EL CLIMA
lunes, 12 de octubre de 2015
COSAS DEL ESPIRITU
Un espíritu o ser espiritual es una supuesta entidad no corpórea que aparece en muchas religiones.
En algunas partes del mundo se cree que los espíritus son capaces de poseer a las personas.
Históricamente, los espíritus han sido atribuidos un número de poderes, tanto sobre la naturaleza como sobre seres humanos. Muchas veces se dice que los poderes de un espíritu están ligados a su propósito de creación.
lunes, 5 de diciembre de 2011

Empecemos por cosas simples que podemos cambiar ya, en este momento, en este segundo. Lo único que existe es el presente, si querés cambiar, hacelo ahora, es la mejor ocasión. El cambio siempre es Ya mismo. Debemos fijar una cadena de prioridades en la vida. Hay que ser sincero con uno mismo y definir qué es lo que más nos interesa: familia, pareja, trabajo, rol social, búsqueda interna. ¿Qué es lo que uno más quiere?
Hay que ser verdaderamente honesto para que funcione. No hace falta publicarlo ni la necesidad de contarlo. Es un claro trabajo interno. Una forma práctica de ayudarse a expresarlo es tomarlo como un ejercicio, y con papel y lápiz en mano, anotar de un lado de la hoja las cosas que más te gustan de vos y del otro lado las que no te gustan. Estás sólo con tu intimidad. Sé franco. Los deseos que todavía te faltan llenar, anhelos fuertes que todavía están allí, agazapados.
En definitiva, ir por las prioridades. ¿Qué querés de la vida? Una por una. Por otro lado, ¿qué es lo que más te gustaría cambiar? Sólo una también para empezar. ¿Hay algo que te moleste de la vida que has estado llevando?¿Qué característica de tu personalidad no te agrada, y está pidiendo a gritos ser cambiada? Vamos a trabajar estas manchas, que desentonan en la imagen que ya tenés de vos mismo.
Con esa misma sinceridad, focalicemos aquello que nos gusta de nosotros. Tenelo muy en cuenta porque te vas a aferrar a eso. Lo vas a hacer crecer, de un modo tan simple y bello, firme y claro, como para compensar la otra energía de la que te vas a liberar. Por ejemplo, de vos te gusta, que sos optimista y positivo, pero por el otro lado, mentís mucho. En esa misma proporción, en que hago crecer lo positivo, voy dejando de mentir.
Siempre va a haber algo que te eleve. Estás vivo, tenés la oportunidad de seguir recordando tu belleza interna y que sos un ser de luz, que nació para ser feliz. Podés moverte por el planeta, proyectando tu amor y tu comprensión de que hay una energía superior que te ha creado, y que por ende heredaste esas mismas características. Hay gente a tu alrededor, despertando del mismo modo en que lo estás haciendo, y sería muy nutritivo recordarles a ellos también, el milagro de estar vivos y poder experimentar lo que aquí y ahora se puede.
Es una elección que estás haciendo en cada momento. ¿Qué mejor momento para empezar a practicar las elecciones de lo que quiero potenciar en mi, y de lo que quiero ir trascendiendo, que cuando comienza el día? Podés elegir si tu día va a empezar de una forma miserable o de una forma bien alegre, calmo, creativo, audaz, lleno de imaginación y con una expresión de amabilidad y nobleza en tu rostro. Es sólo un estado de atención, pero ese estado marca la diferencia entre la dicha y la desdicha. ¿Quién en su sano juicio quiere ser infeliz?
Gente divina, gracias por existir
¿Cómo mejoro mis relaciones?
Gente querida. Amigos que siguen uniéndose y creciendo a través de estas notas, toquemos el tema de la humildad. Cuando vean que no pueden mantener una relación armoniosa con otros, no los culpen. Mas bien busquen el defecto en ustedes. Es muy sencillo culpar a los demás, pero eso no ayuda. Cuando encuentren que algo no va bien, háganse estas preguntas: ¿qué he hecho? ¿en dónde fallé? Verán que la relación con los demás mejorará notablemente. No se puede lograr una verdadera comprensión del alcance de las cosas y de lo vulnerable de la naturaleza humana, sin un espíritu humilde.
