EL CLIMA

martes, 15 de junio de 2010

LA SEDA


















LA SEDA

Aunque la seda ya era conocida por los pueblos mediterráneos desde antes de la civilización griega, nadie sabía de su origen animal y menos aún los secretos de su elaboración.

A despecho de su lustrosa presencia, famosa finura y suavidad infinita, la resistencia del hilo de seda es comparable a la del acero. Por todo esto y porque nadie en Occidente sabía cómo fabricarla, la seda era muy apreciada. Alcanzó precios astronómicos, sobre todo porque, hasta bien entrada nuestra era, toda la seda que llegaba a la región mediterránea venía de China. Y lo hacía por unos caminos que, a través de Asia central, conformaron la famosa ruta de la seda.

La ruta más antigua y duradera. Efectiva­mente, la de la seda ha sido la ruta comercial más antigua de la historia y la que ha perdurado más tiempo. Fue una encrucijada de caminos, religiones y culturas que, durante siglos, jalonó una enorme extensión de Asia. La expresión “ruta de la seda” parece que fue acuñada por un griego de Siria que vivió en el siglo II a.C. No obstante, la ruta existía desde mucho antes, puesto que los antiguos egipcios ‑y otros pueblos mediterráneos- ya compraban la seda china.

Siglos después, en Roma, la seda estaba tan extendida, que no faltaba en ninguna casa patricia. Aun así, nadie conocía su verdadero origen. El conocido escri­tor clásico Plinio el Viejo defiende, en su “Historia natural”, el origen vegetal de este tejido. En la citada obra se puede leer: la seda procede de los “seres”, un pueblo formado por individuos altos y pelirrojos que se dedican a extraer una pelusa blanca de determinados árboles. A partir de esta pelusa, proseguía el sabio latino, los “seres” hilan y tejen la seda. Precisamente el nombre de estos supuestos personajes formó la pala­bra con que los romanos designaban al tejido: “sericum”. Y de él derivan todas las palabras castellanas relativas al término: sericicultura, sericultor

Un cultivo secular. La fabulación de Plinio nos muestra hasta qué punto se ignoraba la naturaleza de la seda en el mundo occidental. Y es que, durante la sericicultura sólo fue conocida por los chinos. Pero no por los agricultores y gente del pueblo, sino que era monopolio exclusivo de los emperadores, quienes hicieron lo imposible para guardar el secreto y con mucho éxito, aunque parezca imposible en un país tan inmenso. La exportación de los insectos o de sus huevos se castigaba con la muerte, lo que resultó ser una medida eficacísima durante casi tres milenios.

El origen mítico. Según la tradición, el cultivo y la producción de seda se remontaría al año 2460 a.C. Cuenta una antigua leyenda china que corría este año cuando la emperatriz Lei‑Tsu, paseando por los jardines de palacio, se detuvo a observar cómo una oruga hilaba su envoltorio de seda, Más tarde, al caer en la cuenta de que este proceso era muy similar al que se hacía para tejer una tela normal, la emperatriz intentó deshilvanar el capullo.

Pero el hilo no se desenganchaba, lo que la obligó a ensayar otros métodos hasta que un buen día se le ocurrió sumergir (o simplemente se le cayó) el envoltorio pupal en agua caliente. Entonces comprobó que la fibra se desprendía con gran facilidad y descubrió varios hechos que la sorprendieron: el hilo de un mismo capullo tenía una longitud extraor­dinaria (cientos de metros), no se enredaba dema­siado y era muy resistente. Todo ello la animó a tejerlo y fabricar la primera pieza de seda: era el inicio de una de las historias más largas y trascendentes de la humanidad.

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