PSICOLOGIA
En los últimos tiempos se ha focalizado mucha atención en la “curación del niño interior”. John Bradshaw, entre otros, ha ayudado a popularizar la técnica de lograr que un paciente retroceda en el tiempo, en estado de relajación e hipnosis ligera, para descubrir al niño herido, confundido y vulnerable que llevaba en sí al crecer. Este concepto evolucionó a partir de las técnicas psicoanalíticas. En las asociaciones libres hechas durante la terapia tradicional suele presentarse una intensa catarsis emocional de recuerdos infantiles traumáticos. Cuando los pacientes experimentan este proceso de recuerdo y liberación emocional, que los clínicos llaman abreacción, pueden producirse cambios terapéuticos y mejorías clínicas.
El análisis transacional (AT) refinó el concepto psicoanalítico de recobrar los recuerdos de la niñez reprimidos u olvidados. En Yo estoy bien, tú estás bien, el doctor Eric Bernc. padre del AT, afirmaba que ‘todo individuo fue alguna vez más joven de lo que es ahora y lleva en sí reliquias fijadas de años anteriores que se activarán en determinadas circunstancias... Coloquialmente, cada uno lleva en si a un niñito o una niñita. “Cuando el dolor de mi niñez no ha sido resuelto y emerge en el adulto, puede provocar toda una serie de síntomas, incluidas culpa, vergüenza, depresión, falta de autoestima y conductas autodestructivas. Cuando una persona exhibe una conducta infantil, tal como hacer mohines, desatar rabietas y buscar una atención excesiva, es el niño interior el que se activa. Si estos mecanismos de activación no se traen a la conciencia, la conducta de mala adaptación que el paciente sufrió cuando niño puede volverse contra sí mismo yo contra otros. Los más vulnerables son los hijos del mismo paciente. Por ejemplo: con frecuencia sucede que el padre que maltrata sufrió a su vez malos tratos cuando niño. Los terapeutas freudianos llaman a esto ‘compulsión repetitiva’.” Bradshaw la denomina “regresión espontánea en la edad”.
Según la teoría de AT, la composición psicológica de cada persona contiene tres partes. El Niño (la criaturita que cada uno lleva en sí), el Adulto (la parte objetiva racional de esa persona en la actualidad) y el Padre (la internalización de los pensamientos, sentimientos y actos de los padres o las figuras paternas). En la terapia de AT se llevan a cabo verdaderos diálogos entre el Niño, el Adulto y el Padre. El paciente representa los diversos papeles.
Una variación conocida como psicodrama agrega aun más papeles para abrevar, durante el proceso terapéutico. de nuestros temores y vulnerabilidades infantiles arrastrados. Por ejemplo: un alter ego (una persona que observa las palabras, las conductas y el lenguaje corporal) puede hacer comentarios, en tanto otros representan los diversos papeles de Niño, Adulto y Padre. Hay participantes múltiples que actúan simultáneamente y pueden cambiar de papeles, representar encuentros dramáticos y experimentar la intensa liberación emocional que se produce cuando se traen a la conciencia dolorosos recuerdos infantiles.
Bradshaw combinó los conceptos de AT con la teoría del desarrollo de la personalidad, de Erik Erikson. De esta manera puede señalar los problemas y adaptar su terapia a determinadas etapas infantiles en especial.
La hebra común de todas estas técnicas, así como de otros métodos que emplean el diálogo con nuestro “niño”, es la memoria y la liberación emocional de recuerdos infantiles dolorosos. En las técnicas del niño interior, que con frecuencia son efectivas y suelen aplicarse a adultos criados en familias disfuncionales, abusivas y alcohólicaso drogadictas, se efectúa el contacto con los recuerdos de infancia mientras el paciente se encuentra en estado de relajación. A veces se utilizan frases o palabras claves para focalizar la atención en ciertos puntos de la niñez, de donde surgen los recuerdos más dolorosos. A veces los traumas están en todas partes. en el machacar cotidiano del maltrato negativo y socavador de los padres u otras personas significativas. Desaprender esa programación negativa es parte vital de la terapia.
Por ejemplo: en estado de relajación se envía al adulto en busca del niño” que ha llevado en su psiquis todos esos años. Se recuerda y visualiza la casa de la infancia, sus cuartos, la familia y, por fin, al niñito. El adulto, con la mayor perspectiva y comprensión traídas por la madurez, habla con el niño, razona con él, lo abraza. promete protegerlo y lo saca del ambiente traumático para traerlo al momento actual. En cierto sentido, el niño es rescatado.