Sólo siendo humildes, nos conectamos rápidamente con la compasión y quien siente compasión por los demás, empieza a vivir con pasión su verdadera vida. Todos quieren estar por encima de todos. Esa es la causa principal de los malos entendidos. El hombre de carácter humilde siempre comprende a los demás. El nunca está por encima de nadie. El nunca se siente superior a nadie. En cada conversación que mantenemos abunda el pronombre “YO”. Yo hice esto, yo hice aquello. Yo di esto, yo di aquello. Yo logré esto, yo logré aquello. Un hombre con humildad raramente utiliza ese pronombre. En su conversación abundan los pronombres “nosotros” y “ustedes”.
El hombre comprensivo discute muy poco. Casi nada, o frena la discusión a tiempo. Se da cuenta de que en una discusión, nadie gana. Cuando Ustedes piensan que la han ganado, se dan cuenta tarde o temprano, de que no han convencido a la otra persona; más bien la han cansado. En ese proceso se pierden muchísimos amigos. El hombre comprensivo sabe que hay que ponerse de acuerdo, a pesar de las diferencias. Incluso, cuando él no está de acuerdo, respeta a la otra persona. Antes de calumniar, se olvida de su ego, y practica lo que predica.
Es muy fácil dar consejos a los demás, lo difícil es ponerlos en práctica en nuestra propia vida. Si no tenemos la coherencia y la constancia de practicar lo que pregonamos, muy pronto, nadie nos va a prestar atención y mucho menos respetar.
sábado, 3 de diciembre de 2011

Cuando se trata de Dios y el hombre, sólo existe un lenguaje, y ese lenguaje es la espiritualidad.
La espiritualidad es la universalidad de la Verdad, la Luz y el Deleite. La espiritualidad es la necesidad consciente de Dios. La espiritualidad es la oportunidad constante de realizar y probar que todos nosotros podemos ser tan grandes como Dios.
Dios es Deleite. El Deleite es el hálito del alma. Dios no quiere ver el rostro de la tristeza. Dios nos dará la infinitud en el momento en que estemos dispuestos a ofrecerle tan sólo un destello del deleite de nuestra alma.
El mundo está afligido. Nosotros somos responsables de ello. Nuestros sentimientos de auto-interés y auto-importancia son totalmente responsables de ello. La conciencia individual debe expandirse. El hombre necesita inspiración. El hombre necesita acción. La espiritualidad necesita al hombre. La espiritualidad necesita cumplimiento absoluto. La espiritualidad posee el ojo interno que enlaza todas las condiciones de la vida con certeza interna.
El hombre puede hacer y deshacer sus condiciones externas mediante sus pensamientos espirituales. Para el que lleva a Dios en sus pensamientos y acciones, sólo para él, Dios es una Realidad viviente.
La espiritualidad posee una llave secreta que abre la Puerta de lo Divino. Esta llave es la meditación. La meditación simplifica nuestra vida externa y energiza nuestra vida interna. La meditación nos da una vida natural y espontánea. Esta vida llega a ser tan natural y espontánea que no podemos respirar sin tener conciencia de nuestra divinidad.
La meditación es un regalo divino. Es la aproximación directa, pues conduce al aspirante hacia Aquel de quien ha descendido. La meditación nos dice que nuestra vida humana es algo secreto y sagrado y confirma nuestra herencia divina. La meditación nos da un nuevo ojo para ver a Dios, un nuevo oído para oír la Voz de Dios y un nuevo corazón para sentir la presencia de Dios.
La vida espiritual no es un lecho de rosas, ni tampoco un lecho de espinas. Es un lecho de realidad e inevitabilidad. En mi vida espiritual veo el papel del diablo y el papel del Señor. Si el diablo posee la tentación, mi Señor posee la Guía. Si el diablo tiene oposición, mi Señor tiene Ayuda. Si el diablo tiene castigo, mi Señor tiene Compasión. Si el diablo me lleva al infierno, mi Señor me lleva al Cielo. Si el diablo tiene la muerte para mí, mi Señor tiene la Inmortalidad para mí.
Con la plenitud de nuestro corazón y con las lágrimas inundando nuestros ojos, debemos orar a Dios. Debemos elevar nuestro objetivo tan alto como la realización de Dios, puesto que ese es el único propósito de nuestra existencia terrenal.martes, 29 de noviembre de 2011
ESPIRITUALIDAD BIBLIA

Alabanza a Dios por una esperanza viva
nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que
tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada
e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para vosotros, a quienes
el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar
en los últimos tiempos. Esto es para vosotros motivo de gran alegría, a pesar de que
hasta ahora habéis tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro,
aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también vuestra fe, que vale mucho más
que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación,
gloria y honor cuando Jesucristo se revele. Vosotros le amáis a pesar de no haberle visto;
y aunque no le véis ahora, creéis en él y os alegráis con un gozo indescriptible y glorioso,
pues estáis obteniendo la meta de vuestra fe, que es vuestra salvación.
1 Pedro 1:3-9
domingo, 22 de mayo de 2011
ESPIRITUALIDAD EL VASO DE ALABASTRO.

En un tiempo de febril actividad como el presente, es importante recordar que Dios considera todas las cosas desde un solo punto de vista, lo mide todo según una misma regla, lo prueba todo mediante una sola piedra de toque, y ese punto de vista, esa regla y esa piedra de toque es Cristo. La medida del valor de todas las cosas es Cristo. Dios las aprecia en tanto conciernan a su amado Hijo, y nada más que a Él. Todo lo que se haga en relación con Cristo y para él, es precioso para Dios. Fuera de Cristo, todo es sin valor. Pueden hacerse un gran número de obras, que atraigan la alabanza de los labios humanos, pero, cuando Dios las examina, tiene en cuenta una sola cosa: la medida en que estas obras se relacionan con Cristo. Se planteará la gran pregunta: ¿ha sido esto hecho para Jesús y en su nombre? Si es así, la obra permanecerá y recibirá su recompensa, de lo contrario, será rechazada y quemada (1 Corintios 3).
No tiene la menor importancia saber cuáles son los pensamientos de los hombres acerca de la obra particular de uno de sus semejantes; ellos pueden colocarlo en un pedestal por las actividades que desarrolla, publicar su nombre en revistas y boletines, hacerlo el sujeto del discurso en su círculo de amigos; él puede tener una gran reputación como orador, como maestro, como escritor, como filántropo o como pensador moral; pero si su obra no está ligada al nombre de Jesús y no es hecha para Él y para su gloria, si ella no es el fruto del amor de Cristo que nos constriñe, será llevada por el viento “como tamo de las eras del verano” y sepultada en el eterno olvido.
Al contrario, un hombre puede seguir tranquila y humildemente una senda de servicio sin ser conocido ni advertido. Su nombre puede no ser pronunciado ni su obra mencionada; pero lo que él hizo, lo hizo simplemente para Cristo, con sus ojos puestos en el Maestro, en la oscuridad. La sonrisa de su Señor le fue suficiente. Jamás pensó, en ningún momento, en buscar la aprobación de un hombre. Nunca buscó ganarse el reconocimiento de los demás, ni tampoco evitar su descontento. Él prosiguió tranquilamente su camino habitual, fijando los ojos en Cristo y trabajando para Él. Su obra permanecerá y tendrá su recompensa, aunque no lo haya hecho en vista de una retribución, sino por amor a Jesús. Su obra es de buen material, moneda de oro puro que no será consumida por el fuego en el día del Señor.
Estos pensamientos son muy solemnes para aquellos que trabajan para ser vistos por los demás, pero consoladores para aquellos que trabajan solamente bajo la mirada de su Señor. Es una gracia inefable ser librados del espíritu servil del presente siglo que busca agradar a los hombres, y ser hechos capaces de andar solamente en la dependencia del Señor, de comenzar, proseguir y terminar toda obra en Él.
