EL CLIMA

viernes, 14 de mayo de 2010

LOBOTOMIA









LOBOTOMIA


¿Qué es la felicidad, sino un cementerio de ideas? La semántica nos tiende aquí una de sus trampas sutiles, ya que el "lavado de cerebro" se considera algo terrible que puede sucederle a otros y la "higiene mental" es algo saludable que practicamos a menudo. En el eufemismo está el cepo que atrapará nuestro amor propio.

La televisión es sin duda, el mayor escalpelo lobotomizador jamás inventado. Más aún la llamada televisión interactiva, por cuanto nos brinda la ilusión de que nosotros decidimos y nos priva de los anuncios: sólo hay inteligencia en la publicidad, como ya demostrara Goebbels. El fútbol en todas sus formas (campeonato mundial, liga, múltiples copas, declaraciones monosilábicas de jugadores) es un utensilio muy empleado en el vaciado de cabezas. O las propias olimpiadas, ya que ¿cómo han conseguido convencernos de la importancia de que un tipo salte, en Australia, tres milésimas de centímetro más lejos que otro?

Si la lobotomía fuera abiertamente legal ello comportaría sus ventajas. La lobotomía parcial es algo muy molesto, que se presenta cuando el sujeto en cuestión ha sufrido la higiene en parte de su órgano gris, mientras la otra se muestra anormalmente perspicaz. Sucede con los taxistas de virgen en el salpicadero, los tunos y los párrocos de verbo fácil.

Puede que el lector se sienta a salvo de estas prácticas, y llegue a proferir con soberbia palabras como "A mí nadie me lava el cerebro". La mera enunciación de semejante frase es prueba inequívoca del funcionamiento defectuoso de la víscera pensante. Nadie puede negar el proceso, como mucho puede presumir de haber conservado intactas algunas áreas, lo cual no se debe a su voluntad, sino a la desigual distribución del detergente en la lavadora. Un cerebro sucio es algo sumamente infrecuente en nuestros días.

El lavado de cerebro pandémico, o lobotomización en masa no es un invento reciente. Es un proceso ligado de manera indefectible al Poder, en cualquiera de sus formas, por lo que los jeroglíficos de Karnak y Luxor en la cuenca del Nilo ya nos refieren escenas de la vida de los faraones, de absoluta vigencia en nuestros días. Por ejemplo, cualquier proceso electoral se halla revestido de estas tácticas. El extremo fehaciente de que el lavado de cerebro existe es que hay personas que acuden a las urnas y depositan en su interior un papelito doblado que llaman voto, con el que creen participar en la vida política.

Los aspectos divinos guardan una estrecha relación con estos fenómenos. El cristianismo requiere más higiene cerebral que otros cultos mayoritarios, pero todas las religiones, en mayor o menor medida, participan en el lavado. Cercanos a la religión encontramos a los nacionalismos, violentos o no, ése es un detalle sin importancia. ¿Acaso no se requiere un lavado de cerebro integral para entrenar cada año a miles de jóvenes disfrazados de soldados, por si algún día llegara el caso de defender con sangre una frontera?

Podemos hallar casos extremos de lavado de cerebro en hinchas de fútbol, testigos de Jehová, etarras, Hare Krishnas, antiabortistas, militares patriotas (si son mercenarios escapan de esta lista negra), ecologistas y, en general, cualquier miembro activo de una ONG, que cree que lucha contra el sistema cuando en realidad lo alimenta. Sólo el artista, el loco y el criminal mantienen sus meninges alejadas del detergente.

Decía Manuel Vicent que la riqueza de un hombre se mide por el tiempo que pasa en el cuarto de baño, por lo que deberíamos ser más honestos y admitir el placer que comporta la higiene mental, como cualquier otra gimnasia de inodoro. A ellas les seduce leer revistas que hablan sobre la vida de los insectos (novias de famosos, famosas sin novio, hijos de amigos de famosos) Y a ellos los periódicos deportivos, cuya riqueza intelectual es comparable a la de un jamón. Pero ¿cómo, si no, podríamos convencerlos para que cada mañana acudan a sus trabajos mezquinos, compartiendo el infame transporte público con el resto de muchedumbre lobotomizada?. Necesitamos obreros felices, y un cerebro sucio no ayuda a trabajar.


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