Infidelidades, odio, violencia, alcoholismo, mentiras y traiciones, entre otras debilidades humanas, han pasado a formar parte de las programaciones de televisión en América Latina en la década del 90 a través de programas talk show. Las intimidades y confesiones de personas, generalmente provenientes de sectores socioeconómicos bajos, exhibidas públicamente a través de la televisión, captan la atención de millones de televidentes en diversos países de la región y en la población latina de los Estados Unidos.
¿Por qué la exhibición pública de la vida íntima, enredada y turbulenta, de algunas personas, puede generar la atención de millones de televidentes? ¿Qué hay detrás de la producción y emisión de los talk shows? ¿Qué origina que algunos de estos programas cometan excesos y degraden la dignidad de las personas? ¿Por qué este género de producción puede resultar atractivo e interesante para muchos y repulsivo para otros? Muchas interrogantes han surgido en los últimos años respecto a estos programas, en el mundo académico, entre los críticos de televisión, en instituciones y autoridades gubernamentales, así como en el propio público televidente. Incluso, en más de un país de América Latina, se han entablado demandas para suspender las emisiones de algunos talk shows.
Un aspecto importante en el conjunto de cambios, experimentados en el campo de la producción televisiva en las dos últimas décadas, ha sido la incorporación del público en los programas de las diferentes cadenas de televisión en el mundo. La relación de proximidad entre la televisión, representada por los conductores y los televidentes, se ha ido estrechando y ha generado importantes beneficios económicos, vía publicidad, para las cadenas y estaciones de TV, pero también utilidades simbólicas y materiales para el público.
En este marco de mayor acercamiento entre la televisión y diversos sectores de la audiencia, la vida privada de las personas ha pasado a formar parte de las pantallas de televisión, a través de los programas denominados talk shows. En estos programas hay un contacto inmediato entre el conductor y representantes del público, anteriormente ausente de la pantalla, en el contexto de situaciones, se supone reales y verificadas mediante procesos de investigación, de la vida cotidiana que en otros tiempos eran mantenidas en reserva.
Los diálogos y las situaciones, algunas veces violentas, hilarantes, enternecedoras o en extremo irritantes que se registran en estos programas, son apreciadas no sólo a través de las pantallas. También en los estudios de televisión hay presencia de público. Decenas de personas participan en las grabaciones de los programas, observan e interpelan a cada uno de los protagonistas de la historia puesta en escena. Así, quienes tienen bajo su responsabilidad la conducción de estos programas se sienten respaldados en sus comentarios y sentencias respecto a los invitados, tienen carta abierta no sólo para exhibir y desmenuzar parte de sus vidas, sino también para juzgarlas.
Las cadenas hispanas de televisión con sede en los Estados Unidos y las estaciones de TV en América Latina ofrecen diversos programas del género talk show, cada uno con sus respectivas particularidades, dependiendo del contexto político, económico y cultural en el que se ubican. Las diferencias provienen también de las características y objetivos de los productores y de la personalidad y el estilo de los conductores o conductoras. A continuación presentamos algunas reflexiones sobre tres programas del género talk show, bastante conocidos entre el público latinoamericano: El Show de Cristina, Laura en América y Padre Alberto.
Cristina Saralegui y los inicios del Talk Show latinoamericano
Periodista del mundo del espectáculo y el jet set, Cristina Saralegui ha sabido construir, con mucho esfuerzo una carrera exitosa en el mundo de la televisión dirigida al público de origen latinoamericano en los Estados Unidos, y en los diversos países de América Latina, a través de la cadena Univisión.
Cristina es la iniciadora de los talk shows con tinte latinoamericano. Las historias presentadas en sus programas, los protagonistas, sus problemas y los modos de resolverlos han tenido un ineludible sello latino, hecho que le ha valido encabezar durante años los primeros lugares de audiencia, entre las cadenas de televisión hispana de los Estados Unidos y en los países de América Latina en los que se transmite el programa.
En la ruta trazada por Oprah Winfrey y Geraldo, pero con un inconfundible sello latinoamericano, el Show de Cristina logró captar la atención de cientos de miles de televidentes, miembros de la comunidad hispana en los Estados Unidos, migrantes e hijos de migrantes, salidos de sus países por razones políticas o en busca de las oportunidades laborales que nunca encontraron en sus países de origen.
Las razones del éxito de Cristina podrían explicarse, en buena parte, por la necesidad de la población hispana de verse reflejada en las pantallas de televisión, de ver expresados sus problemas cotidianos, sus diferentes maneras de sentir y pensar, en el contexto de un país que, sin embargo, les es cada vez menos extraño. Es que los “gringos” no sienten como los latinoamericanos, en especial como los caribeños. Muchos de los latinos seguimos siendo machistas, románticos, bullangueros, llevamos vidas desarregladas, tenemos la sangre caliente y tal vez sentimos menos vergüenza de relatar nuestros problemas en público, frente a cámaras, ante la mirada de miles de televidentes. Además, los latinos solemos tener problemas económicos mucho más graves y no nos cae nada mal un incentivo económico por participar en programas de televisión.
Al mismo tiempo, hay una mezcla de curiosidad y deseo morboso por enterarse de los problemas ajenos, problemas que muchas veces se parecen a los nuestros. ¿Quién no se ha detenido a escuchar las discusiones de los vecinos o ha recreado escenas de La ventana indiscreta desde su propia casa o apartamento? Y, por qué no, queremos que alguien como Cristina, una latinoamericana exitosa, enérgica y de buen decir, nos ponga en vereda, es decir, encarrile nuestras vidas.
El hambre y la necesidad se juntan, es algo que saben muy bien la cadena Univisión y Cristina. Con estos ingredientes, el éxito de un talk show, con inconfundible sello latinoamericano está asegurado. El problema es que las historias y los protagonistas dispuestos a ir a la televisión pueden ser cada vez menos y, de manera inversamente proporcional, puede aumentar la demanda del público por apreciar vidas y personas cada vez más complicadas, en enredos cargados de pasión, violencia y vicios de diversa índole. Y si a todo ello sumamos la aparición de programas del mismo género, para público de habla hispana en diferentes países de América Latina, es indudable que el Show de Cristina ha tenido que realizar grandes esfuerzos por mantenerse en los primeros lugares de las preferencias.
Estos esfuerzos, sin embargo, se habrían traducido en un acrecentamiento del espectáculo durante el desarrollo de sus programas y, según algunas versiones periodísticas, en el falseo de historias y la contratación de actores.
Televisión basura (o Laura en América) al servicio del poder
La segunda semana del mes de julio se difundió en Lima un vladivideo en el que se mostró una conversación entre Vladimiro Montesinos, hoy en día recluido en una prisión militar, y el propietario de América Televisión, José Francisco Crousillat. En la reunión se dialogó sobre los contenidos y algunos aspectos de la producción de programas especiales que la conductora, estrella de dicho canal, Laura Bozzo, debía grabar como parte del apoyo de América Televisión a la segunda reelección del ingeniero Alberto Fujimori.
No era la primera vez que Montesinos conversaba con mucha familiaridad con propietarios de canales de televisión sobre Laura Bozzo. En realidad, entre los años 1998 y 2000, en virtud a un arreglo económico, bastante ventajoso para América Televisión, una parte significativa de los libretos de Laura en América se diseñaban en las oficinas de Vladimiro Montesinos. Hay entonces un componente político muy particular que diferencia a Laura en América de otros programas del mismo género.
Abogada de profesión, Laura Bozzo ha conducido el programa top del rating en el Perú y uno de los talk shows más sintonizados en diversos países de América Latina. En estos años, Bozzo no sólo ha logrado éxitos económicos y conseguido encumbrarse como conductora estrella en el género, sino que también ha sido objeto de duras críticas, debido a los excesos cometidos repetidamente en sus programas, a la puesta en duda de la veracidad de las historias y los protagonistas presentados, y a su apoyo expreso al régimen autoritario del ex presidente Alberto Fujimori.
En los inicios del año 2000, cuando el entonces candidato del Partido Perú Posible, Alejandro Toledo, se acercaba en las encuestas al ingeniero Fujimori, Laura Bozzo presentó en su programa a la niña Zaraí, supuesta hija del actual presidente del Perú. El tema del programa era “Padres que abandonan a sus hijos”.
La doctora Bozzo, así llamamos a los abogados en el Perú, degeneró el género, de diferentes maneras y por diversas razones. ¿Qué haría usted por dinero? Fue el tema de uno de sus programas. Entonces, personas que viven con menos de un dólar al día estaban dispuestas a todo. Pero Laura en América, por dinero y poder, seguramente estaría dispuesta a mucho más.
Investigaciones periodísticas han revelado que algunos casos presentados en el programa Laura en América eran falsos y que las personas encargadas de ofrecer los testimonios habían recibido un incentivo económico a cambio.
¿Es posible explicar los altos índices de audiencia de Laura en América sólo por los excesos presentados en pantalla y el morbo exacerbado de miles de televidentes, principalmente de sectores socioeconómicos bajos? Consideramos que no. La doctora Bozzo creó una fundación de ayuda social para canalizar donativos a gente necesitada, asesorar jurídicamente a mujeres maltratadas por sus maridos y, en ciertos casos, facilitar una rápida y oportuna atención de autoridades e instituciones estatales, entonces bajo el control del gobierno de Fujimori, a personas en situaciones precarias. Evidentemente los resultados de esta ayuda social no se cuestionan, las objeciones tienen que ver fundamentalmente con el contexto y la intencionalidad subalterna de estas actividades.
Como ha señalado el crítico de televisión Fernando Vivas, programas como el de Laura Bozzo han contribuido a instalar en la televisión peruana un discurso demagógico y regalón, ofreciendo dádivas además de entretenimiento. Hoy en día, conocidos los vínculos entre América Televisión y el poder cívico militar (mafioso) que gobernó el Perú durante la década del 90, es posible identificar con mayor claridad la relación de simbiosis entre el discurso populista de Laura en América y el régimen fujimorista, entre los “éxitos” y “primicias” del programa y la consolidación de un sistema autoritario.
El Padre Alberto: “Venid a mí dice el Señor y yo os aliviaré”
A pesar de su insistencia en señalar que los sermones y las confesiones se producen en las iglesias, es imposible desligar al sacerdote cubano Alberto Cutie de su misión de “pescador de hombres”. Con un carisma singular, el padre Alberto ha logrado niveles de audiencia significativos en su programa transmitido por la cadena Telemundo.
A diferencia de los programas de Cristina Saralegui y Laura Bozzo, los invitados del sacerdote no siempre provienen de sectores socioeconómicos bajos. Tampoco hay violencia física en el set, aunque los problemas son tan diversos y complejos como los que se presentan en los espacios referidos. En el Padre Alberto también se habla de infidelidades, drogas, violencia y homosexualidad.
Además, Padre Alberto cuenta con la asistencia de especialistas para analizar los casos presentados y tener opiniones profesionales que puedan contribuir a “cambiar la vida” de los invitados.
Hay mucho menos espectáculo en Padre Alberto. El conductor es un consejero, también juzga y cuestiona a sus invitados, pero con menos dureza que Cristina Saralegui y Laura Bozzo. Alberto Cutie es, que duda cabe, protagonista, pero no hace denodados esfuerzos para serlo. Cabe anotar que no se han tejido especulaciones sobre la veracidad de los casos presentados, como sí ha ocurrido con el Show de Cristina y Laura en América.
Se trata de un programa que puede ser visto por la familia: papá, mamá, los abuelos y, en menor grado, por los hijos. Aunque no se tienen muchos datos sobre la composición del público seguidor del padre Alberto, en los diversos países de América Latina en los que se transmite el programa, es muy probable que a diferencia de los talk shows aludidos, capte la atención de una cantidad mayor de público de sectores socioeconómicos medios y altos.
¿Es el programa del padre Alberto un talk show ideal? Seguramente no. Para empezar, tiene poco más de un tercio de la audiencia que mantiene el programa de Cristina Saralegui. Además, intencionalmente o no, se percibe un aire religioso, un ingrediente de homilía y conversión, para algunos poco recomendable en una cadena de televisión laica como Telemundo. Sin embargo, Padre Alberto, como otros talk shows producidos en América Latina, ha confirmado que no hay género o formato perverso por naturaleza, sino que son las cadenas de televisión, los conductores y la propia sociedad quienes les imprimen un sello particular, por diversas razones, algunas de las cuales han sido revisadas en el presente artículo.
LAURA, UN CASTIGO A LA BASURA
Tras la emisión de seis programas en el mes de abril, Laura en América fue retirada de la televisión chilena por disposición del Consejo Nacional de Televisión de Chile. El organismo estatal considera que los participantes de los programas “son afectados en su dignidad por la vía de la humillación y la denigración, en situaciones relacionadas con su vida íntima”. Afortunadamente, en algunos países de la región hay instituciones que pueden intervenir, no para restringir la libertad de expresión, sino para evitar que la población consuma televisión basura.
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