EL CLIMA

viernes, 14 de mayo de 2010

CURIE














MADAME CURIE


En el otoño de 1891 se matriculó en el curso de ciencias de la Universidad parisiense de la Sorbona una joven polaca llamada Marie Sklodowska. Los estudiantes, al tropezarse con ella en los corredores de la Facultad, se preguntaban: ¿Quién es esa muchacha de aspecto tímido y expresión obstinada, que viste tan pobre y austeramente? Nadie lo sabía a ciencia cierta: "Es una extranjera de nombre impronunciable. Se sienta siempre en la primera fila en clase de física."

Las miradas de sus condiscípulos la seguían hasta que su grácil figura desaparecía por el extremo del corredor. "Bonito pelo." Su llamativa cabellera, de color rubio cenizo, fue durante mucho tiempo el único rasgo distintivo en la personalidad de aquella tímida extranjera para sus compañeros de la Sorbona. Pero los jóvenes no ocupaban la atención de Marie Sklodowska; su pasión era el estudio de las ciencias. Consideraba perdido cualquier minuto que no dedicara a los libros. Demasiado tímida para hacer amistades entre sus compañeros franceses, se refugió dentro del circulo de sus compatriotas, que formaban una especie de isla polaca en medio del Barrio Latino de París. Incluso allí, su vida se deslizaba con sencillez monástica, consagrada enteramente al estudio. Sus ingresos, algunos ahorros de su trabajo como institutriz en Polonia y cantidades pequeñas que le enviaba su padre, oscuro aunque competente profesor de matemáticas en su país natal, ascendían a cuarenta rublos al mes. Disponía, pues, al cambio, de tres francos diarios para pagar todos sus gastos, inclusive los de sus estudios universitarios. Para ahorrar carbón no encendía el calentador, y pasaba horas y horas escribiendo números y ecuaciones sin apenas enterarse de que tenía los dedos entumecidos y de que sus hombros temblaban de frío. Llegó a pasar semanas enteras sin tomar otro alimento que té con pan y mantequilla. Cuando quería festejar algo compraba un par de huevos, una tableta de chocolate o algo de fruta. Este escaso régimen alimentario volvió anémica a la muchacha que unos meses antes había salido de Varsovia rebosante de salud. Frecuentemente, al incorporarse, sentía desvanecimientos y tenía que recostarse en la cama, donde a veces perdía el conocimiento. Al volver en si, pensaba que estaba enferma, pero procuraba olvidarse de ello, igual que hacia con todo lo que pudiera entorpecer su trabajo. Jamás pensó que su única enfermedad era la inanición. Ni el amor ni el matrimonio figuraban en los proyectos de Marie. Dominada por la pasión científica, mantenía, a los veintiséis años de edad, una decidida independencia personal. Entonces conoció a Pierre Curie, científico francés. Pierre tenía treinta y cinco años, era soltero y, al igual que Marie, estaba dedicado en cuerpo y alma a la investigación científica. Era alto, tenía manos largas y sensitivas y una barba pobladísima; la expresión de su cara era tan inteligente como distinguida. Desde su primer encuentro en un laboratorio, en el año 1894, ambos simpatizaron. Para Pierre Curie, la señorita Sklodowska era una personalidad desconcertante; le asombraba poder hablar con una joven tan encantadora en el lenguaje de la técnica y de las fórmulas más complicadas... ¡Era delicioso! Pierre Curie trató de hacer amistad con ella y le pidió permiso para visitarla. Con cordialidad no exenta de reserva, la joven lo recibió en la habitación modesta que le servía de alojamiento. En medio de aquel desván casi vacío, con su rostro de facciones firmes y decididas, y su pobre vestido, Marie nunca había estado tan hermosa. Lo que fascinaba a Pierre no era solo su devoción por el trabajo, sino su valor y nobleza de espíritu. A los pocos meses, Pierre Curie le propuso matrimonio. Pero casarse con un francés, abandonar para siempre a su familia y su amada Polonia, parecía imposible para la señorita Sklodowska. Hubieron de pasar diez meses antes de que Marie aceptara la propuesta. Pierre y Marie pasaron los primeros días de su vida de casados paseando por el campo en bicicletas compradas con dinero que habían recibido como regalo de bodas. Comían frugalmente y se contentaban con un régimen de pan, fruta y queso; paraban al acaso en posadas desconocidas, y por el reducido precio de varios millares de golpes de pedal y unos pocos francos para pagar el alojamiento en los