EL CLIMA

viernes, 27 de julio de 2012

CIUDADES HISTORICAS NINIVE




Nínive (en acadio: Ninua) fue una importante ciudad asiria, cercana a la actual Mosul en Irak. Descrita en el Libro de Jonás como "ciudad grande sobremanera, de tres días de recorrido" (Jonás 3:3). Se encuentra en la orilla oriental del Tigris, a lo largo del cual se extiende a lo largo de 50 kilómetros, con una anchura media de 20 kilómetros o más desde el río hasta las colinas del este. Toda esta extensa área es ahora una inmensa zona de ruinas.
Situada en la confluencia de los ríos Tigris y Josr, Nínive era un importante punto de paso de las rutas comerciales que cruzaban el Tigris. Ocupaba una posición central en las rutas entre el Mediterráneo y el Índico, uniendo así oriente y occidente, recibiendo influencias y riqueza de muchos lugares. Llegó a convertirse en una de las más grandes ciudades de la antigüedad.
Nínive es mencionada por primera vez alrededor de 1800 a. C. como una ciudad con un templo dedicado a la diosa Ishtar, en buena parte responsable de la temprana importancia que adquirió la ciudad.
Nínive también se menciona en la Biblia, como una ciudad edificada por el rey Nimrod, bisnieto de Noé, en Génesis 10:7-11.
No hay demasiadas evidencias para decir que Nínive fuera totalmente reconstruida por los reyes asirios durante el segundo milenio a.C. Cuando el rey Senaquerib convirtió a Ninua o Nínive, en la capital del reino de Asiria a finales del siglo VIII a. C. (antes lo fue brevemente Dur Sharrukin), ésta ya era un antiguo asentamiento. Los nombres de monarcas posteriores como Salmanasar I o Tiglath-Pileser I han aparecido en la acrópolis; ambos fueron activos constructores de Assur, Asiria, y el primero de ellos fundó además Nimrud. Nínive tuvo que esperar hasta los neoasirios, tras la época de Asurbanipal II, para alcanzar un desarrollo urbanístico mucho mayor. A partir de entonces, sucesivos monarcas mantuvieron y fundaron nuevos palacios, así como templos dedicados a Sin, Nirgal, Inanna, Shamash, Ishtar y Nabu de Borsippa.
Fue el rey Senaquerib el que hizo de Nínive una ciudad realmente magnífica (700 a. C.). Diseñó amplias calles y plazas y construyó el famoso "palacio sin rival", de unos 200 por 210 metros, cuyo plan ha sido reconstruido en gran parte. Tenía unas 80 habitaciones, muchas de ellas repletas de esculturas en sus paredes. Gran parte de las tablillas de Nínive se encontraron aquí; algunas de las principales entradas estaban flanqueadas por toros alados con cabeza humana. En ese tiempo el área total de Nínive, ocupaba unos 7 km² y 15 grandes puertas permitían el paso en sus murallas. Un elaborado sistema de 18 canales llevaba el agua desde las colinas hasta Nínive. Se han encontrado también algunas partes de un magnífico acueducto erigido por el mismo rey en Jerwan, a unos 40 km de distancia.
El esplendor de Nínive fue efímero. Alrededor del 633 a. C. el Imperio Asirio empezó a dar muestras de debilidad y los medos atacaron Nínive. Estos volvieron a atacar, esta vez junto a Babilonia y Susa, en 625 a. C.
En 612 a. C., nuevamente, babilonios y medos se volvieron a aliar para el asalto de la ciudad. El asedio duró tres meses, durante los cuales se emplearon todo tipo de tácticas, como desviar el curso del río Khosr o atacar a la vez por varios flancos para debilitar la defensa asiria. El ataque final se produjo por el cauce ya seco del río. Nínive cayó y fue arrasada hasta los cimientos. El imperio asirio llegó a su final cuando babilonios y medos se repartieron sus provincias.
Después de gobernar durante más de seis siglos, desde el Cáucaso y el Caspio hasta el Golfo Pérsico, y más allá del Tigris hasta Asia Menor y Egipto, la ciudad desapareció como un ensueño.
Posteriormente a las excavaciones del siglo XIX, los conocimientos sobre el gran Imperio Asirio y su magnífica capital eran casi nulos. Vagos indicios nos llevan a pensar en su poder y grandiosidad, pero definitivamente sabemos muy poco sobre Nínive. Otras grandes ciudades abandonadas, como Palmira, Persépolis o Tebas, dejaron tras de sí ruinas para marcar sus emplazamientos y mostrar su antiguo esplendor; pero de la imperial Nínive, incluso su extensión era una mera conjetura.
En la época del historiador griego Heródoto (400 a. C.), Nínive ya era parte del pasado. Cuando el historiador Jenofonte pasó por el lugar, en su obra Anábasis se ve que incluso el nombre de la ciudad había sido olvidado. Había desaparecido de la vista y nadie sabía de su importancia. Nunca más se levantó de sus ruinas.

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