EL CLIMA

Mostrando entradas con la etiqueta CUENTITO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta CUENTITO. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de septiembre de 2012

CUENTITO



CUENTITO

Juliancito para los conocidos o Julián para los desconocidos, era un chico común como todos, jugaba al fútbol, con los autitos , con los muñecos , con los soldaditos pero lo que más le gustaba hacer , era estudiar , leer y escribir. El soñaba ser un escritor muy famoso. El soñaba con ser un gran y famoso escritor. Hubo una noche que tuvo un sueño re, re- lindo en el medio del sueño se le apareció un ángel. Y le dijo, vas a ser un buen escritor yo te voy a cumplir el sueño porque vos sos muy bueno . Al día siguiente se despertó y empezó a hacer un cuento. Se hizo un gran escritor salió en televisión y todas las mañanas hacía unos cuentos de todo tipo. Luego se casó , tuvo cuatro hijos y la mujer cocinaba muy rico , los hijos , la mayor fue traumatóloga , el tercero fue futbolista , el segundo fue corredor de autos y la primera fue como su mamá cocinera. Finalmente fueron felices para siempre, los hijos fueron famosos, tuvieron hijos y fueron felices.

martes, 28 de agosto de 2012

La caravana te cuenta un cuentito.



La Ostra y El Cangrejo

Una ostra estaba enamorada de la Luna. Cuando su gran disco de plata aparecía en el cielo, se pasaba horas y horas con las valvas abiertas, mirándola.

Desde su puesto de observación, un cangrejo se dio cuenta de que la ostra se abría completamente en plenilunio y pensó comérsela.

A la noche siguiente, cuando la ostra se abrió de nuevo, el cangrejo le echó dentro una piedrecilla.

La ostra, al instante, intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidió.

El astuto cangrejo salió de su escondite, abrió sus afiladas uñas, se abalanzó sobre la inocente ostra y se la comió.

Así sucede a quien abre la boca para divulgar su secreto: siempre hay un oído que lo apresa.

viernes, 29 de abril de 2011

ZAPATERO REMENDON LAFONTAINE

EL ZAPATERO REMENDON LA FONTAINE
En una callejuela estrecha, que no recibía de día más luz que la que lograba penetrar por el escaso trecho que separaba las altas y pobres casas de uno y otro lado; iluminándola de noche dos faroles que más bien parecían candilejas, pues encerrada en ellos despedía luz rojiza la torcida, anegada en aceite de mala calidad, sin lograr sus reflejos otra cosa que hacer más densas las sombras, vivía un zapatero remendón que tenía su tenducho en un portal bajo, húmedo y oscuro. Llamábase Francisco y se le veía durante todo el día, y a veces parte de la noche, encorvado sobre los zapatos, mejores para tirados que para remendados.
Teníanle los niños mucha afición, que él les agradecía poco, pues consistía en molestarle; y al salir de la escuela, en vez de ir directamente a sus casas, tomaban por la callejuela y pasaban corriendo delante del tenducho, gritando:

Zapatero, zapatero,
echa suela en el puchero;
zapatero remendón,
te has comido un gran ratón.

Francisco procuraba dominarse y no levantar la cabeza; pero se pintaba tal expresión de tristeza en su cara, que si los niños se hubiesen fijado en ella no le hubieran molestado más; porque, por lo regular, los niños son buenos y no creen causar el daño que a veces hacen con sus travesuras. El más travieso, el que más molestaba al remendón y el que capitaneaba a sus compañeros todos los días al salir de la escuela, se llamaba Rafaelito, tenía nueve años y era el que mayor ligereza mostraba en los pies y mayor fuerza en la garganta para huir y gritar a un tiempo:

Zapatero, zapatero,
echa suela en el puchero;
zapatero remendón,
te has comido un gran ratón.

Francisco cosía los rotos de los zapatos, les echaba medias suelas, siempre pegado a un taburete, que parecía formar parte de su cuerpo, tan encorvado como si nunca hubiese tenido erguido el espinazo. Cuando los niños se burlaban de él, el remendón murmuraba:
-¡Dios os conserve la alegría! Si pasarais mis penas y trabajos, no os burlaríais de mí.
Un día Rafaelito imaginó una jugarreta. El zapatero no estaba en la tienda y el audaz chicuelo ató el extremo de un cordel al taburete y el otro a la rueda de un carro que estaba parado en la calle. Francisco volvió a su trabajo, y cuando el carro echó a andar, vio con gran sorpresa que el taburete hacía otro tanto y se marchaba a la calle, rodando por el suelo todos los chismes que contenía. Salió el zapatero gritando, detúvose el carretero, pero no tan a tiempo que no se hubiese reunido mucha gente; mientras los chicos, apostados en la esquina, se reían de su gracia, que no la tuvo para Francisco, porque los objetos rotos y el deterioro sufrido por el taburete le representaban parte de su mísero jornal. Hay quien dice que al remendón se le escapó una lágrima, y es muy posible no se equivocara la mujer que afirmó haberla visto rodar por sus mejillas. En cambio Rafaelito se rió mucho y todo el día estuvo pensando en su travesura; y hasta soñó que con el taburete seguía la casa detrás del carro y luego el zapatero dando desaforadas voces. Y en esto despertó. Abrió los ojos, vio que apenas había amanecido y se volvió del otro lado; pero una voz le dijo:
-Levántate, que ya es hora.
-Hasta las ocho no he de ir a la escuela.
-Como no se trata de ir a la escuela...
-Pues ¿adónde vamos? preguntó el niño incorporándose en la cama, creyendo que se trataba de una excursión al campo.
-Vístete y lo sabrás.
Rafaelito abrió dos ojos como naranjas al ver a su interlocutor, que era una rata muy grande que le presentaba unos pantalones mugrientos y remendados. Como cobró mucho miedo no se atrevió a hacer ninguna observación y se puso los pantalones. Luego otra rata le dio una chaqueta tan estropeada que enseñó los codos el niño, mejor dicho, el hombre, pues Rafaelito había ido creciendo hasta convertirse en un hombre.
-Estate quieto, le ordenó una tercera rata.
De un bote le saltó a la cabeza y con la cola le enmarañó el cabello, mientras una cuarta y una quinta dieron un par de volteretas en sus manos, que quedaron llenas de pez. Rafaelito se echó a llorar y una de las ratas le dijo:
-Pronto principias. Reserva las lágrimas para mejor ocasión.
En esto una mosca le picó en la nariz, que se le llenó de granos, y una araña le paseó las patas por la cara, que se le cubrió de arrugas.
-En marcha, gritó la primera rata.
Echó a andar sirviéndole las ratas de escolta; y Rafaelito, al pasar delante del espejo, vio con espanto que se había convertido en el zapatero remendón. Llegaron al tenducho, que ya estaba abierto; y subiéndose dos ratas a los hombros del niño, le obligaron a sentarse, quedando como clavado en el taburete; y luego pasaron a sus espaldas y le forzaron a encorvarse. Otra le puso un zapato viejo sobre la rodilla, sujetándolo con el tirapié, y sus brazos se movieron manejando la lezna y el martillo. Las ratas se metieron en sendos agujeros sin asomar más que la punta del hocico, que adornado de erizados bigotes dirigían hacia el niño como diciéndole:
-¡Cuidado con lo que haces!
A la media hora, Rafaelito, que no había cesado de trabajar, tuvo deseos de desayunarse, y saltando de su escondrijo una rata le presentó un mendrugo negro y duro, advirtiéndole que aquél era el desayuno del remendón. Con él debió contentarse, y luego las ratas le ordenaron que siguiese su tarea, pues debía ganar el pan de su familia, que padecía más de hambre que de hartura. Se le saltaron las lágrimas, pero no hubo medio de levantarse del taburete; y a las ocho, como llevase algunas horas remendando zapatos, sintiose desfallecer a causa de la falta de alimento y exceso de trabajo; pero por su consuelo pasaron unos chiquillos que iban a la escuela, y echando a correr, gritaron:

Zapatero, zapatero,
echa suela en el puchero;
zapatero remendón,
te has comido un gran ratón.