Consideremos un momento la enternecedora escena descrita en el capítulo 26 de Mateo: “Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa” (v. 6-7). Nos preguntamos ¿qué finalidad perseguía esta mujer al dirigirse a la casa de Simón el leproso? ¿Acaso quería que los demás admiraran la forma o el material de su vaso de alabastro, o el perfume exiquisito que contenía? ¿Acaso hizo esto para obtener el reconocimiento de los demás; para ser considerada por los amigos del Señor como una persona de extraordinaria devoción a Cristo? Nada de esto, querido lector. ¿Y cómo lo sabemos? Porque el Dios Altísimo, el Creador de todas las cosas, que conoce los secretos más profundos de nuestros corazones y los motivos de todas nuestras acciones, estaba allí presente en la persona de Jesús de Nazaret. Él pesó el acto de la mujer en la balanza del santuario y puso sobre él el sello de Su aprobación. “El Dios de todo saber es Jehová, y a él toca el pesar las acciones” (1 Samuel 2:3). Avaló su acto como moneda genuina. No habría podido hacerlo si hubiera habido alguna aleación de metal no precioso, algún falso motivo, alguna tendencia oculta; Su mirada santa y escrutadora había penetrado en las profundidades del alma de esta mujer. Él sabía no solamente lo que ella había hecho, sino cómo y por qué lo había hecho, y declaró: “Ha hecho conmigo una buena obra” (v. 10).
La persona misma de Cristo, era, pues, el objeto inmediato de esta mujer, y esto era lo que daba valor a su acto y hacía subir el olor del perfume directamente al trono de Dios. Ella no sabía ni pensaba en absoluto que millones de personas leerían el relato de su piadosa acción, tan profundamente expresado. Ni se imaginaba que sería escrito con la mano misma del Maestro y que jamás sería borrado. No buscó ni soñó jamás con tan excelente notoriedad; si lo hubiese hecho, ello habría quitado a su acción toda su belleza y privado su sacrificio de todo su perfume.
Pero el bendito Señor, a quien se dirigió este acto, tuvo cuidado de que no quedase enterrado en el olvido. No solamente lo aprobó, sino que lo transmitió a la posteridad. Su aprobación bastaba a la mujer; y con ella, podía perfectamente soportar la indignación de los discípulos que la acusaban de derrochadora. A ella le bastaba que el corazón del Señor fuese refrescado; poco le importaba lo demás. Jamás había tenido el pensamiento de procurarse las alabanzas de los hombres ni de evitarse su menosprecio. Desde el principio hasta el fin, su único objeto era Cristo. Desde el momento que puso sus manos en el vaso de alabastro hasta que lo quebró y derramó su contenido sobre su santa Persona, ella no tuvo otro pensamiento que no fuese Él solo. Tuvo como una intuición de lo que convenía a su Señor y le resultaba agradable, en las circunstancias solemnes en que se hallaba en ese momento, y lo hizo con un tacto exquisito. Ella jamás había pensado en el valor del perfume; y si lo hubiese hecho, sintió que el Señor era digno de recibir aún diez mil veces más. En cuanto a “los pobres”, también tenían derecho a su benevolencia; pero Jesús era más para ella que todos los pobres del mundo.
En resumen, el corazón de esta mujer estaba lleno de Cristo; y esto es lo que daba a su acto su carácter. Otros podían calificarlo de «derroche»; pero podemos estar seguros de que nada de lo que gastemos para Cristo será una pérdida. Así pensaba esta mujer, y tenía razón. Honrar al Señor en el momento mismo en que la tierra y el infierno arremetían contra Él, era el servicio más elevado que un hombre o un ángel podían cumplir. Jesús estaba por ser ofrecido en sacrificio. Las sombras se extendían, las tinieblas se espesaban; la cruz, con todos sus horrores, estaba cerca; y esta mujer, anticipando todo esto, venía de antemano a ungir el cuerpo de su adorable Señor.
Notemos cómo el Señor toma inmediatamente su defensa y la protege contra la indignación y el menosprecio de aquellos que tendrían que haber tenido más discernimiento. “Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (v. 10-13).
Ésta era una gloriosa defensa frente a la cual la indignación humana, el menosprecio y la incomprensión debían desaparecer, como la niebla de la mañana ante los rayos del sol saliente. “¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra.” Esto era lo que ponía este acto aparte de todos los demás: “Ha hecho conmigo una buena obra.” Todo debía ser evaluado según su relación con Cristo. Un hombre puede recorrer el mundo entero con el objeto de llevar a cabo las nobles intenciones de la filantropía; puede esparcir, con mano principesca, los frutos de una gran benevolencia, dar todos sus bienes para alimentar a los pobres, haber incursionado hasta el extremo en el vasto campo de la religión y la moral, y, con todo eso, no haber hecho una sola cosa respecto de la cual Cristo pueda decir: “Ha hecho conmigo una buena obra.”
Querido lector, en todo lo que haga, mantenga sus ojos fijos en el Maestro. Haga de Jesús el objeto inmediato de cualquier servicio que emprenda, aun del más pequeño. Procure hacer cada cosa de modo que Él sea capaz de decir: “Ha hecho conmigo una buena obra.” No esté pensando en qué dirán los demás respecto de su senda o de sus actividades, ni tampoco se preocupe de la indignación e incomprensión de los tales; antes bien derrame el perfume de su vaso de alabastro sobre la persona de su Señor. Vele porque cada uno de los actos de su servicio sea el fruto de su estima de su Persona; esté seguro de que Él apreciará su obra y la reconocerá ante una miríada de congregados.
Así sucedió con la mujer cuyo relato estamos leyendo. Ella tomó su vaso de alabastro y emprendió su camino hacia la casa de Simón el leproso con un solo objeto en el corazón: Jesús y lo que estaba ante Él. Ella estaba toda absorbida por Él. No pensaba en nada más que en derramar el precioso perfume sobre Su cabeza. Como consecuencia de ello, su acción llegó hasta nosotros, relatada en el Evangelio. Se sucedieron imperios, florecieron y, finalmente, pasaron al olvido. Se erigieron monumentos para conmemorar la supuesta grandeza del hombre, el genio y sus obras de filantropía, pero cayeron convertidos en polvo; sin embargo, el acto de esta mujer permanece para siempre. La mano del Maestro le erigió un monumento que no perecerá jamás. ¡Que se nos conceda la gracia de imitar a esta mujer; y que, en el tiempo actual, en el que se hacen tantos esfuerzos en favor de la filantropía, nuestra obra, cualquiera fuere su naturaleza, sea el fruto de corazones que aprecian a un Señor ausente que fue rechazado y crucificado!
Nada prueba más completamente el corazón que la cruz: el camino seguido por Jesús de Nazaret rechazado y crucificado. Si se tratara sólo de una cuestión de religión, nos sorprenderíamos de lo mucho que el hombre tiene para aportar de sí mismo; pero la religión no es Cristo. Sin ir muy lejos, hallamos una notable prueba de esto al leer el párrafo precedente al que hemos considerado, en el capítulo 26 de Mateo. “Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás” (v. 3). Seguramente aquí tenemos la religión, y bajo la forma más imponente. Recordemos que estos sacerdotes, escribas y ancianos eran considerados por el pueblo profesante como los grandes depositarios de la enseñanza sagrada y como la única autoridad en materia religiosa, habiendo recibido de Dios su cargo en el sistema que Él había establecido en los días de Moisés. La asamblea reunida en el palacio de Caifás no estaba compuesta de sacerdotes y profetas paganos de Grecia y de Roma, sino de conductores de la nación judía. ¿Y qué hacían ellos en su solemne cónclave? “Tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle” (v. 4).
Lector, sopese bien esto. Aquí tenemos hombres religiosos, instruidos, influyentes entre el pueblo, y, sin embargo, aborrecían a Jesús y se reunieron en consejo para tramar su muerte, para prenderle con astucia y hacerle morir. Ahora bien, estos mismos hombres habrían podido hablarle a usted de Dios y su culto, de Moisés y de la ley, del sábado y de todas las ordenanzas solemnes de la religión judía. Pero aborrecían a Cristo. Tenga en cuenta este solemne hecho. Los hombres pueden ser muy religiosos; pueden ser los guías y maestros de los demás, y, sin embargo, aborrecer al Cristo de Dios. Ésta es la gran lección que aprendemos en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote. La religión no es Cristo; al contrario, los hombres más religiosos han sido siempre los más acérrimos y encarnizados enemigos de nuestro amado Señor.
Pero puede que se diga: «Los tiempos han cambiado. La religión está ahora tan íntimamente asociada al Nombre de Jesús, que ser un hombre religioso, necesariamente implica amar a Jesús.» ¿Es esto realmente así? No podemos sino comprobar que el Nombre de Jesús es tan aborrecido hoy en la Cristiandad como lo era en el palacio de Caifás; y aquellos que buscan seguir a Jesús, serán aborrecidos también como Él. No es difícil probar que Jesús es todavía rechazado por este mundo. ¿Dónde oímos que se pronuncie su Nombre? ¿Dónde es Él bienvenido? Si usted habla de Él dondequiera que fuere, en un salón, en el tren, en un restaurante, en una cafetería, en resumen en cualquiera de los lugares a donde concurre el público, se le dirá, casi siempre, que tal tema está fuera de lugar. Usted puede hablar de cualquier otra cosa: de política, de dinero, de negocios, de placeres, de futilidades. Estas cosas tienen siempre lugar. Jesús ninguna parte. Todos hemos visto innumerables veces cómo la gente se detiene en las calles para oír músicos y cantores ambulantes o ver funciones de títeres y otros similares, y nadie nunca los molestó ni los echó. Pero si alguno se pone a hablar de Jesús, se lo insultará y se le dirá que se vaya a otra parte. En una palabra, el diablo tiene su lugar por todas partes en este mundo, pero no el Cristo de Dios.
Pero, gracias a Dios, si, alrededor de nosotros, vemos muchas cosas que nos recuerdan el palacio del sumo sacerdote, también vemos, en una u otra ocasión, lo que corresponde con la casa de Simón el leproso. Gracias a Dios hay almas que aman el nombre de Jesús y que lo consideran digno de la ofrenda del vaso de alabastro; ellas no se avergüenzan de Su preciosa cruz; hallan en Él el objeto que cautiva totalmente su corazón, y su mayor gozo y más grande honor consiste en gastarlo todo para el Señor, de la manera que fuere. Para ellos no es una cuestión de hacer obras, de actividad religiosa, de correr de aquí para allá, de hacer esto o aquello; sino que se trata de Cristo, de estar cerca de Él, de estar ocupados en Él y, sentados a sus pies, de derramar sobre Él el precioso perfume de la adoración de un corazón verdaderamente consagrado.
Lector, tenga la plena certeza de que tal es el verdadero secreto del poder en el servicio y en el testimonio. Una justa apreciación de un Cristo crucificado es la fuente viviente de todo lo que es aceptable para Dios, ya sea en relación con la vida y conducta personal o con la vida de asamblea. Un verdadero apego a Cristo debe caracterizarnos tanto personalmente como en la asamblea. No conocemos nada que comunique un mayor poder moral a nuestro andar individual y a nuestro carácter personal, que una intensa adhesión a la persona de Cristo. No se trata solamente de ser un hombre de gran fe, un hombre de oración, versado en la doctrina de la Palabra, un erudito, un predicador dotado o un escritor notable. No; se tata de amar a Cristo.
Y, en lo que concierne a la asamblea, ¿cuál es el verdadero secreto del poder? ¿Será los dones, la elocuencia, la bella música, un ceremonial imponente? No; es el gozo de la presencia de Cristo. Allí donde él está presente, todo es luz, vida y poder. Allí donde él no está, todo es oscuridad, muerte y desolación. Una asamblea donde Jesús no está, es un sepulcro, por más que haya toda la fascinación de elocuentes discursos, la atracción de la bella música y la influencia de un ritual impresionante. Todas estas cosas pueden existir perfectamente, y, sin embargo, aquel que ama al Señor puede verse obligado a exclamar: ¡Ay, “se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Juan 20:13)! Por otro lado, allí donde la presencia del Señor es una realidad práctica, su voz oída y su mano sentida por el alma, hay poder y bendición, por más que a la vista humana no se perciba sino una completa debilidad.
Que los creyentes mediten estas cosas, y vean si la presencia del Señor es una realidad o no. Si no pueden decir, con absoluta confianza, que el Señor está allí cuando están congregados, que se humillen y esperen en Él, buscando el motivo. Él dijo: “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Pero no olvidemos que, para alcanzar este bendito resultado, se debe cumplir esta divina condición.
miércoles, 19 de enero de 2011
El espiritu libre segun nietzche.

FRIEDRICH NIETZSCHE
Suponiendo que ninguna otra cosa esté "dada" realmente más que nuestro mundo de apetitos y pasiones, suponiendo que nosotros no podamos descender o ascender a ninguna otra "realidad" más que justo a la realidad de nuestros instintos, -pues pensar es tan sólo un relacionarse esos instintos entre sí-: ¿no está permitido realizar el intento y hacer la pregunta de si eso dado no basta para comprender también, partiendo de lo idéntico a ello, el denominado mundo mecánico (o "material")? Quiero decir, concebir este mundo no como una ilusión, una "apariencia", una "representación" (en el sentido de Berkeley y Schopenhauer), sino como algo dotado de idéntico grado de realidad que el poseído por nuestros afectos, -como una forma más tosca del mundo de los afectos, en la cual está aún englobado en una poderosa unidad todo aquello que luego, en el proceso orgánico, se ramifica y se configura (y también, como es obvio, se atenúa y debilita-), como una especie de vida instintiva en la que todas las funciones orgánicas, la autorregulación, la asimilación, la alimentación, la secreción, el metabolismo, permanecen aún sintéticamente ligadas entre sí, -como una forma previa de la vida? -En última instancia, no es sólo que esté permitido hacer ese intento: es que, visto desde la conciencia del método, está mandado. No aceptar varias especies de causalidad mientras no se haya llevado hasta su límite extremo (-hasta el absurdo, dicho sea con permiso) el intento de bastarnos con una sola: es ésta una moral del método a la que hoy no es lícito sustraerse; -esto se sigue "de su definición", como diría un matemático.
En último término, la cuestión consiste en si nosotros reconocemos que la voluntad es realmente algo que actúa, en si nosotros creemos en la causalidad de la voluntad: si lo creemos -y en el fondo la creencia en esto es cabalmente nuestra creencia en la causalidad misma-, entonces tenemos que hacer el intento de considerar hipotéticamente que la causalidad de la voluntad es la única. La "voluntad", naturalmente, no puede actuar más que sobre la "voluntad" -y no sobre "materias" (no sobre "nervios", por ejemplo-): en suma, hay que atreverse a hacer la hipótesis de que, en todos aquellos lugares donde reconocemos que hay "efectos", una voluntad actúa sobre otra voluntad, -de que todo acontecer mecánico, en la medida en que en él actúa una fuerza, es precisamente una fuerza de la voluntad, un efecto de la voluntad. -Suponiendo, finalmente, que se consiguiese explicar nuestra vida instintiva entera como la ampliación y ramificación de una única forma básica de voluntad, - a saber, de la voluntad de poder, como dice mi tesis-; suponiendo que fuera posible reducir todas las funciones orgánicas a esa voluntad de poder, y que se encontrase en ella también la solución del problema de la procreación y nutrición -es un único problema-, entonces habríamos adquirido el derecho a definir inequívocamente toda fuerza agente como: voluntad de poder. El mundo visto desde dentro, el mundo definido y designado en su "carácter inteligible", -sería cabalmente "voluntad de poder" y nada más que eso.-