El amor y la tenacidad de una madre salvó la vida de un bebé prematuro.
Aquel verano de 1987 en Mar del Plata, Graciela no le prestó atención al atraso de su período que llevaba ya una semana;había enterrado las ilusiones de tener un embarazo. Cinco años atrás había padecido un cáncer de cuello de útero y, para salvarla, los médicos le habían extraído parte de ese órgano. Según los especialistas, nunca tendría hijos.
No obstante, y para prevenir problemas, consultó a su médico quien primero le recomendó hacerse un test de embarazo. Las dos líneas rojas confirmaron que a los 33 años, y para su sorpresa, Graciela esperaba a un bebé. Entonces suspendió sus vacaciones y regresó a Buenos Aires, donde vivía junto con su marido. El médico le ordenó reposo absoluto: a la cama con los pies levantados, ya que había grandes riesgos de complicaciones. No podía levantarse ni siquiera para ir al baño y sufría grandes pérdidas de sangre.
Con paciencia, Graciela mantuvo reposo, día tras día. Sin embargo, antes de tiempo, su útero no pudo resistir y colapsó la bolsa amniótica. Cincomesino, Martín nació el 8 de junio de 1987 en el sanatorio Otamendi, de Buenos Aires. Pesaba sólo 800 gramos. A la mamá le dijeron que era muy difícil que el bebé sobreviviese y que, de hacerlo, corría riesgos de ceguera, sordera o de sufrir alguna enfermedad crónica. De inmediato, el niño fue internado en la sala de neonatología.
Durante ese tiempo en el sanatorio, Graciela no quería despegarse de Martín ni un segundo. Se pasaba las noches en un sillón dentro de la sala de cuidados intensivos pediátricos. Al lado de la incubadora, le cantaba, le hablaba y acariciaba a su bebé.
Cuando iba a comer, el trámite se le hacía insoportable: “Mientras volvía y subía las escaleras pensaba: va a morirse y yo no voy a estar ahí a su lado”. Recuerda que cuando regresaba, Martín se estremecía, “estoy segura de que podía reconocer mi voz”. El instinto maternal de Graciela hizo que permaneciera firme junto a su hijo durante los cuatro meses de internación. Sentía que su presencia era esencial para salvar la vida del niño.
Hoy, está comprobado científicamente que el acompañamiento de la familia es un factor determinante para la supervivencia del recién nacido. Los niños prematuros tienen derecho absoluto “a que sus familias los acompañen todo el tiempo”, ya que la presencia de la figura materna o paterna influye en el desarrollo del niño. Pero esto no siempre es tenido en cuenta.
Según UNICEF, en la mitad de los servicios de neonatología argentinos hubo niños que fallecieron sin la compañía de su familia. La prematurez es la primera causa de mortalidad infantil en menores de un año. En octubre, UNICEF organizó “La semana del niño prematuro” para incentivar a que las instituciones favorezcan las condiciones de acceso de los padres a neonatología, y así maximizar las posibilidades de mejora de los bebés.
Martín Oliva hoy tiene 24 años y mide 1,80 metro. Luego de un nacimiento de riesgo, pudo tener una vida común y corriente, como la de cualquier chico. El amor y la tenacidad de su madre fueron tan importantes como toda la atención médica que lo ayudó a aferrarse a la vida.
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