En teoría, a medida que se ensancha la perspectiva de lo que ocurrió con el niño cambian las reacciones a los traumas de la infancia. Eso se llama reescribir. Es como si se reescribiera el libreto de la vida, alterando la obra. Es de esperar que el niño interior comprenda ahora que no fue responsable de causar la conducta disfuncional de los padres y pueda ahora perdonarlos o, por lo menos, comprender los motivos por los que ellos actuaban de manera tan irracional. El adulto se Convierte en el padre amoroso de su propio niño interior.
Claro que la realidad de los hechos pasados no ha cambiado en absoluto. El único cambio se produce en las reacciones internalizadas del adulto hacia esos hechos. Puede desprenderse del dolor, liberarse del sufrimiento, curar las heridas de la infancia. La técnica puede ser poderosa. Puede ser el primer paso hacia una cura.
Pero a veces no bastan siquiera estas emotivas y Conmovedoras abreacciones de la infancia. A veces hay más de una niñez involucrada A veces las raíces del dolor están aun más atrás.
Linda es una atractiva abogada de treinta y cinco años, proveniente de una pequeña población de Pensilvania. Está divorciada de un esposo por maltrato psicológico. Linda vino a mi consultorio bien vestida, con un traje de color azul marino y una blusa de cuello abierto. No usaba más joyas que un gran anillo de diamante. Se la veía serena y dominada; proyectaba sin esfuerzo la imagen de una profesional de éxito.
Mientras se desarrollaba nuestra primera sesión y Linda relataba su historia, me sorprendió la violencia de su niñez, los rumores Volcánicos que resonaban bajo ese calmo exterior Linda no tenía recuerdos de lo vivido antes de cumplir los ocho años. Ni siquiera retenía la imagen de sus padres cuando ella era niña. Pero sí recordaba que el padre solía pegarle con los puños, con cinturones, perchas para ropa y vigas de madera. Siendo pequeña la acogotaba con frecuencia, tratándola de “ramera, basura, perra”. La madre le había dicho que las palizas comenzaron a edad muy temprana. A veces ella también participaba, golpeando a la hija y rasguñándola con las uñas. Además, Linda había sufrido repetidos abusos sexuales por parte de un tío, con el conocimiento de sus padres. Me atacaron las náuseas cuando comencé a comprender el grado de abusos que esa criatura había soportado. Aun cuando niña, Linda era tan responsable que había asumido el papel de madre sustituta ante sus hermanos menores, tratando de protegerlos para que no se los tratara de igual modo. Como resultado había sufrido lo peor del maltrato paterno. Varias veces había llegado a llamar al Departamento de Bienestar Infantil, a fin de que el Estado interviniera protegiendo a los niños menores, sin resultado alguno. Los padres negaron todas las acusaciones. Cuando se retiró la asistente social que investigaba, el padre castigó a Linda hasta dejarla casi inconsciente.
En los años de la adolescencia Linda enfermó de asma. También sufría un miedo crónico y grave a sofocarse. No toleraba usar nada alrededor del cuello: ni joyas ni bufandas; ni siquiera tricotas. Deformaba los cuellos de la ropa a fuerza de estirarlos. Nunca podía abrochar el primer botón de sus blusas.
Linda había tratado varias veces de escapar, pero no tenía adónde ir. Por fin abandonó el hogar para estudiar en la universidad; se casó a edad temprana para no tener que volver jamás a su casa.
Durante esa primera sesión comencé a tratar de desenredar los hilos de la torturada historia, pero Linda no recordaba nada anterior al cuarto grado. No era sorprendente. Una pérdida de memoria puede ser algo misericordioso, sobre todo si el pasado ha sido tan violento y abusivo. Pero Linda era infeliz; tenía miedo y una miriada de síntomas tales como pesadillas recurrentes, fobias y súbitos ataques de pánico, además de un abrumador miedo a asfixiarse y a que alguien o algo le tocara el cuello.
Comprendí que debíamos explorar su pasado.
Le di una cinta grabada para que la llevara a su casa. En una de sus partes tiene una meditación relajante; al dorso, un ejercicio de regresión, con mi voz como guía en ambos. Dije a Linda que podía escuchar a voluntad cualquiera de los lados o ambos y que me llamara si le provocaba demasiada ansiedad o emociones negativas.