pueblos, disfrutaron de una larga luna de miel. La joven pareja estableció su hogar en un diminuto apartamento, situado en el número 24 de la calle de la Glacière. Estanterías de libros decoraban las desnudas paredes; en el centro de la habitación tenían dos sillas y una gran mesa blanca, de madera. Sobre la mesa, tratados de física, una lámpara de petróleo y un ramo de flores. Eso era todo. Poco a poco Marie aprendió a llevar la casa. Inventaba platos que podía preparar en muy corto tiempo. Antes de salir dejaba la llama graduada con la precisión propia de un físico; echaba una Ultima mirada al puchero puesto a la lumbre y salía corriendo para alcanzar en la escalera a su marido, en compañía del cual se dirigía al laboratorio. Un cuarto de hora después podían verla graduando la llama de un soplete con la misma precisión y cuidado que le eran característicos. Durante el segundo año de su matrimonio nació la primera hija, Irène, que con el correr de los años ganaría el premio Nobel. Jamás pensó Marie Curie que se vería en la necesidad de elegir entre el hogar y su carrera científica. Cuidaba de su casa, atendía a su hijita y preparaba la comida, sin descuidar por ello el trabajo en el laboratorio, trabajo que debía llevarla al descubrimiento más importante de la ciencia moderna. Hacia finales de 1897 Marie había obtenido dos títulos universitarios y una beca, y había publicado una importante monografía acerca de la imantación del acero templado. Su próxima meta era el doctorado. Al buscar un proyecto de investigación que le sirviera de tema para la tesis, se interesó vivamente por una reciente publicación del sabio francés Antoine Henri Becquerel, quien había descubierto que las sales de uranio emitían espontáneamente, sin exposición a la luz, ciertos rayos de naturaleza desconocida. Un compuesto de uranio colocado sobre una placa fotográfica cubierta de papel negro, dejaba una impresión en la placa a través del papel. Era la primera observación del fenómeno al que Marie bautizó después con el nombre de radiactividad; pero la naturaleza de la radiación y su origen seguían siendo un misterio. El descubrimiento de Becquerel fascinaba a los esposos Curie. Se preguntaban de dónde proviene la energía que los compuestos de uranio radian constantemente. Se enfrentaban con un absorbente tema de investigación, un salto al reino de lo desconocido. Merced a la intervención del director de la Escuela de Física donde enseñaba Pierre, Marie logró permiso para utilizar un pequeño depósito que había en el sótano de la misma. La investigación científica en aquel cuartucho no era nada fácil, y el ambiente, fatal para los sensitivos instrumentos de precisión, no lo fue menos para la salud de la investigadora. Mientras se hallaba enfrascada en el estudio de los rayos de uranio, Marie descubrió que los compuestos formados por otro elemento, el torio, también emitían espontáneamente rayos como los del uranio. Por otra parte, en ambos casos la radiactividad era mucho más fuerte de lo que podía atribuirse lógicamente a la cantidad de uranio y torio contenida en los productos examinados. ¿De dónde provenía esta radiación anormal? Solo había una explicación posible: los minerales estudiados debían contener, aunque en pequeña cantidad, una sustancia radiactiva muchísimo más poderosa que el uranio y el torio. ¿Pero cuál era esa sustancia? En sus experimentos, Marie había examinado todos los elementos químicos conocidos. Por tanto, los minerales examinados debían contener una sustancia radiactiva que por fuerza tenía que ser un elemento químico hasta entonces desconocido. Pierre Curie, que había seguido con apasionado interés el rápido progreso de los experimentos de' su esposa, resolvió abandonar sus propios trabajos para dedicarse a ayudarla. Ambos buscaron entonces en el diminuto y húmedo laboratorio el elemento desconocido. Marie y Pierre comenzaron separando y midiendo pacientemente la radiactividad de todos los elementos que contiene la pecblenda (mineral de uranio), pero a medida que fueron limitando el campo de su investigación sus hallazgos indicaron la existencia de dos elementos nuevos en vez de uno. El mes de julio de 1898 los esposos Curie pudieron anunciar el descubrimiento de una de estas sustancias. Marie le dio el nombre de polonio en recuerdo de su amada Polonia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario