EL CLIMA

viernes, 6 de agosto de 2010

HABLAR CON PROPIEDAD












HABLAR CON PROPIEDAD


HABLAR con propiedad es norma un tanto problemática y proteica en ejercicio y resultados: hay un hablar con propiedad para que te entiendan; pero hay otro hablar con otra propiedad para que te entiendan todavía mejor, o para que no te entiendan en absoluto, o para que no se den cuenta de que los llevas al huerto, o todo ello junto y ya estamos hablando de literatura, política, etc., posibles porque el lenguaje humano es el único con capacidad de prevaricar, es decir, de crear, fingir, negar... la realidad de la que habla. El lenguaje es archielástico, pero con muchas ayudas de contexto y situación para que te entiendan aunque tu expresión sea antología de la impropiedad zote. Por ejemplo, si lees que el partido acaba en tangana «ante la incontinencia del árbitro», entiendes que el árbitro no pudo contener las iras de la muchachada y ni se te ocurre imaginar que el árbitro se orinó o cosas peores ¡o mejores! mientras los contendientes se zurraban.

Hay hablares con propiedad más que discutible y no estaría mal darles recambio. Alguna propiedad hay que puede reconvertirse a otra mejor y que pone en entredicho lo que se nos quería decir de entrada. Vean algún ejemplo de que, por muy convencional que sea la unión entre significante y significado, conviene no pasarse en la elasticidad del signo lingüístico. Ya debería estar clara y barrida de la letra impresa la triste parajoda de los que, calificados de «compañeros sentimentales», ejercen «violencia doméstica». Lo de sentimentales tiene narices y la violencia es la antítesis de la domesticación. «Violencia doméstica» es lo que los estilistas llaman un oxímoro, una ocurrencia tan absurda como negra nieve, o tan necia y superflua como precisar que es inocente la víctima del terrorismo.

«Atención: maquinaria pesada» y las obras y los cortes y los charcos, los baches y los pedruscos se hacen crónicos y Obras Públicas hablaría con mayor propiedad si considerase esa maquinaria, no pesada, sino pesadísima, borde, coñazo, peste... «Atención al paciente»: muro de lamentaciones en el que puedes dejar tu queja y recibir una contestación que te sugiere que aquello tiene más de «desatención al impaciente» porque te interesan más un diagnóstico y un pronóstico que una autopsia, incluso aunque seas amigo del forense. No sé si me explico.

Pero todo lo anterior es quisicosa volandera en comparanza con la alegría casi pecaminosa que me llevé el otro día ante un escaparate de «ropa íntima de caballero». A poco más se me escapa el detalle, pero en el último momento funcionó el rabillo del ojo y gocé con que mi ropa escuetamente interior se viese pillamente ascendida a íntima. Es bueno y esperanzador que los hombres vayamos alcanzando metas en nuestra lucha por la igualdad de sexos. Más todavía, ahora queda felizmente superado aquello que cantaban los legionarios: «cada uno será lo que quiera, nada importa su ropa interior». Ahora esa ropa es íntima e importa, como debiera ser desde siempre.

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