Tanto coraje le dio a Rafaelito la burla, que se le encendieron las mejillas y se levantó para tirar la horma a aquellos desvergonzados; pero una de las ratas saltó del agujero a su cabeza y le obligó a sentarse, diciéndole en tono zumbón:
-Ahora principias a saber lo que es bueno.
-¿He de sufrir sus burlas, además de sufrir el trabajo y el hambre?
-Claro está que has de sufrirlas, pues los niños hacen lo que tú les has enseñado y lo mismo que tú hacías.
Callose Rafaelito y no su estómago, que cada vez era más exigente atormentado por el hambre, pero debió seguir trabajando hasta las doce; y cuando a mediodía iba a dejar el taburete rendido por la fatiga y por la necesidad, volvieron a pasar los niños que salían de la escuela y a coro repitieron la burla.
-¡Infames! ¡Infames! exclamó Rafael desesperado.
-Paciencia, amiguito, le dijo una de las ratas. Ten en cuenta que es la segunda vez que oyes lo de «zapatero, zapatero,» que hace meses vienes tú cantando al remendón. Vete a comer.
Bajando dos húmedos escalones se halló delante de la comida, que consistía en un plato de sopas de ajo y otro de patatas cocidas, con algunas sardinas saladas. Eran tres a comer: él, la mujer y un hijo de Francisco; y como la comida era escasa y la mujer y el niño estuviesen hambrientos, en particular éste, Rafaelito se privó de parte de lo que le correspondía. Con el último bocado volvió al taburete y a los zapatos, pensando en aquellos dos seres a cuyo mantenimiento difícilmente podía subvenir el remendón aunque trabajase desde el amanecer hasta la noche. Y a las dos volvieron a pasar los niños que iban a la escuela y se burlaron como de costumbre de Francisco, lo que equivalía a mofarse de Rafaelito hambriento, cansado y dominado por la tristeza; y al salir de la escuela renovose el escarnio; y entonces Rafaelito, prorrumpiendo en sollozos, exclamó:
-¡Dios mío! ¡Cómo ha debido sufrir el pobre zapatero! ¡Cuánto me arrepiento de haberme burlado de él!
Al oírle las ratas saltaron de sus agujeros encima del taburete, y la que parecía mandar a las demás, le dijo:
-Puesto que estás arrepentido, levántate.
Rafael se levantó y se encontró ágil como el día anterior.
-Péinale, ordenó la rata a una de sus compañeras.
La orden fue obedecida, y moviendo la cola como hubiera podido manejar el peine el más hábil peluquero, en un momento le dejó compuesto el cabello, y a falta de pomada le paseó por encima la lengua, quedando muy lustroso. Una mariposa que entró en el tenducho, le rozó la cara con sus alas y desaparecieron las arrugas de la frente y los granos de la nariz. Luego otra rata mojó en agua sus patitas y le limpió las manos, mientras las demás se apresuraban a quitarle la ropa que llevaba y a ponerle la suya con lo cual se halló transformado en Rafaelito. Fuese a su casa como si saliera de la escuela; y al día siguiente, al pasar delante del tenducho del remendón, en vez de gritar:

Zapatero, zapatero,
echa suela en el puchero;
zapatero remendón,
te has comido un gran ratón.

se detuvo y dijo:
-Buenos días le dé Dios, señor Francisco. Sé que tiene usted un hijo, y con el permiso de mamá le ofrezco estos juguetes; y también este dinero que mamá destinaba para comprarme otros, pero que estará mejor empleado en un vestido para su hijito.
El remendón levantó la cabeza, aceptó lo que el niño le ofrecía y murmuró saltándosele las lágrimas:
-¡Dios le bendiga a usted!
Rafaelito se fue a la escuela muy contento; y cuando sus condiscípulos le preguntaron al verle si había hecho una nueva jugarreta al zapatero, contestoles:
-No volveré a burlarme de él, porque sé que es cosa fea y mala mofarse de los pobres. Si queréis estar alegres como yo lo estoy, haced lo que he hecho.
-¿Qué has hecho? exclamaron todos.
-Una buena acción.

domingo, 27 de marzo de 2011

CUENTITO DE DIOS


El Canto De Dios

Se reunió en sabio Gurú con sus discípulos como lo hacía todas las mañanas. Dios era el tema de aquel día y la discusión estaba supremamente interesante, entonces, cansado ya de paráfrasis filosófica un discípulo preguntó a quemaropa:
-Maestro sublime, dinos pues, porqué crees tu que existe Dios?
El Gurú dirigió su mirada risueña al horizonte y oyendo el bello canto del ruiseñor contestó:
-Dios es como esa ave que se esconde tras el árbol: no podemos verla, pero sabemos que está allí porque oímos su canto.

