoría en su libro, recientemente publicado, Princess recovery: A how-to guide to raising strong, empowered girls who can create their own happily ever afters (algo así como ‘la sanación de la princesa: una guía para criar fuertes y empoderadas niñas que pueden crear sus propios finales felices’).Allí, no solo lanza sus dardos en contra de las películas y cuentos de princesas y hadas madrinas, sino que también a las clásicas barbies y celebridades adolescentes. “Las niñas están recibiendo por todas partes este mensaje (...) que lo que valen se basa en cómo se ven y las cosas que tienen, lo que es muy superficial”, dijo la autora en una entrevista para “Early show” de la CBS.“En todas las épocas han existido referentes de vida ‘ideal’ a la que, en el proceso madurativo, vamos enfrentando y confrontando con la ‘real’. Ambos conceptos pueden ser menos impactantes y dolorosos si contamos con padres que contengan y favorezcan el tránsito entre el idealismo mágico y el concretismo de una realidad cotidiana. Y esto se logra cuando ellos aceptan incondicionalmente las particularidades de su hija, valoran su belleza individual y refuerzan valores conducentes a una vida plena en realizaciones más que en adquisiciones o prejuicios”, comentó, por su parte, la psicóloga infantil de la Clínica Alemana, Sandra Oltra.En ese punto, coincide con Hardstein en que la vigilancia de los papás es trascendental para guiar a hijos e hijas en los valores que se espera, sean los que formen su comportamiento en el futuro.“Tanto los juguetes como diferentes símbolos que aludan a prototipos de belleza y perfección, no tienen el poder suficiente para atentar en contra del autoconcepto o autoestima de las niñas, si existe una familia que les refuerce y valore sus características únicas y les enseñe el valor de la diversidad”, agrega, haciendo hincapié en que de preferencia, los niños deben aprender que aquello que parece bello y feliz para algunos, no es igual para otras personas.En otras palabras, se trata de introducir valores en los juegos de nuestros hijos, que los guíen por un camino más realista y menos dañino. “Ningún juguete, muñeca u otro objeto que se utilice en la niñez tiene más poder de convicción, cautivador o sugestivo que la palabra cercana, amorosa y confiable de los padres”, dijo la psicóloga, agregando que “la fantasía en sí misma no es dañina, muy por el contrario. Lo importante es poder ir insertando en nuestras hijas e hijos la valorización de los roles según cada persona”.“Para ello, las mujeres que hoy somos adultas debemos preguntarnos cuánto de esa fantasía de princesas aún nos guía en las decisiones -elección de pareja, valoración del consumismo, valoración de imagen, concepto de belleza, etcétera-, y cuánto de esa fantasía pretendemos heredar a nuestras hijas bajo la idea de asegurarles a ellas la felicidad y éxito”.
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