HISTORIA DE LA CAMA
Cama de Hetepheres. Dinastía IV de Egipto, c. 2600 a. C. Museum of Fine Arts, Boston, Estados Unidos.
Una cama es un mueble que se utiliza para dormir, aunque también suele usarse para otras actividades: leer, sentarse, descansar, saltar, tener relaciones sexuales, comer, jugar (sobre todo los niños), reposar en períodos de enfermedad, etc. La cama es, además, uno de los lugares más comunes donde las personas mueren.
Las camas se presentan en un amplio abanico de formas y tamaños. Las primeras eran poco más que pilas de paja o algún otro material natural que se extendían por la noche sobre el suelo y se recogían durante el día. Un avance importante constituyó el elevarlas para evitar inundaciones, suciedades e infecciones.
La cama, que tiene forma propia desde las antiguas civilizaciones de Egipto y Asiria, consiste en un bastidor rectangular alargado, de madera o de metal, sostenido por pies elevados y terminado en un extremo o en ambos en un cabecero a modo de respaldo, que suele adornarse con figuras. Según su utilización, había dos clases de lechos en varios pueblos antiguos:
los utilizados para dormir,
los utilizados para comer.
Excepto los antiguos nobles egipcios, que ya usaban sillas y mesas para comer.
Esto era así ya que, hasta la llegada de la Edad Media, los hombres solían comer recostados en lechos y sobre almohadones. Durante la época del Imperio romano, desde fines de la República, prevaleció en estos lechos la forma semicircular o de herradura para situarlos alrededor de las mesas, que por entonces eran redondas.
Según algunos historiadores, los griegos fueron los primeros que colocaron una especie de cabecero, más o menos elevado, sobre el armazón de la cama constituida por cuatro palos ensamblados, los cuales componían los montajes que sostenían la cama propiamente dicha.
Los persas, antes que los griegos, tenían sus camas con baldaquinos y la cubrían con muchos tapices. Los baldaquinos los adornaban con bordados, metales preciosos (oro y plata), marfil y perlas.
Los Romanos también tenían unas camas semejantes y, a medida que el Imperio se fue agrandando y enriqueciendo con sus conquistas, se fueron haciendo de maderas finas, como el ébano, cedro, etc., así como el bronce, variando también la clase de sus colchones, los cuales en un principio consistían en un sencillo saco de paja, pero que después se rellenaron de lana de Mileto y, posteriormente, de finísimas plumas.
En la Europa occidental, después de Jesucristo y hasta finales del siglo XII, aunque la cama debió de ser considerada como un mueble de gran importancia, desapareció en gran parte este lujo. Los príncipes tenían oficiales a su servicio que tenían el encargo de cuidar de su lecho. Las dimensiones de la cama llegaron a ser tan grandes que alguno de estos príncipes hacían que un criado golpease con un palo los colchones para persuadirse de que en ellos no se ocultara ninguna persona.
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