ALIMENTOS DEL FUTURO
En las próximas cuatro décadas, la población mundial crecerá en 2.300 millones de personas y se hará más rica. Satisfacer la demanda de los 9.100 millones de habitantes del planeta en 2050 exigirá producir un 70% más de alimentos que hoy en día. Por tanto, a no ser que tomemos ahora las decisiones adecuadas, nos arriesgamos a que el día de mañana la despensa mundial esté peligrosamente vacía.
Sobre todo porque en los próximos años el sistema alimentario mundial debe hacer frente al creciente desafío del cambio climático –que puede reducir la producción agrícola potencial hasta en un 30% en África y hasta en un 21% en el conjunto de los países en desarrollo–, y también afrontar plagas y enfermedades transfronterizas más graves que afecten a animales y plantas. Al mismo tiempo, el sector tendrá que hacer frente a una reducción de la mano de obra agrícola –ya que unos 600 millones de personas se desplazarán del campo a las ciudades– y a una mayor competencia por la tierra y los recursos naturales, incluyendo la procedente del sector de la bioenergía.
Nuestra respuesta a estos desafíos determinará cómo podremos alimentar al planeta el día de mañana. Pero igual de importante es ocuparnos de que la gente esté alimentada hoy en día. Esto supone acabar con la difícil situación de 1.020 millones de personas que actualmente sufren malnutrición, actuando de forma decidida para erradicar el hambre completa y rápidamente.
Con la Revolución Verde del pasado siglo, el mundo consiguió evitar una hambruna masiva en Asia y América Latina en la década de 1970, dedicando el 17% de la ayuda al desarrollo a proyectos de irrigación, sistemas de producción de semillas, fertilizantes y forraje, carreteras rurales e instalaciones de almacenamiento.
Al afrontar un desafío similar hoy en día, el camino a seguir debe ser necesariamente diferente. Además de impulsar la inversión en agricultura, necesitamos usar de una forma más eficiente la energía, los insumos químicos y los recursos naturales y centrarnos más en las necesidades de los pequeños campesinos y las familias rurales que viven de la agricultura.
En este sentido, un reto importante será el del agua, ya que necesitaremos de forma simultánea ampliar la superficie de regadío usando proporcionalmente menos agua. La clave para cuadrar este círculo reside en la captación y almacenamiento de aguas y en técnicas que mejoren la eficiencia en el uso del agua y la humedad del suelo.
A medida que disminuya la población rural y agraria, la agricultura será cada vez más intensiva en capital –y conocimientos– para producir más alimentos y de mayor calidad para una población urbana más rica y numerosa. Por tanto, se necesitarán inversiones importantes porque los futuros aumentos de la producción deben proceder casi en su totalidad de incrementos sostenibles de los rendimientos y de una mejor intensidad de cultivo, más que de un incremento de la superficie cultivada. De allí también la importancia de invertir en investigación y desarrollo.
Los campesinos necesitarán también capacitarse para aprender nuevos métodos y tecnologías, y ello requerirá invertir en educación y extensión agraria. Muchas de estas inversiones procederán del sector privado y de los propios campesinos.
Sin embargo, para que las inversiones privadas en agricultura sean atractivas, también se deben dedicar importantes cantidades de dinero público a infraestructuras, educación, tecnología y sistemas de extensión. Se necesitan inversiones en instalaciones y equipamientos. Aparte de la simple agricultura de subsistencia, no tiene sentido producir alimentos a no ser que haya carreteras y vehículos que permitan llevarlos a los mercados, que efectivamente exista un mercado y que el producto pueda ser almacenado y conservado.
Pero ni la financiación ni las cosechas récord serán capaces por sí solas de asegurar que todas las personas tengan acceso a los alimentos que necesitan. Si la gente pasa hambre hoy en día no es porque el mundo no esté produciendo suficientes alimentos para todos, sino porque estos no son producidos por el 70% de las personas pobres cuyo principal medio de vida es la agricultura y, paradójicamente, no tienen lo suficiente para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación.
Por tanto, alimentar a todo el mundo en 2050 requerirá también estrategias de reducción de la pobreza, redes de protección social para productores y consumidores y programas de desarrollo rural. Se necesitará una mejor gobernanza y el establecimiento del modelo de condiciones socioeconómicas que mejore el acceso de la gente a los alimentos. También es importante una reforma del sistema de comercio agrícola de forma que no sólo sea libre, sino también equitativo.
Estos temas estarán presentes en los debates de la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria que se celebrará en Roma del 16 al 18 de noviembre, en la que los Jefes de Estado y de Gobierno de los 192 estados miembros de la FAO tomarán decisiones importantes sobre las políticas y estrategias que aseguren que todo el mundo tenga comida suficiente hoy y el día de mañana.
En 2050 qué comer dejará de ser un problema para muchos de los que ya tenemos una cierta edad. Pero considero que es mi deber, como seguramente también es el nuestro como comunidad global, hacer todo lo que esté en nuestras manos para desterrar el fantasma del hambre para siempre y asegurar que nuestros hijos y nietos puedan comer dignamente y disfrutar de una vida saludable.
Jacques Diouf es director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)
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