DIOS MORA TRAS TODAS LAS COSAS
Y SU CANTO LO ENTONAN TODAS LAS COSAS,
PERO ES MUY PRONUNCIADA LA SORDERA
DEL HOMBRE, QUE ESCUCHA MAS EL
ESTRUENDO DE LOS COCHES QUE
LOS LATIDOS DE SU CORAZON.

viernes, 17 de septiembre de 2010

UN CUENTITO (grandes)







Antonio cargó penosamente las valijas hasta la puerta del edificio, las dejó en el suelo y buscó el manojo de llaves que le habían dado en la inmobiliaria. La pintada de verde, le dijo la empleada. Esa es la llave del ingreso principal. La encontró entre varias que luego tendría que ir probando. Abrió la puerta y la sostuvo con el pie mientras se inclinaba para tomar las maletas. Una vez adentro, las dejó en el piso reluciente y las fue arrastrando hacia el ascensor.-¡Qué hace usted! –el grito lo frenó en seco. La mujer no le dio tiempo a contestar:- ¡Está rayando los cerámicos!-¿Y usted quién es, señora? –preguntó fastidiado por el calor y el esfuerzo.-La portera. Y supongo que usted es el inquilino del cuarto “B”.-Así es. Y no creo que estas valijas de cuero puedan rayar un piso de mármol.-Un piso que mantengo con esfuerzo para que brille como un espejo. ¡Si hasta tendría que poner patines en la puerta para que transiten por el palier!Antonio la miró incrédulo. La mujer prosiguió:-Es bueno que usted conozca las reglas de convivencia de este condominio. Para empezar, la mayor parte de los departamentos están ocupados por sus propietarios. ¡Yo siempre me opuse a la idea de que fueran alquilados! Los inquilinos son bochincheros y descuidados y cuando se van dejan el departamento que es un asco. Y con las garantías compradas…, andá a reclamarle a Magoya.Antonio no salía de su estupor. Abrió la boca para contestarle cuando ella arremetió de nuevo.-Aquí se apagan los aparatos a las diez de la noche. Es un edificio de gente que trabaja. Cuando haga un pedido a los delibres, me tiene que informar con anticipación.-¿A los qué…?-¡A esos que reparten!-Delivery, querrá decir. -Usted me entendió. ¡No pasa nadie sin mi autorización! Hay que ver las manías que usan para entrar a robar.-¿Manías? No entiendo a qué se refiere.-¡Los trucos, los engaños! ¿No hablo en argentino?-Habrá querido decir artimañas, mi querida señora. ¿Y si se me antoja pedir helado a la madrugada? ¿Debo despertarla para avisarle?-Se queda con las ganas. Yo me acuesto a las once y usted tiene que tentarse antes de esa hora.-¡Ja! Como si los caprichos pudieran anticiparse. En ese caso, yo bajaré a abrirle al repartidor.-De ninguna manera. Yo tengo la única llave del pie de la puerta y la trabo antes de irme a dormir.El inquilino del cuarto “B” no salía de su asombro. ¡Con razón consiguió un alquiler tan barato! Nadie le advirtió que debería lidiar con esa energúmena. –Y dígame, si salgo y vuelvo a la madrugada, ¿usted se levantará para abrir la puerta?-¡Ah, no, señor! Aquí nadie se va de farra. Antes de las once están todos en sus casas, ¡faltaría más!-¿Y si tengo invitados a cenar? A las nueve todavía es de día con el cambio de horario. Si empezamos a comer a las diez, se harán más de las once antes de que termine la cena. ¿Deberán quedarse a dormir en mi departamento?-¡De ninguna manera! Aquí no permuta ningún extraño, ¡faltaría más!-¿Permuta…? –repitió Antonio intentando desentrañar la expresión.-¡Duerme, hombre! Usted es muy lento para entender, ¿sabe?-¡Ah! Pernocta – dilucidó el inquilino con complacencia. -Ya ve, usted me entendió. Tiene la suerte de haber caído en un lugar de sanas costumbres y donde se respeta al próximo.-Al prójimo, querrá decir. Entonces, para resumir: usted se hace cargo de la vida y las costumbres de todos los residentes. ¿Entendí bien?-Ahora parece que se le despejó la molleja.-La mollera, señora –dijo Antonio con parsimonia. Y no resistió la tentación de dispararle una ironía: -Creo que mi primera adquisición será un regalo para usted.La mujer lo miró con una mezcla de suspicacia y codicia. Él remató:-¡Un diccionario! Y mientras se lo aprende, no me dirigirá más la palabra ni la vida, ¡faltaría más!