Ya en su casa escuchó diariamente ambos lados de la grabación. La hacía sentir muy relajada. En realidad, cada vez que la escuchaba se quedaba dormida. Sin embargo, sus síntomas y miedos paralizantes persistían sin cambios.
Linda acudió a la segunda sesión deseosa de probar la hipnosis. Llegó pronto a un nivel de trance moderadamente profundo. La conduje de regreso a su niñez; entonces pudo recordar más detalles del cuarto grado, así como su aula y su bondadosa maestra. Por fin podía ver la cara de su padre tal como era cuando ella tenía ocho años. Comenzó a sollozar. Trabajé con el “niño interior”, indicando a Linda que enviara suyo adulto a abrazar, consolar y rescatar a la vulnerable criatura de ocho años. Ella estaba llena de miedo, alivio y gratitud; se sintió reconfortada. Trató de comprender y perdonar a su padre.
Luego empleé técnicas que había desarrollado en el curso de los años para ayudarla a desprenderse de sus miedos, a ver las cosas con la perspectiva de un adulto. Utilicé los métodos de John Bradshaw y otros que han trabajado con el vulnerable y asustado niño interior. Conversamos, razonamos, sentimos y proyectamos luz y amor; hubo repasos, llantos, análisis y síntesis; reescribimos el libreto. Por noventa minutos se prolongó la purificación de su niñez. Cuando por fin emergió del estado hipnótico. Linda se sentía algo mejor.
Volvió a cantar, algo que le gustaba y no podía hacer desde la infancia, época en que cantaba en el coro de la iglesia. Su memoria había mejorado un poco. Se sentía menos nerviosa y de mejor humor. Pero su vida aún estaba llena de miedos. continuaba teniéndole terror a la sofocación y aún no toleraba sentir nada cerca del cuello. Su asma persistía.
Teníamos que continuar trabajando.
En la tercera sesión utilicé una rápida técnica de inducción que produce un profundo nivel de hipnosis en treinta segundos. Linda se vió inmediatamente sacudida por los sollozos y comenzó arquear el cuello.
—¡Alguien me tira del pelo, echándome la cabeza atrás! —gritó—. ¡Van a guillotinarme!
Había ido directamente a una experiencia de muerte. Supuse que Linda estaba en Francia, pero ella me corrigió: se encontraba en Inglaterra. (Esto me confundió. pues suponía que la guillotina se había utilizado sólo en Francia. Esa noche investigué la cuestión y descubrí que, por un breve período. también se usó en Inglaterra, Escocia y varios otros países europeos.)
Desde su estado de trance, Linda se vio decapitar. Me dijo que en esa vida tenía una hija de cinco años, quien estaba también entre la muchedumbre, observando. Después de la decapitación pusieron la cabeza en un saco de lona y lo arrojaron al río cercano. Pasamos varias veces por la escena de muerte, aliviando la emoción en cada oportunidad. hasta que pudo decirme tranquilamente todo lo que había ocurrido. Le partía el corazón tener que abandonar a su hijita.
Pasaron algunos momentos. Vi que agitaba los párpados y movía los ojos cerrados, como si estuviera buscando algo con la vista. De pronto sollozó otra vez, agitando la cabeza de lado a lado.
— ¡Es él! ¡Es mi padre! —Comprendí que se refería a su padre en la vida actual, dato que ella me confirmó acabada la regresión.— Era mi esposo. El hizo que me ejecutaran para poder estar con otra mujer. ¡Me hizo matar!
Ahora Linda comprendía por qué, según le había dicho su madre, pareció odiar al padre desde el momento en que nació. Cada vez que él la alzaba, la pequeña lloraba a gritos hasta que la dejaba. Ahora eso tenía sentido.
Linda recordó otras dos vidas pasadas durante esa sesión. Varios siglos antes había sido una mujer italiana, en feliz matrimonio con su abuelo actual. Se vio vívidamente en el bote de la pareja. Llevaba un vestido blanco y el pelo, largo y oscuro, flotaba en la brisa. En esa vida había sido feliz, llena de amor; Linda había muerto apaciblemente a edad avanzada En su vida actual tiene una relación muy cálida y amorosa con su abuelo.
En un vistazo a una tercera vida se vio en una granja grande, con parvas de heno y un molino de viento. Era anciana y tenía una familia numerosa.
Pregunté a Linda qué necesitaba aprender de esas vidas.
