EL CLIMA

jueves, 27 de enero de 2011

Para que el niño sea feliz.




“Te quiero”, le decimos aunque no entienda. Y lo completamos con esos otros mensajes silenciosos: las expresiones de cariño. Son una necesidad vital que hará más sano su desarrollo afectivo. Saberse querido, saber recibir amor y saber querer son, quizá, los grandes éxitos de la vida. Y somos los padres quienes, desde el comienzo, ayudaremos a poner las bases para que nuestro bebé tenga más o menos seguridad en sí mismo, para que sea más o menos feliz. Mostrar y demostrar Cuando nace, el bebé pasa del vientre materno, tan confortable, a un mundo desconocido en el que comienza a sentir hambre, frío, sueño. Quien le mostrará que el mundo es grato y que él es muy querido será, en primer lugar, la mamá y, con ella, el papá. Serán el nexo que amortiguará esa llegada tan abrupta. El recién nacido necesita escuchar el corazón de su madre, sentir el contacto de su piel que le brinda calidez y seguridad; por eso, así como lo alimentamos, también le gusta que le demos muchos besos y mimos. Esos contactos con padre y madre son los primeros signos que los bebés reciben acerca del amor que los cuida y acompaña. Alguien confundió el derroche de cariño con una forma de malcriar. Los bebés necesitan padres excedidos en abrazos, caricias y besos. Alguna vez se produjo la confusión entre mimar y malcriar, aunque las dos actitudes no se parecen ni un poco. Mostrarle al bebé que lo queremos no es lo mismo que malcriarlo; de hecho, es lo contrario. Malcriarlo es obstaculizar su desarrollo, impedirle que aprenda a aceptar las contrariedades de la vida. En definitiva, es ponerle trabas a su felicidad. Los padres tienen que estar tranquilos si se exceden en abrazos, caricias y besos, porque las expresiones de cariño son una necesidad vital para el bebé. De ellas dependerá parte de su desarrollo afectivo y psicológico; no tiene nada que ver con consentirlo. Cariño sin límites En sus primeros meses, el hijo, con su llanto, reclama ser atendido. Requiere naturalmente que lo alcemos, que le demostremos físicamente que estamos presentes y cerca. Después del primer trimestre, ya se irá sintiendo más seguro, podrá ir adquiriendo pautas de funcionamiento que también le darán seguridad. Un dato: caricias saludables En 1938, al doctor Spitz le sorprendió el hecho de que, en instituciones bien equipadas en el plano sanitario, algunos bebés “parecían marchitarse como flores”. Después de observar los procesos y la atención durante un tiempo, su conclusión fue que los gestos de las personas que los atendían carecían de calidad afectiva y de capacidad de relación humana. Enfermeros, médicos… docentes, padres. El saldo es el mismo. A partir de ese momento, habrá que empezar a distinguir cuándo tiene una necesidad real y cuándo simplemente “está queriendo saltarse el límite”; entonces, con sencillez, aunque nos parezca que es muy chiquito para entenderlo, podemos decirle (dulcemente, con palabras tiernas) que deje de llorar, explicarle que no es momento de comer ni de estar alzado. La voz de los padres, cálida y segura, es un modo de caricia. Cerca, presentes, pero marcando el límite que le servirá para crecer. El cariño y la convicción en nuestra voz lo ayudarán a comprenderlo, aunque patalee –que es su forma de expresar disgusto–. Con afecto, el llanto se terminará, necesitamos paciencia para que nuestros chicos no se malcríen. Afianzando su afectividad Si la vida de una persona nunca está determinada, tampoco lo está por cómo haya sido su infancia. Sin embargo, los primeros vínculos condicionan el tipo de relaciones que será capaz de establecer cuando crezca. En el futuro, esas relaciones podrán ser fuente de felicidad o de angustia. Si nuestro bebé se siente querido y seguro, será más fácil que logre un desarrollo emocional saludable, podrá querer más y mejor. Será, más adelante, un hombre o una mujer feliz

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