EL CLIMA

jueves, 1 de septiembre de 2011

ENTRE MUJERES



  • CIRCUITO HOT


    ENTRE MUJERES

    Una noche fría, una puerta negra, un guardia. “Sí, es acá”, dice el hombre e invita a pasar a un salón. Al fondo, una vieja cabina de teléfono, desde donde se marca “la contraseña” para que suene el timbre y la puerta se abra: 14… Al fin, Frank’s. Es un bar glamoroso y exclusivo, para tomar algo y, por qué no, llevarse un souvenir, para la intimidad, de Sophie Jones, sex shop que promueve el placer con refinamiento. “Es un anexo de Frank’s, pero a la noche. La distensión de la salida hace que la gente se anime, aunque aún es tímida”, dice Ana Ottone, su dueña.

    “Como nunca me quise posicionar como sex shop trabajo con productos importados de excelente estética y calidad, más costosos que los nacionales o chinos”, aclara. Es cierto: en Sophie Jones sorprenden los colores, las texturas, las formas y la presentación. “Cuando empecé, lo que más me diferenció, además de las tupper-sex (reuniones en casas para mostrar los productos), fue la inclusión de la mujer. Hasta ese momento nadie había pensado en nosotras como consumidoras de accesorios sexuales. El sexo está pensado y manejado por y para el hombre”, sigue.

    Mientras entra una pareja y cuchichea, Ottone agrega que no podría describir un perfil de consumidor: ¡le vendió vibradores hasta a mujeres de 70! Hay de todo: solas, solos, parejas, la amiga más caradura del grupo que compra para todas, las que fueron madres y quieren mejorar su relación de pareja, y tantas otras. Su caballito de batalla son las pezoneras (“¡con las que no necesitás nada más!”, se entusiasma), juguetes anales, el patito y, claro, los vibradores. Hay para todos los gustos, incluso una zanahoria rosa a $990. La novedad, los juguetes con batería recargable.

    De repente, ingresa un hombre y dice que lo mandaron “las chicas” que estuvieron antes. Mira, pregunta sin ponerse colorado y escucha las buenas nuevas: un monstruito estimulante y un egg de masturbación.

    Como un psicólogo

    En la otra punta de Palermo, cruzando las vías, Flair ocupa un local verde manzana. “La lencería está acá, para que se animen a entrar y después suban al sex shop”, cuenta Sergio Gentile, su dueño. “Vienen más mujeres que hombres, tienen la cabeza más abierta. De diez clientes, siete son mujeres, dos de ellas vienen en pareja y sólo tres son hombres. Ellos compran “para un amigo”, son más retraídos, tienen pudor”, continúa. Sin imágenes eróticas ni porno, en lencería también incluyen la línea Playboy, disfraces y corsets.

    Arriba, sube la temperatura. “Traemos unas pocas cositas sado”, comenta Gentile. Hay vibradores, anillos, accesorios, estimulantes, bombas de elongación y cremas. Los de uso anal (son los que tienen base) se venden bien, como los iniciadores inexpulsables con o sin vibración (juguetes anales más delgados que los consoladores, con bolitas que aumentan su tamaño a medida que van llegando a la base), las bolitas chinas de uso femenino (en la vagina generan una vibración estimulante, “y fortalecen los músculos”), para usar con lubricante y profiláctico. Rareza: un estimulador con forma de labial para la cartera. “Acá funcionás como psicólogo. La gente se abre, te cuenta sus cosas. Las parejas con muchos años buscan algo para jugar y romper la rutina. Les sugiero un estimulador, como un anillo con microvibrador, para que disfruten los dos”, dice.

    De 18 a 80 años

    Evitando las galerías, se llega a Buttman, archiconocido sex shop de la avenida Corrientes, el más grande del país. Habrá que superar la imagen fuerte de la vidriera y atravesar la galería de DVD para llegar hasta él. En el camino, un señor mayor observa las películas XXX. Una curiosidad, ya que adentro ganan las mujeres.

    “Apenas pueden demostrar que tienen 18 años (requisito para el ingreso), las chicas entran, pero también hay señoras de cerca de 80 años”, sorprende Ana Moreano. “Últimamente entran muchas parejas, pero lo que siempre hay son mujeres, algo impensable tres años atrás”, continúa.



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