—A no odiar —me respondió de inmediato, desde la elevada perspectiva de su mente supraconsciente-. Debo aprender a perdonar y a no odiar.
La energía de su odio y la del violento enojo de su padre era lo que había vuelto a unirlos en esta vida, con desastrosas consecuencias Pero ahora recordaba. Ahora se podía iniciar la curación. Linda podía comprender por qué había rechazado inmediatamente a su padre y por qué uno, recurriendo a una fuente de culpa, vergüenza y violencia, había estallado repetidas veces en un torrente de abusividad. Ahora ella podía comenzar a perdonar.
Al terminar la regresión pedí a Linda que se abrochara el primer botón de la blusa. Lo hizo sin vacilar y sin rastros de nerviosismo o miedo.
Estaba curada.
La curación había requerido de tres Sesiones. Sus síntomas no se han repetido. Hasta el asma ha desaparecido casi.
La intensa segunda sesión en la que trabajamos rescatando al niño interior fue importante y la ayudó. Pero la regresión a la vida de la guillotina resultó ser el factor curativo.
En Casos como el de Linda, el trabajo con el niño interior y la consiguiente catarsis actúan como puerta a la curación que se logra, mejor y más efectivamente, a través de la terapia de vidas pasadas. Los traumas experimentados en la niñez de la vida actual son, a veces, variaciones de traumas experimentados en otras vidas. Estas vidas previas pueden ser la verdadera fuente del dolor infantil Reexperimentar la fuente del problema puede ayudar a curar al niño interior actual.
Laura, de veinticinco años, administradora de una boutique, llegó con síntomas. Sufría de depresión intermitente y de prolongados trastornos en el comer, por los cuales asistía regularmente a grupos de apoyo y terapia, como “Obesos Anónimos”. Pero tal vez su síntoma más preocupante consistía en que no estaba segura de haber sufrido o no abusos sexuales en su infancia. No tenía recuerdos claros, ni siquiera parciales, de semejante experiencia. Se trataba, antes bien, de una sensación o de un patrón de impresiones cinestésicas que tenía a veces, sobre una persona mayor que la tocaba.
Al tomar la historia introductoria de Laura, me contó que estaba distanciada de sus padres y mantenía con ellos una fría relación. Pasaban largos períodos en los que no les hablaba en absoluto; cuando lo hacía, los tres se llenaban de nerviosismo e incomodidad, a tal punto que ella se sentía “como ahogándose”. También descubrimos un detalle de su pasado, tal vez más importante: cuando Laura trataba de recordar algo de su infancia obtenía sólo un blanco. No tenía recuerdo alguno de su infancia.
Decidimos comenzar por ese síntoma. Pero primero repasamos los recuerdos de vidas anteriores que Laura había experimentado en uno de mis seminarios, algunos meses antes, y que la decidieron a explorar más sus problemas en una terapia individual.
Durante la regresión grupal, Laura se había visto en un niño francés de trece años, que llevaba arco y flechas. Una flecha ajena se le clavó en el pecho y murió. Laura reconoció en su abuela de entonces a su madre actual. En otra vida había sido un ladronzuelo callejero de Londres En una tercera se vio como muchacha quinceañera, en la España del siglo XVI. Al entrar en la vida española la estaban atando sobre una pira para quemarla por bruja pues había curado un niño de su aldea. Laura reconoció al juez que la había condenado a muerte: era su padre actual. Esos recuerdos no lastimaron a Laura. El hecho de experimentarse eterna la hacía sentir muy libre y feliz También sentía que había esperanza para sus problemas y su depresión se alivie un poco.
Cuando Laura volvió a mi consultorio se repitió la imposibilidad de obtener recuerdos de la niñez, pero aún deseaba descubrir la raíz de su problema. Como en el seminario había tenido tanto éxito en su regresión a vidas pasadas. decidimos que era el camino más fácil para su terapia y que debíamos enfocar sus problemas nuevamente con la regresión.
Una vez más, Laura tuvo recuerdos de haber muerto a edad temprana. En esa ocasión era un muchachito de catorce años, en la Francia del siglo XM miembro de una familia acomodada. Sus padres tenían un huerto de manzanas. Trágicamente, una epidemia fatal atacó a la comunidad; el vehículo de transmisión estaba en las manzanas de su familia. Sin embargo, sus parientes no tenían la menor idea del peligro que encerraba su fruta y no se los podía culpar. Laura murió en esa epidemia. pero no antes de reconocer a sus padres de esa vida, que eran sus padres en la actualidad.
