LAS GRANDES ESPECIES ACUATICAS
y pelágicas:
las tortugas laúd y los quelonios se juntan los sexos y se supone que permanecen apareados. El acoplamiento, mediante un pene sencillo, se verifica en el mar y las hembras salen del agua para ir a poner sus huevos, en número de un centenar o más, en las playas vecinas; escarban la tierra con sus patas traseras hasta formar una cubeta cónica en la que depositan la postura, que recubren enseguida por el mismo procedimiento; el sol se encarga de incubarlos.
En estos animales, la aproximación de los sexos puede durar de 15 a 30 días sin que el macho abandone a la hembra. Aquél presenta en las tortugas de tierra, una concavidad en la parte media de su plastrón ventral y tal depresión debe ajustarse más o menos a la convexidad de la concha de la hembra. Entre las tortugas terrestres gigantes, los machos, durante sus expansiones amorosas, producen una especie de ladrido, mientras las hembras permanecen mudas. Cabalgando sobre la parte posterior de la hembra, que no se inmuta y que sigue caminando, los machos realizan grandes esfuerzos para llegar a acoplarse; no lo consiguen hasta que la hembra se detiene. Entonces empinan el cuerpo hasta poner la concha casi vertical; la posición del macho, en un equilibrio por demás inestable, el choque de las conchas, las repetidas tentativas sin resultado, forman un conjunto que puede tomarse comoprototipo delos amores difíciles.
Según Cunnigham, el macho de una pequeña especie semi-acuática americana —Emida pintada— hostiga sin cesar a la hembra, procura detenerla y en cuanto lo consigue se le monta encima y le golpea la cabeza y los ojos con las garras de sus patas delanteras, con tanta velocidad que la vista no alcanza a seguir sus movimientos. Ante caricias de semejante naturaleza, la hembra hace esfuerzos por escapar, pero el macho la persigue sin tregua hasta que logra su objeto. En materia de brutalidad, la Cistuda de Europa o tortuga cenagosa de los charcos y de los estanques de nuestro país, gana a sus congéneres. Se une con la hembra en casi todas las épocas del año sin más excepción que los meses más fríos del invierno.
Para el pareo, el macho monta a la hembra a veces durante varios días, lo mismo en la tierra que en el agua, y ella va de un lado a otro sin aparentar emoción alguna; pero el macho porfía hasta inmovilizarla; le impide sacar la cabeza del caparazón, si se hallan en tierra, o de levantar la cabeza para respirar, si la pareja está dentro del agua. ¿Por ventura, la hembra pretende resistir? El macho la muerde con sus potentes mandíbulas hasta arrancarle las placas cefálicas o hasta desollarle el cuello. Cuando el macho ha logrado inmovilizar a su compañera, suelta la concha que estaba sujetando con sus patas delanteras y endereza el cuerpo echándolo hacia atrás, mientras se agarra con las extremidades posteriores. Después baja la cola y practica la cópula. A veces comparece un segundo macho que pretende participar en las bodas; ataca y muerde al primero, procura desalojarlo de su posición; si no lo consigue, se encarama sobre el primer ocupante y la hembra tiene que soportar el doble peso.
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