EL CLIMA
martes, 4 de diciembre de 2012
IRASCIBILIDAD
La ira, la rabia o el enfado son emociones naturales y necesarias para el ser humano. La sensación incómoda que producen precipita en ocasiones cambios. Es decir, si algo que vivimos está produciendo un enfado es muy probable que busquemos la manera de subsanar o de cambiar el efecto que nos lo produjo. Si al ir a coger el coche vemos que alguien lo ha abollado y no ha dejado ninguna nota, lo normal es que se produzca ira y enfado. Al sentir este malestar es más probable que intentemos preguntar en un comercio cercano si alguien ha visto algo, que llámenos al seguro o que incluso lo denunciemos a la policía. El sentimiento negativo potenciará el buscar soluciones para así llegar a sentirnos mejor. El problema aparece cuando no existen soluciones concretas y a pesar de nuestro malestar nada cambia. De hecho, algunas personas tienden a estar enfadadas frecuentemente porque su manera de analizar y afrontar lo cotidiano les produce constantemente ira y enfado. Estas personas sienten la necesidad de enfrentarse a quienes no actúan como deben, o han hecho algo que les ha incomodado mucho. A menudo son personas exigentes y tienen un esquema de la justicia muy marcado.
Es frecuente ver en un centro o instituto de psicologia a personas que posponen el conflicto utilizar la ira como motor para la defensa de sus necesidades. De esta forma consiguen expresar su malestar, pero la culpa posterior por la tensión que se ha generado hace que sea más difícil volver a defender sus necesidades en siguientes ocasiones sin llenarse de razones.
Cuando la ira es la primera de las motivaciones para expresar opiniones o ideas, hace que poco a poco las relaciones se vayan impregnando de conflictos y tensión. Los ataques de ira se asocian frecuentemente a depresión y a trastornos de ansiedad. Producen en la mayoría de las personas que los padecen un impacto negativo en su calidad de vida. De hecho en bastantes estudios ha quedado constatado que la ira diaria, unida a elevados niveles de ansiedad es un factor de riesgo para padecer un infarto, tan relevante como lo son la obesidad, el colesterol alto y la hipertensión.
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