Mientras repasábamos esa vida, después de la hipnosis, surgieron lemas de enojo, amor y perdón. Laura tenía que perdonar a sus padres de esa vida, porque no la habían envenenado deliberadamente. Necesitaba desprenderse de ese enojo. En su casa, Laura había utilizado mi cinta grabada para relajación y regresión. a fin de explorar las respuestas a lo que le había ocurrido durante su infancia. Las respuestas intuitivas que obtenía eran, con frecuencia, de tipo espiritual, asegurándole que la experiencia se relacionaba con el aprendizaje del equilibrio, la moderación y la armonía. Al experimentar las vidas desequilibradas y sin moderación, se había vuelto paciente y afectuosa y su mente intuitiva le decía que esas experiencias eran, en realidad, la base de la verdadera sabiduría.
Después de esta regresión fue como si se hubiera desatascado algo. Comenzaron a aflorar los recuerdos infantiles de su vida actual; entonces quedó en claro por qué habían sido bloqueados. Sus fugaces impresiones de abuso eran acertadas. En realidad, Laura había recibido maltrato sexual por parte de su padre y su tío. Desde los dos años ambos la habían sobado y manoseado, obligándola al sexo oral. Ese abuso continuó por años. Peor aun: Laura recordaba que su madre sabía de ese abuso y no hacía nada por impedirlo.
Esos recuerdos, sobre todo el de la complicidad de su madre, acentuaron por un breve período los síntomas y los problemas de Laura. Con el correr del tiempo tuvo oportunidad de integrar esas experiencias y sensaciones en la terapia. Al hacerlo comenzó a desprenderse del enfado que le causaban esos recuerdos; entonces sus trastornos en la alimentación empezaron a mejorar rápidamente. Laura pudo también poner en perspectiva la conducta abusiva de su padre y su tío. Pudo comprender que los tormentos recibidos de su padre se iniciaban mucho antes. Aunque en esa vida pasada no había abusado específicamente de ella, la había hecho ejecutar. Por lo tanto, en esta vida podía tener una percepción borrosa de los límites habituales que existen entre padres e hijos. Sus impulsos sexuales hacia ella pueden haber sido más fuertes que si no hubieran existido vínculos previos entre los dos. Laura pudo también comprender que había vivido una serie de existencias en que las figuras paternas no pudieron protegerla de la muerte o de la pobreza; esas vidas habían sido lecciones de amor, paciencia y sabiduría.
El vínculo entre Laura y su padre en una vida pasada es típico de las relaciones turbulentas en la vida actual. Con frecuencia. el hecho de que en una vida anterior el victimario actual haya puesto en peligro o dañado a la víctima hace más probable que el victimario trasgreda, en la vida presente, los límites y tabúes del incesto. Es como si ya se hubieran debilitado las fronteras esenciales y los límites que mantienen la seguridad y el bienestar entre ambos ya han sido franqueados. Esto parece hacer más difícil para ambos el evitar caer en una nueva variante de ese antiguo patrón de abuso, dolor y abandono. Esto no significa que las víctimas del maltrato lo merezcan, lo pidan o que estén destinadas a repetir ese modelo vida tras vida. Existe siempre el libre albedrío. Una situación tan volátil puede crear condiciones muy especiales para un crecimiento emotivo y espiritual acelerado. Se pueden superar las tentaciones y aprender las lecciones.
Es llamativo que Laura no haya podido recordar nada de su infancia hasta que se estableció el contexto de vidas pasadas. Sólo después de haber logrado esa perspectiva más amplia pudo traer a la superficie los recuerdos de su dolorosa niñez actual. Sólo entonces pudo reconfortar al niño interior. La catarsis se produjo. La curación podía comenzar.
Por comparación, no fue ninguna sorpresa que Laura dejara de comer en exceso. En la actualidad continúa reduciendo lentamente de peso y ya no cae en ataques de glotonería. Su depresión ha pasado. De vez en cuando se reúne con sus padres para tratar de recomponer sus relaciones; el nerviosismo que le provocaban esos reencuentros se ha aliviado considerablemente Tras muchos años de luchar con sus síntomas y tratar de comprenderlos por otras formas de terapia. Laura halló una curación rápida y duradera.
