En China, tradicionalmente se manejan dos conceptos fundamentales sobre los que se fundamenta la mayoría de las filosofías orientales: el Yin y el Yang. El Taoísmo también se basa en estos preceptos y en un amor infinito a todo el universo.
El depilfarro y la destrucción no tienen cabida dentro del Taoísmo y debido a eso es que el taoísta logra una verdadera armonía con todo aquello que lo rodea.
Pero el Taoísmo no exige ningún sacrificio o renuncia para alcanzar dicha armonía, pues esto se opone totalmente a la idea de ese amor universal. Sólo es necesario relajarse y ser completamente natural. Así cualquier placer sea terrestre o espiritual es aceptable, siempre que no implique el sufrimiento. Es decir, el mazoquismo y el sadismo no se contemplan en esta filosofía.
De esta manera, el éxtasis -sea carnal o espiritual- es no sólo aceptable sino que es deseable, pues es por medio de éste que se logra la armonía total. Los placeres en el Taoísmo no están diferenciados entre el espíritu y el cuerpo, ni se comprenden como pecaminosos. El disfrute del arte y de la naturaleza son el camino hacia la unión cósmica con el Universo.
El taoísmo pues se ocupa de cualquier ámbito de la vida del ser humano, y la sexualidad y el amor son ámbitos que no se encuentran excluidos.
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