EL CLIMA

martes, 2 de noviembre de 2010

EL HARLEM




EL HARLEM


El barrio negro de Nueva York, hogar de Duke Ellington y Ella Fitzgerald, de las misas gospel y la cocina sureña, vive un nuevo renacimiento en un intento de revitalizar sus históricas calles, donde ya se está construyendo el primer rascacielos al norte de Central Park. El barrio que redefinió la cultura afroamericana en los años 20, que inventó los ritmos negros y albergó los mejores clubs de jazz en una época de noches interminables se acopla a la modernidad, pero no quiere perder su esencia.

Una mañana de domingo no hay paz en este barrio. Pregunten a cualquier residente de Harlem y siempre escucharán esta misma frase. Harlem es el barrio del que todos los neoyorquinos hablan, pero rara vez visitan. Con los turistas, sin embargo, pasa todo lo contrario. Fascinados con la historia de la comunidad negra, con las calles donde se gestó la capital cultural de los afroamericanos, hogar de Duke Ellington, de las primeras actuaciones de Ella Fitzgerald y Michael Jackson, no hay guía que pase por alto el barrio negro, cuyos habitantes y políticos locales se han empeñado en devolverle los días de gloria de la llamada “Harlem Renaissance”.
Al este, el Harlem hispano; en el centro, el negro; al oeste, el blanco. Irlandeses, italianos, dominicanos, haitianos, puertorriqueños y todas las nacionalidades del continente africano conviven entre los ríos East y Hudson y entre las calles 110 y 160. Lejos quedan ya aquellos años en que su dorada reputación se vio totalmente eclipsada por el crimen y la pobreza. Harlem vuelve a atraer a negros de clase media, artistas, profesionales blancos y, sobre todo, muchos turistas. Europeos en su mayoría. Así que sólo hace falta subir una mañana de cualquier domingo a la calle 125, la arteria principal, para ver a sus habitantes vestidos con sus mejores galas, hombres y mujeres ataviados con sombreros y abrigos de otra época que pasean, charlan y entran a la iglesia para disfrutar del servicio dominical. Y de la música gospel.
A veces también se enfadan. Tanto visitante altera sus domingos, como cuando en una reciente mañana 200 turistas esperaban en la puerta de la famosa Abyssinian Baptist Church y uno de los encargados de controlar las visitas les dio la mala noticia: no había suficientes sitios para todos. “Vayan a otra iglesia a la vuelta de la esquina, disculpen”. Cuatro turistas suecos se negaron a moverse. “¿No nos podemos quedar?”, preguntaron. “Esto es una iglesia, no un juego”, contestó el encargado. Pero lo que realmente les preocupaba a los suecos era seguir paso a paso cada negrita de su guía: era la Abyssinian o nada. Así que el hombre se cansó de intentar convencerlos y los dejó pasar. “Esto se está poniendo imposible…”, murmuró.
El número de extranjeros en las iglesias de Harlem ha crecido tanto en los últimos años que se ha convertido en una suerte de parque temático eclesiástico. Los autobuses escupen a cientos de turistas en temporada alta –que para la ciudad de Nueva York es casi todo el año– armados con cámaras, vaqueros y camisetas, sentados en los balcones del segundo piso, separados de los feligreses que ocupan los bancos de la iglesia con sus impolutos trajes. Y la experiencia resulta un fiasco para quienes buscan algo más “auténtico”, si es que hay algo auténtico en pasar unas pocas horas en Harlem. Ahí va el primer consejo: no paguen un tour por ver una misa gospel. Cojan el Metro y entren a cualquier iglesia sin turistas, que también las hay y hasta hacen gospel a ritmo de rap.
Siguiendo con la gran fascinación de los blancos por las misas negras, la mayoría asegura acudir por enriquecimiento personal. Y muchos feligreses afirman sentirse honrados por el interés en su estilo de vida. Pero no todos tienen la misma opinión. “La gente no va sólo por la religión –explica al diario The New York Times Patricia J. Williams, profesora negra en Columbia, la universidad del West Harlem–. Van por el show. Parece que los blancos están de safari y sólo les falta el sombrero. En este país –continúa– siempre ha habido gran interés por los rituales negros, sobre todo en el sur. Y en todo el mundo los turistas ven la religión como una ventana más accesible y teatral para conocer otra cultura”.
En cualquier caso, las escenas en las iglesias de Harlem que Williams visita esporádicamente le molestan, describiéndolo como una especie de “voyeurismo racial” que sería difícil imaginar al contrario, con grupos de negros colándose en una sinagoga del Upper West Side un viernes por la noche.
“Para ellos es sólo un show. Me pregunto qué hay detrás de todo esto”, comenta una anciana en el mismo artículo del diario neoyorquino. Lo que hay detrás para los turistas españoles, alemanes o nórdicos es conocer una realidad que no existe en sus países. Y lo que hay detrás para las congregaciones, además de reflejar una imagen positiva de la comunidad negra y de predicar la palabra de Dios, son los beneficios que les dejan los touroperadores, que donan unos cinco dólares por cabeza cada vez

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