La influencia del abuso sexual contra las niñas, en este país, es asombrosamente alta. Aproximadamente una de cada tres niñas es víctima de abusos sexuales en la niñez; lo mismo ocurre con uno de cada cinco varones. La terapia de vidas pasadas puede ser importante para el proceso de curación, pues a muchos sobrevivientes adultos les proporciona un medio rápido y seguro de develar y aclarar la experiencia; además, ofrece un marco emotivo y espiritual más amplio para procesar e integrar los recuerdos y sentimientos que se liberan durante el proceso de curación. La terapia de vidas pasadas da a las víctimas nuevos asideros para enfocar y asir sus experiencias.
En las manos de un terapeuta preparado, la terapia de vidas pasadas aplicada al abuso sexual no es peligrosa. En la situación terapéutica, ninguna víctima necesita tener miedo de reexperimentar dolorosos recuerdos reprimidos. Según mi experiencia con pacientes como Laura, al revivir recuerdos en este contexto se caracteriza por una sensación liberadora. La terapia permite a la víctima consolar al niño interior de esta vida. Mejoran muchos aspectos de la vida adulta, sobre todo las relaciones.
Un recuerdo bloqueado de abuso sexual representa un monumental desafío a nuestra capacidad de hallar gozo, satisfacción e intimidad en las relaciones adultas. Los sobrevivientes adultos tienden a protegerse contra una repetición del dolor sepultado. Esta tendencia es otra manifestación de la misma dinámica que impulsa a ciertas mujeres a protegerse simbólicamente del dolor de origen sexual aumentando de peso para disimular el atractivo físico. En el capítulo siguiente analizaremos este aspecto en más profundidad.
El doctor John Briere, investigador del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de California del Sur, dijo que una de las evaluaciones más dolorosas que ha escuchado una y otra vez de las víctimas adultas del abuso sexual infantil es saber que papá me hizo daño en su beneficio. Papá estaba dispuesto a sacrificar mis necesidades para satisfacer las suyas. El doctor Briere también observó que una víctima de maltrato sexual infantil pierde la noción de que se puede confiar en la persona cálida y afectuosa que nos cuida; es una idea que con frecuencia no se recupera jamás”. En cambio, esa realidad es remplazada por otra en la que el niño sabe que una persona “aparentemente buena es muy capaz de ser mala”. El sentido de confianza queda destrozado.
El doctor David L. Corwin, profesor de psiquiatría de la Universidad de Washington, ha observado que, con frecuencia, el abuso sexual infantil por parte del padre origina una profunda sensación de privación y de autoestima gravemente afectada. El resultado es que “esas actitudes socavan la capacidad de hacerse valer y protegerse. de sentir que se tiene derecho, como persona, a esperar y exigir que se la trate con respeto, cariño y decoro”. Las mujeres “empiezan a pensar que son malas para preservar la imagen de un padre idealizado”. Entonces la terapia puede “ayudar a la víctima del abuso infantil a ‘desaprender’ los conceptos negativos de sí misma y convertirse en sobreviviente en todo el sentido de la palabra”.
No es preciso que el abuso se produzca en la vida actual o en la niñez para influir sobre las relaciones de la vida actual.
Emily, de cuarenta y tres años, vino a mi despacho afectada de temores que ella describía como “irreales”. Tenía ataques de ansiedad y pánico, miedo al abandono y a la pérdida y aversión al sexo, sobre todo a la eyaculación. Como resultado mantenía con su esposo una relación muy problemática. Sentía miedo de ese hombre, con el que había compartido una parte tan grande de su vida. Es innecesario decir que de estos sentimientos nacían muchos de los conflictos conyugales. Fmily había perdido recientemente a su hijo adolescente, en un accidente de tránsito, y aún no superaba el duelo. También era miembro de Alcohólicos Anónimos, donde marchaba bien, sin recaidas.
Creamos situaciones y después renunciamos a nuestro poder culpando a otros de nuestras frustraciones. No hay persona, lugar ni cosa que tenga ningún poder sobre nosotros. En nuestra mente, sólo pensamos nosotros.
Poder
Adondequiera que vayas y con quienquiera que te encuentres, allí hallarás a tu propio amor esperándote.
