EL CLIMA

lunes, 5 de marzo de 2012

TITANES EN EL RING UN POCO DE HISTORIA


DEL SITIO 24 CON

El escritor de una biografía sobre "Titanes en el Ring" recordó el programa y a Karadagián. Contó a 24CON las peleas más insólitas, los personajes misteriosos y la verdad sobre La Momia.

Se sabe que un programa de televisión marca un hito en la historia cuando sigue en el corazón de la gente aún después de su salida del aire. Cuando al escuchar su nombre, los nostálgicos esbozan una sonrisa y vuelven un instante a su infancia. Y cuando, a 50 años de su estreno, todos recuerdan y cantan “Caballero, Caballero Rojo, es intrépido y leal, es valiente y es genial”; “La Momia, luchador sordo mudo, es más fuerte que el acero” o “Viene del desierto, trae mucha arena, Tufic Memet, Tufic”, entre tantas otras canciones.


El 3 de marzo de 1962, “Titanes en el Ring” presentó por primera vez a sus luchadores de catch por la pantalla del viejo Canal 9, un año antes de que fuera adquirido por el “zar” Alejandro Romay. Desde ese día y hasta el último, todo estuvo comandado por Martín Karadagián que, detrás de ese personaje de forzudo rústico y bonachón, desarrolló una verdadera faceta de empresario mediático, más que astuto a la hora de hacer publicidad y concretar negocios.


“Había nacido en San Telmo. Su padre era un carnicero armenio que le pegaba bastante, así que se crió a los golpes. Desde chico, lo tuvo que acompañar en su trabajo. Cargaba el peso de las reses y eso lo ayudó en su desarrollo físico”, cuenta a 24CON el periodista y escritor Leandro D’Ambrosio.


Junto a varios luchadores que le sobrevivieron al gran Martín, este investigador de las historias de la televisión se presenta hoy a las 19:30 en un homenaje al medio siglo del programa de lucha libre, en “La Morada”, Hipólito Yrigoyen 778. Estarán el Mercenario Joe, El Diábolo, Yolanka y el Hippie Hair, entre otros inolvidables héroes del ring.


D’Ambrosio es el autor de la biografía “Martín y sus Titanes”, de Editorial Del Nuevo Extremo, que escribió sin haber conocido el show de cerca ni vivido en la época de mayor furor, que, según él, fue durante la temporada de Canal 13 del año ‘72, cuando aparecieron los primeros Long Play con las canciones de presentación de los personajes, y también la primera película. Es que Leandro tiene 33 años y apenas fue testigo de la última etapa del ciclo.


“Tenía 4 o 5 cuando vi la temporada del ‘82, y me atrapó porque había muchos luchadores enmascarados. También me llamaba la atención que, aparte de las luchas, hacían toda una telecomedia con clips, como cuando llegaba la Momia al puerto y la mafia secuestraba el cajón. Yo era un cultor de la televisión y, por suerte, en casa me dejaban verlo, los viernes a la noche. Cuando volvió en el ‘88 y cuando hicieron ‘Lucha Fuerte’, seguí viéndolo. Siempre me gustó”, recuerda sobre su infancia.El primer paso para su investigación lo dio gracias a su amigo, el músico y humorista Gillespie, que ya lo había ayudado en su biografía anterior, sobre el “amo del terror” Narciso Ibáñez Menta. “Él me contó que su prima iba al mismo gimnasio que Enrique Ochessi, que estuvo en ‘Titanes’ en los ’60. Me reuní con él, me pasó muchos teléfonos de su ex compañeros, y a partir de ahí empecé a armar la cadena. Los luchadores hablaron con tanta emoción que entendí que todo fue más grande de lo que yo pensaba”, asegura.


¿Qué te contaron de Karadagián?


Era un tipo severo, muy estricto con la puntualidad. Con la plata era duro: no pagaba lo que ellos querían, pero nunca dejaron de cobrar. Ellos se sublevaban, porque se creían importantes, y entonces se iban del programa. Pero la compañía, “Empresa Internacional de Catch”, nunca dejó de producir, e iban armando otras ‘troupes’. Algunos después volvían de rodillas, pidiendo perdón.


