Antonio cargó penosamente las valijas hasta la puerta del edificio, las dejó en el suelo y buscó el manojo de llaves que le habían dado en la inmobiliaria. La pintada de verde, le dijo la empleada. Esa es la llave del ingreso principal. La encontró entre varias que luego tendría que ir probando. Abrió la puerta y la sostuvo con el pie mientras se inclinaba para tomar las maletas. Una vez adentro, las dejó en el piso reluciente y las fue arrastrando hacia el ascensor.-¡Qué hace usted! –el grito lo frenó en seco. La mujer no le dio tiempo a contestar:- ¡Está rayando los cerámicos!-¿Y usted quién es, señora? –preguntó fastidiado por el calor y el esfuerzo.-La portera. Y supongo que usted es el inquilino del cuarto “B”.-Así es. Y no creo que estas valijas de cuero puedan rayar un piso de mármol.-Un piso que mantengo con esfuerzo para que brille como un espejo. ¡Si hasta tendría que poner patines en la puerta para que transiten por el palier!Antonio la miró incrédulo. La mujer prosiguió:-Es bueno que usted conozca las reglas de convivencia de este condominio. Para empezar, la mayor parte de los departamentos están ocupados por sus propietarios. ¡Yo siempre me opuse a la idea de que fueran alquilados! Los inquilinos son bochincheros y descuidados y cuando se van dejan el departamento que es un asco. Y con las garantías compradas…, andá a reclamarle a Magoya.Antonio no salía de su estupor. Abrió la boca para contestarle cuando ella arremetió de nuevo.-Aquí se apagan los aparatos a las diez de la noche. Es un edificio de gente que trabaja. Cuando haga un pedido a los delibres, me tiene que informar con anticipación.-¿A los qué…?-¡A esos que reparten!-Delivery, querrá decir. -Usted me entendió. ¡No pasa nadie sin mi autorización! Hay que ver las manías que usan para entrar a robar.-¿Manías? No entiendo a qué se refiere.-¡Los trucos, los engaños! ¿No hablo en argentino?-Habrá querido decir artimañas, mi querida señora. ¿Y si se me antoja pedir helado a la madrugada? ¿Debo despertarla para avisarle?-Se queda con las ganas. Yo me acuesto a las once y usted tiene que tentarse antes de esa hora.-¡Ja! Como si los caprichos pudieran anticiparse. En ese caso, yo bajaré a abrirle al repartidor.-De ninguna manera. Yo tengo la única llave del pie de la puerta y la trabo antes de irme a dormir.El inquilino del cuarto “B” no salía de su asombro. ¡Con razón consiguió un alquiler tan barato! Nadie le advirtió que debería lidiar con esa energúmena. –Y dígame, si salgo y vuelvo a la madrugada, ¿usted se levantará para abrir la puerta?-¡Ah, no, señor! Aquí nadie se va de farra. Antes de las once están todos en sus casas, ¡faltaría más!-¿Y si tengo invitados a cenar? A las nueve todavía es de día con el cambio de horario. Si empezamos a comer a las diez, se harán más de las once antes de que termine la cena. ¿Deberán quedarse a dormir en mi departamento?-¡De ninguna manera! Aquí no permuta ningún extraño, ¡faltaría más!-¿Permuta…? –repitió Antonio intentando desentrañar la expresión.-¡Duerme, hombre! Usted es muy lento para entender, ¿sabe?-¡Ah! Pernocta – dilucidó el inquilino con complacencia. -Ya ve, usted me entendió. Tiene la suerte de haber caído en un lugar de sanas costumbres y donde se respeta al próximo.-Al prójimo, querrá decir. Entonces, para resumir: usted se hace cargo de la vida y las costumbres de todos los residentes. ¿Entendí bien?-Ahora parece que se le despejó la molleja.-La mollera, señora –dijo Antonio con parsimonia. Y no resistió la tentación de dispararle una ironía: -Creo que mi primera adquisición será un regalo para usted.La mujer lo miró con una mezcla de suspicacia y codicia. Él remató:-¡Un diccionario! Y mientras se lo aprende, no me dirigirá más la palabra ni la vida, ¡faltaría más!
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