sábado, 17 de abril de 2010

UN CUENTITO INOCENTE






















¿PORQUE NO UN INOCENTE CUENTITO?
Fernando y Susana eran dos hermanitos que vivían muy felices con su papá, su mamá y la abuelita Rigoberta.
¡Ah!... y qué lindo era vivir con la abuelita. No todos los chicos tenían esa suerte, pero Fernando y Susana sí y la disfrutaban mucho porque Rigoberta era una abuela con una enorme paciencia: narraba viejas historias y cuentos interesantes; sabía las mejores canciones y los juegos más divertidos; cosía los vestidos de muñecas más lindos y cocinaba las tortas y los dulces más ricos.
Pero un día, porque sí nomás y sin que nadie supiera por qué, la abuela Rigoberta amaneció seria y preocupada.
Y no contó sus viejas historias ni cantó canciones, ni jugó con los chicos, ¡ni siquiera cocinó una torta!
¡Nada!
Toda la familia se asustó: ¿Qué le pasaba a la abuela? ¿Estaría enferma?
A la mañana siguiente, cuando se reunieron para desayunar, se encontraron con que la abuela ya lo había hecho muy tempranito y estaba sentada en su sillón favorito leyendo el diario.
Y eso no fue todo. Cuando le preguntaron qué leía y si había alguna noticia importante, la abuela contestó que sólo estaba buscando trabajo. Sí, tra-ba-jo.
Pero no pudo terminar de hablar, porque el papá, al oírla, se atragantó con la tostada; la mamá se puso mermelada en los dedos; Susana derramó el café con leche y Fernando se cayó de la silla.
Y la abuela Rigoberta, sin darse cuenta de los desastres causados, siguió leyendo muy tranquila.
Finalmente dijo, cerrando el periódico:
-¡Qué barbaridad! No puedo encontrar el trabajo que busco; tendré que poner un aviso ofreciéndome.
-¿Y cuál es el trabajo que estás buscando, abuelita? -preguntó Fernando.
-Justamente, de eso quiero trabajar, de "abuelita" -contestó Rigoberta y siguió explicando que había muchos nenes que no tenían abuela y que eso era muy triste.
Entonces había pensado trabajar para esos chicos en su tiempo libre; es decir, cuando Fernando y Susana estaban en la escuela.
A la familia le pareció una "idea genial", como todas las que se le ocurrían a Rigoberta.
Al día siguiente, el extraño aviso ofreciendo trabajo de abuelita, salió en el periódico y mucha gente llamó por teléfono. Fueron tantos los pedidos, que era imposible cumplir con todos. Y esto, por supuesto, preocupó a Rigoberta, que se encerró en su dormitorio a pensar.
Y pensó… y pensó.
Pensó tanto, que ese día no almorzó ni cenó; sólo apareció cuando ya todos habían terminado de comer el postre.
Entonces anunció muy contenta, que ya tenía la solución del problema: estaba decidida a fundar la primera "Compañía de Abuelos Voluntarios".
Era, en verdad, una excelente solución porque también había muchos abuelos sin nietos y eso era tan triste como nietos sin abuelos.
Pero gracias a la abuelita Rigoberta, la "Compañía de Abuelos Voluntarios" fue un éxito y todos podían conseguir abuelos y nietos adoptivos a gusto.
Y la abuela Rigoberta ya no se preocupó más y se sintió muy feliz.
Y el que quiera un cuento contado por una auténtica abuelita, que llame por teléfono a la "Compañía de Abuelos Voluntarios".