¿Cómo se le ocurrió hacer “Titanes”?


En el ‘30 llegó el catch a Argentina desde Europa, por un polaco famoso, el Conde Karol Nowina. Después del fútbol, las luchas en el Luna Park eran lo más popular. Karadagián había hecho lucha grecorromana y lo usaban de sparring, pero no lo querían dejar entrar al grupo, porque era un ambiente muy cerrado. Recién después de 10 años, ingresó a los certámenes del Luna. Tenía la visión de que la lucha podía llegar a la televisión, pensaba en grande, y así empezó a hacerse cargo del negocio.


¿Y cómo saltó a la tele?


A mitad de los ‘50 el fenómeno se vino para atrás, pero en los ‘60 Karadagián quiso reinsertarlo. Como estaba muy de moda el Capitán Piluso, tuvo una charla con Alberto Olmedo y le dijo que quería llegar a la tele. Entonces armaron una lucha en el Luna a beneficio de hospitales: “Karadagián contra Piluso”, en noviembre del ’61. Fueron 30 mil personas, fue un éxito. Ahí, los directivos de Canal 9 le ofrecieron el programa.



¿Siempre fue un show para chicos?


Al principio iban las parejas grandes, las luchas eran a las 10 de la noche y la trasmisión era 11:40. Después vieron que se sumaban los chicos y, ya al tercer año, empezaron a poner horarios más temprano y a bajar un poco la violencia. En la prensa se preguntaban si todo era cierto, si salían lastimados. A veces sí, pero no era a propósito. Entrenaban mucho toda la semana: al principio lo hacían en el Club Hindú, en Capital, y a fines de los ’60 Martín compró un gimnasio propio en Olivos.


¿Cuál es tu personaje favorito?


Para mí, el más emblemático es el Caballero Rojo, porque su característica principal era ser muy noble y no hacer trampas. Siempre lo interpretó el mismo luchador, Humberto Reynoso, de San Pedro, que venía de luchar en el Luna en los ’50. Una vez, Karadagián lo quiso quemar y sacarle la máscara en el ring, pero le avisaron y él se puso una media oscura de mujer debajo. Cuando Martín le sacó la máscara, sólo se vio la media, y él salió corriendo. Karadagián se jactaba de ser el mejor del mundo y tenía un poco de celos cuando un personaje a cara descubierta le quitaba popularidad.

¿Eso pasaba seguido?


Pasó con el Indio Comanche y Mr. Chile, que eran extranjeros. Decían que Comanche venía de México, pero era peruano. Participaban muchos peruanos, porque en su país tenían una escuela de lucha. Realmente era un show internacional. Pero al tiempo, para no pagar los cachets en dólares, empezaron a convertir a luchadores locales en personajes extranjeros. Karadagián lo fue bastardeando en ese sentido.
¿Qué era lo que atrapaba tanto a la gente, si se sabía que las peleas estaban armadas?


Es que los chicos no perciben el engaño, y los grandes veían su entusiasmo y los acompañaban. Además, tenían llaves y tomas muy vistosas, como la patada del canguro o la tijera al cuello. Conocían bien el oficio. Karadagián siempre estaba atento a novedades para incluir y llamar la atención. En el ’66, por ejemplo, peleó contra un oso, que era amaestrado, pero lo hicieron pasar como salvaje. Lo tenía que acariciar y simular el forcejeo. El truco era el de “la cirugía”: tenía pegada en la palma de la mano una Gillette y, cuando venía el golpe, se hacía un corte en la frente, y parecía que el oso lo estaba matando. Todos creían que la sangre era artificial, pero era real.



“Todo el programa tenía una cosa especial, Karadagián canoso y con barba era como un abuelo simpático. Me impacto la producción y preparación que tenía para esa época. Entonces me quedaron grabadas muchas cosas, y se me dio la posibilidad de escribir el libro como un homenaje a mi niñez y a la de todos los argentinos”, explica.


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