En los últimos tiempos se ha focalizado mucha atención en la “curación del niño interior”. John Bradshaw, entre otros, ha ayudado a popularizar la técnica de lograr que un paciente retroceda en el tiempo, en estado de relajación e hipnosis ligera, para descubrir al niño herido, confundido y vulnerable que llevaba en sí al crecer. Este concepto evolucionó a partir de las técnicas psicoanalíticas. En las asociaciones libres hechas durante la terapia tradicional suele presentarse una intensa catarsis emocional de recuerdos infantiles traumáticos. Cuando los pacientes experimentan este proceso de recuerdo y liberación emocional, que los clínicos llaman abreacción, pueden producirse cambios terapéuticos y mejorías clínicas.
El análisis transacional (AT) refinó el concepto psicoanalítico de recobrar los recuerdos de la niñez reprimidos u olvidados. En Yo estoy bien, tú estás bien, el doctor Eric Bernc. padre del AT, afirmaba que ‘todo individuo fue alguna vez más joven de lo que es ahora y lleva en sí reliquias fijadas de años anteriores que se activarán en determinadas circunstancias... Coloquialmente, cada uno lleva en si a un niñito o una niñita. “Cuando el dolor de mi niñez no ha sido resuelto y emerge en el adulto, puede provocar toda una serie de síntomas, incluidas culpa, vergüenza, depresión, falta de autoestima y conductas autodestructivas. Cuando una persona exhibe una conducta infantil, tal como hacer mohines, desatar rabietas y buscar una atención excesiva, es el niño interior el que se activa. Si estos mecanismos de activación no se traen a la conciencia, la conducta de mala adaptación que el paciente sufrió cuando niño puede volverse contra sí mismo yo contra otros. Los más vulnerables son los hijos del mismo paciente. Por ejemplo: con frecuencia sucede que el padre que maltrata sufrió a su vez malos tratos cuando niño. Los terapeutas freudianos llaman a esto ‘compulsión repetitiva’.” Bradshaw la denomina “regresión espontánea en la edad”.
Según la teoría de AT, la composición psicológica de cada persona contiene tres partes. El Niño (la criaturita que cada uno lleva en sí), el Adulto (la parte objetiva racional de esa persona en la actualidad) y el Padre (la internalización de los pensamientos, sentimientos y actos de los padres o las figuras paternas). En la terapia de AT se llevan a cabo verdaderos diálogos entre el Niño, el Adulto y el Padre. El paciente representa los diversos papeles.
Una variación conocida como psicodrama agrega aun más papeles para abrevar, durante el proceso terapéutico. de nuestros temores y vulnerabilidades infantiles arrastrados. Por ejemplo: un alter ego (una persona que observa las palabras, las conductas y el lenguaje corporal) puede hacer comentarios, en tanto otros representan los diversos papeles de Niño, Adulto y Padre. Hay participantes múltiples que actúan simultáneamente y pueden cambiar de papeles, representar encuentros dramáticos y experimentar la intensa liberación emocional que se produce cuando se traen a la conciencia dolorosos recuerdos infantiles.
Bradshaw combinó los conceptos de AT con la teoría del desarrollo de la personalidad, de Erik Erikson. De esta manera puede señalar los problemas y adaptar su terapia a determinadas etapas infantiles en especial.
La hebra común de todas estas técnicas, así como de otros métodos que emplean el diálogo con nuestro “niño”, es la memoria y la liberación emocional de recuerdos infantiles dolorosos. En las técnicas del niño interior, que con frecuencia son efectivas y suelen aplicarse a adultos criados en familias disfuncionales, abusivas y alcohólicaso drogadictas, se efectúa el contacto con los recuerdos de infancia mientras el paciente se encuentra en estado de relajación. A veces se utilizan frases o palabras claves para focalizar la atención en ciertos puntos de la niñez, de donde surgen los recuerdos más dolorosos. A veces los traumas están en todas partes. en el machacar cotidiano del maltrato negativo y socavador de los padres u otras personas significativas. Desaprender esa programación negativa es parte vital de la terapia.
Por ejemplo: en estado de relajación se envía al adulto en busca del niño” que ha llevado en su psiquis todos esos años. Se recuerda y visualiza la casa de la infancia, sus cuartos, la familia y, por fin, al niñito. El adulto, con la mayor perspectiva y comprensión traídas por la madurez, habla con el niño, razona con él, lo abraza. promete protegerlo y lo saca del ambiente traumático para traerlo al momento actual. En cierto sentido, el niño es rescatado.
