La cocina es un lugar que da mucho trabajo. Las otras piezas del hogar admiten que no se les preste atención diaria, puesto que, a la postre, se puede vivir con un poco de polvo debajo del sofá. Pero no se puede vivir sin comer todos los días.
Por José Luis Olaizola. Premio Planeta, colaborador de Arvo.
La palabra cocina tiene, hoy en día, lecturas muy diversas. El Diccionario de la Real Academia, muy lacónico al respecto, se limita a definirla como la «pieza de la casa en que se guisa la comida», cuando es obvio que en la cocina suceden muchas más cosas. Verbigracia: se lava, se plancha, se habla por teléfono, se escucha la radio, y suele ser el lugar preferido por los miembros de una familia de tipo medio para dirimir -generalmente a gritos- las diferencias entre ellos sobre lo poco que los demás colaboran en el trabajo de la casa. Porque, por encima de todo, la cocina es un lugar que da mucho trabajo. Las otras piezas del hogar admiten que no se les preste atención diaria, puesto que, a la postre, se puede vivir con un poco de polvo debajo del sofá. Pero no se puede vivir sin comer todos los días. Mejor dicho, sin comer varias veces al día. Eso nos lleva de la mano a la siguiente pregunta: ¿a quién corresponde tan importante función? La cocina ha sido feudo y carga privativa de la mujer, pero desde su liberación las cosas han cambiado. Parece ser que para peor: no sólo siguen ocupándose de las labores del hogar, sino que, encima, tienen una cumplida jornada laboral fuera de casa. Desde la perspectiva que me confiere mi edad senatorial, entiendo que no está justificado tanto pesimismo. Hoy en día el hombre ayuda más, mucho más que antes, en las labores de la casa. Lo cual no es difícil porque antes no ayudábamos nada. Desde hace años, y por mi condición de padre de familia numerosa, siempre me ha interesado el tema por entender que la adecuada ordenación de las labores del hogar es fundamental para la armoniosa convivencia familiar. Voy a dar los resultados de mi pequeño estudio sociológico entre personajes famosos, conocidos o amigos míos, sobre tan capital cuestión, y pido perdón por los errores de transcripción en que haya podido incurrir. Antonio Resines, el conocido actor de cine, en respuesta a preguntas mías, me confesó: «¿Que si ayudo en los trabajos de la casa? Sólo te puedo decir una cosa: el día en que, de verdad, me sentí liberado, fue aquel que mi mujer me compró un lavavajillas. ¡Qué alivio!» Efectivamente, en una película suya, en la que le correspondía lavar una vajilla a mano, tuve ocasión de comprobar que lo hacía con la perfección que da una larga práctica. Joseba Elizondo, ex jugador de fútbol y entrenador que fue de la Real Sociedad, es cocinero de élite, con fama que trasciende las fronteras. Sin embargo, tiene prohibida la entrada en la cocina de su casa. Pero el formidable sentido común de los vascos ha solucionado este problema hace años. Joseba pertenece a una sociedad gastronómica, con un excelente equipo de cocina que limpia los infinitos cacharros que precisa para su arte culinario. El espécimen de marido artista-culinario es muy temido de las señoras y prefieren mantenerlo a prudencial distancia. Un caso singular es el de don Felipe de la Rica, abogado del Estado, secretario durante muchos años de las Cortes Españolas, personaje eminente por muchos conceptos. Invitado un día en su casa, me llamó la atención que se pusiera a recoger cacharros en la cocina. Admirado, pregunté a su hija: « ¿Pero es que tu padre ayuda en casa?» La chica, entre risas, me contestó: «Querrás decir, más bien, si le ayudamos nosotros a él...» Le puse un diez a don Felipe. Con Eleuterio Sánchez, mal conocido por el Lute, coincidí hace un par de meses en Ciudad Real, en unas sesiones sobre cine y literatura. Es personaje de una humanidad que poco tiene que ver con la leyenda negra que la tontuna humana ha creado en su entorno. Fue la estrella de las reuniones y a todos nos ganó su saber estar. Uno de los asistentes se deshizo en elogios sobre su personalidad, para terminar diciendo: «Pero hay una cosa de él que no me parece bien.» Los demás suponíamos que se referiría a algún aspecto oscuro de su azarosa vida pasada. Por eso nos sorprendió cuando explicó: «No ayuda a su mujer en las labores de la casa.» No tuve ocasión de aclarar si era cierta la acusación, pero confío tener alguna nueva oportunidad de hacerlo. En cuanto a mí, lo tengo claro: la cocina es algo demasiado importante para dejarla sólo en manos de las mujeres. Yo tengo asignada mi función -fregar cacharros, hornillos y suelos- y no creo que lo haga mal del todo. Confío que con el tiempo me confíen atribuciones de más responsabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario