EL CLIMA

jueves, 4 de octubre de 2012

PENSAMIENTO ANIMAL






















Los seres humanos a menudo nos preguntamos si piensan o no los animales, si son conscientes, si sienten emociones, o si algunos animales son más inteligentes que otros. Estas preguntas no sirven de mucho porque son vagas y se centran en conceptos muy generales que se suelen definir en función de lo que hacemos los humanos. Para entender que piensan los animales, es más acertado preguntarse por fenómenos mentales que se pueden especificar con mayor precisión, fenómenos como por ejemplo la capacidad de los animales de usar herramientas, encontrar el camino de vuelta casa o aprender por imitación.

Para entender “qué” piensan y sienten realmente los animales, debemos observar los entornos en los que han evolucionado. Todos los animales están equipados con un conjunto de herramientas mentales para resolver problemas ecológicos y sociales. Algunas de estas herramientas son universales, compartidas por insectos, peces, reptiles, aves y mamíferos, incluidos los seres humanos. El conjunto de herramientas universales proporciona a los animales una capacidad básica para reconocer objetos, contar y orientarse. Se produce una divergencia de este conjunto de herramientas básicas cuando las especies se enfrentan a problemas ecológicos o sociales excepcionales. Por ejemplo, los murciélagos se orientan mediante una señal de sonar de alta frecuencia, pero nosotros no. A diferencia de los humanos, los murciélagos se enfrentan al problema de volar en la oscuridad. Como resultado, su cerebro ha evolucionado de una forma especial para procesar sonidos de alta frecuencia. Los humanos reconocen a cientos de personas por el rostro, pero los insectos sociales como las abejas no reconocen ni siquiera a los miembros de su propia colmena por el rostro. Para los humanos, el rostro es un objeto especial; por que tiene una configuración única de rasgos y por que representa una ventana crucial para la identidad, las creencias y los sentimientos de cada persona. En consecuencia, los humanos tienen un cerebro que ha evolucionado de forma especial para procesar caras.

La única forma de comprender cómo y qué piensan los animales es evaluar su conducta a la luz, tanto de las herramientas universales como de los mecanismos específicos de la mente diseñados para resolver problemas. Algunas ideas generales sobre las emociones y pensamientos de los animales, obtenidas a través del estudio del cerebro, del comportamiento animal y de la comparación con el desarrollo de la infancia de los seres humanos, han proporcionado algo de luz acerca de cómo los animales usan sus herramientas mentales para sustentarse en sus nichos ecológicos y sociales, y cómo solamente los humanos han aplicado sus herramientas a la creación de un mundo moral.

Se puede decir que casi todos los animales experimentan emociones. Las emociones preparan a todos los organismos para la acción, para aproximarse a las cosas buenas y evitar las malas. Pero en cuanto nos alejamos de las emociones fundamentales como la rabia y el miedo, que seguramente comparten todos los animales, encontramos otras emociones como la culpa, la vergüenza o el bochorno, que dependen críticamente de un sentido de la propia conciencia y de la conciencia de otros. Es posible que estas emociones sean sólo humanas, y que nos proporcionen un sentido moral que ningún animal, probablemente, es capaz de alcanzar.

Los animales, al igual que nosotros, se guían por el instinto. Los instintos guían la experiencia del aprendizaje. Son responsables de que los organismos esperen determinadas características del entorno e ignoren otras. Muchos de nuestros instintos responden a la evolución, de forma que compartimos una visión perceptiva y conceptual del mundo con muchos otros animales.

Los animales, como los humanos, tienen unas normas a las que atenerse y que a veces pueden romper. Esas normas reflejan las condiciones bajo las que se llevan a cabo los juegos de la reproducción y la supervivencia. Pero a diferencia de nuestras normas, las suyas no se basan en el conocimiento de lo que esta “bien“ y lo que está “mal”. Los animales obedecen a unas normas, pero no saben que las normas están destinadas a preservar las convenciones, a prevenir acciones dañinas y, al menos en algunos casos, a mantener la justicia. Los niños son como animales, pero los humanos adultos no.

La comprensión de la visión que tienen los animales del mundo requiere, por tanto, una habilidad para aislar los sistemas sensoriales adecuados y determinar los tipos de problemas que las especies remontaron en el pasado para sobrevivir en el presente. No debemos asumir que sabemos lo que sabemos, o cómo hemos llegado a saberlo. Debemos usar el diseño actual del cerebro de un animal y su conducta de ahora para deducir qué tipo de problemas tuvo que resolver su mente. Es una receta que sigue funcionando desde que Charles Darwin la preparó por primera vez, hace más de cien años. Si la seguimos fielmente aprenderemos muchísimo de las mentes salvajes que habitan nuestro planeta.


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