EL CLIMA

domingo, 7 de noviembre de 2010

LEAN CHICAS LEAN

Tal vez sea porque las mujeres creemos en el amor eterno, o porque no podemos si no es por amor, o quizá porque de tanto leer La bella durmiente nos creímos aquello de dormir hasta que el hombre de nuestra vida nos despierte con un beso. O porque creemos en el príncipe azul, o porque nos inculcaron que debe ser con alguien que realmente amemos. O con el primer novio, claro, si éste ya ha pasado meses dándonos picos secos, luego besos con lengua, para más tarde, y de modo muy sutil, una tocadita inocente, y luego eternas apretadas a escondidas y escuchar de su boca que somos su gran amor...

Lo cierto es que, para nosotras, la primera vez debe ser especial, cuidada, convencidas que es él el ser especial que se adueñará para siempre de nuestra virginidad. Que realmente él se merece semejante entrega. Que nos adora, nos respeta y cree que somos niñas de bien. Ese hombrecillo que permanecerá por siempre grabado en nuestra memoria y en nuestro cuerpo, aquél que se merece el premio de estrenar nuestra “cuchufleta”.

¡Qué estrés! ¡Qué miedo! ¡Qué pavura! ¡Qué manera de hablarlo con nuestras amigas!

Qué cantidad de mitos… A mí, entre tantas cosas, por ejemplo, me dijeron que el día que debutabas se te notaba en la cara y que tu mamá se daba cuenta porque caminabas con las piernas más abiertas, o que te dolía como la gran siete, o que manchabas todo, o que nunca en la primera vez tenías un orgasmo. ¡Qué sé yo! Miles de cosas que sólo hacían que una se llenara de miedos, de intrigas, de preguntas.

La virginidad en las mujeres es como un tesoro escondido en donde sólo entran algunos privilegiados. Algunas, la vivimos con presión, con angustias; otras, con intrigas; otras, con desfachatez, y otras la dimos a cambio de demostrarle a nuestro hombre la famosa pruebita de amor. Para ellos, en cambio, todo es más sencillo, o menos traumático, pero el tipo llega a una cierta edad, y su padre, su tío o su hermano mayor, lo llevan a debutar con una mujer desconocida y se hace hombre. Listo: fácil y rápido, como una operación en Internet. Y el que no debuta, puede llegar a ser el centro de burlas y cargadas de amigos y demás. No es un tesoro su virginidad, más bien un salto a convertirse en un macho. Qué diferentes, ¿no? La verdad, no me imagino a mi madre o a mi tía llevándome a Golden para debutar porque ya estoy en edad de merecer.

No, no. Nosotras esperamos que sea una noche mágica y maravillosa, para recordar. Aunque los nervios nos jueguen en contra, aunque nos veamos desvalidas y sin herramientas en ese día especial, aunque algunas nos emborrachemos para tomar valor, aunque lo hagamos con el hombre incorrecto, aunque pensemos que se van a dar cuenta de nuestro debut porque nuestras piernas ya no cierran como antes, aunque no duela, aunque duela muuuuucho, aunque tengamos orgasmos, aunque no, aunque lo finjamos creyendo pobres de nosotras que eso es lo correcto, aunque lo hagamos –como en mi caso– con un hombre bastante mayor y casi desconocido, aunque nos arrepintamos, aunque no toquemos el cielo con las manos o sintamos estar en el cielo, o en el infierno, cubiertas de pecado; aunque no haya sido en el lugar ideal y sí en el auto acurrucadas en el asiento trasero, o en el hall de casa, o en la cama de nuestro padres cuando ellos estaban de viaje, o en un hotel de alojamiento que pagamos a medias, o escondidas en la casa de abuela, que gracias a Dios escucha poco y nada, o en la noche de bodas porque elegimos guardarnos hasta ese día, o en el primer día de noviazgo, o tal vez el último… Nosotras, las eternas soñadoras, esperamos nuestra primera vez como la misma ansiedad que cuando esperamos a Papá Noel, y con la misma ingenuidad y sorpresa que cuando veíamos al otro día de reyes que faltaba el agua y el pasto. Así… ingenuas, locas, soñadoras, desafiando mandatos familiares u obedeciéndolos, vivimos nuestra primera vez. Sí, sí, nuestra primera vez que, por suerte y gracias a todos los santos, no será la última ¡Que viva el sexo, señoras! Pero claro, con muuuuuuucho amor.

por maju lozano

para la

revista de

susana.

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