En teoría, a medida que se ensancha la perspectiva de lo que ocurrió con el niño cambian las reacciones a los traumas de la infancia. Eso se llama reescribir. Es como si se reescribiera el libreto de la vida, alterando la obra. Es de esperar que el niño interior comprenda ahora que no fue responsable de causar la conducta disfuncional de los padres y pueda ahora perdonarlos o, por lo menos, comprender los motivos por los que ellos actuaban de manera tan irracional. El adulto se Convierte en el padre amoroso de su propio niño interior.
Claro que la realidad de los hechos pasados no ha cambiado en absoluto. El único cambio se produce en las reacciones internalizadas del adulto hacia esos hechos. Puede desprenderse del dolor, liberarse del sufrimiento, curar las heridas de la infancia. La técnica puede ser poderosa. Puede ser el primer paso hacia una cura.
Pero a veces no bastan siquiera estas emotivas y Conmovedoras abreacciones de la infancia. A veces hay más de una niñez involucrada A veces las raíces del dolor están aun más atrás.
Linda es una atractiva abogada de treinta y cinco años, proveniente de una pequeña población de Pensilvania. Está divorciada de un esposo por maltrato psicológico. Linda vino a mi consultorio bien vestida, con un traje de color azul marino y una blusa de cuello abierto. No usaba más joyas que un gran anillo de diamante. Se la veía serena y dominada; proyectaba sin esfuerzo la imagen de una profesional de éxito.
Mientras se desarrollaba nuestra primera sesión y Linda relataba su historia, me sorprendió la violencia de su niñez, los rumores Volcánicos que resonaban bajo ese calmo exterior Linda no tenía recuerdos de lo vivido antes de cumplir los ocho años. Ni siquiera retenía la imagen de sus padres cuando ella era niña. Pero sí recordaba que el padre solía pegarle con los puños, con cinturones, perchas para ropa y vigas de madera. Siendo pequeña la acogotaba con frecuencia, tratándola de “ramera, basura, perra”. La madre le había dicho que las palizas comenzaron a edad muy temprana. A veces ella también participaba, golpeando a la hija y rasguñándola con las uñas. Además, Linda había sufrido repetidos abusos sexuales por parte de un tío, con el conocimiento de sus padres. Me atacaron las náuseas cuando comencé a comprender el grado de abusos que esa criatura había soportado. Aun cuando niña, Linda era tan responsable que había asumido el papel de madre sustituta ante sus hermanos menores, tratando de protegerlos para que no se los tratara de igual modo. Como resultado había sufrido lo peor del maltrato paterno. Varias veces había llegado a llamar al Departamento de Bienestar Infantil, a fin de que el Estado interviniera protegiendo a los niños menores, sin resultado alguno. Los padres negaron todas las acusaciones. Cuando se retiró la asistente social que investigaba, el padre castigó a Linda hasta dejarla casi inconsciente.
En los años de la adolescencia Linda enfermó de asma. También sufría un miedo crónico y grave a sofocarse. No toleraba usar nada alrededor del cuello: ni joyas ni bufandas; ni siquiera tricotas. Deformaba los cuellos de la ropa a fuerza de estirarlos. Nunca podía abrochar el primer botón de sus blusas.
Linda había tratado varias veces de escapar, pero no tenía adónde ir. Por fin abandonó el hogar para estudiar en la universidad; se casó a edad temprana para no tener que volver jamás a su casa.
Durante esa primera sesión comencé a tratar de desenredar los hilos de la torturada historia, pero Linda no recordaba nada anterior al cuarto grado. No era sorprendente. Una pérdida de memoria puede ser algo misericordioso, sobre todo si el pasado ha sido tan violento y abusivo. Pero Linda era infeliz; tenía miedo y una miriada de síntomas tales como pesadillas recurrentes, fobias y súbitos ataques de pánico, además de un abrumador miedo a asfixiarse y a que alguien o algo le tocara el cuello.
Comprendí que debíamos explorar su pasado.
Le di una cinta grabada para que la llevara a su casa. En una de sus partes tiene una meditación relajante; al dorso, un ejercicio de regresión, con mi voz como guía en ambos. Dije a Linda que podía escuchar a voluntad cualquiera de los lados o ambos y que me llamara si le provocaba demasiada ansiedad o emociones negativas.
Ya en su casa escuchó diariamente ambos lados de la grabación. La hacía sentir muy relajada. En realidad, cada vez que la escuchaba se quedaba dormida. Sin embargo, sus síntomas y miedos paralizantes persistían sin cambios.
Linda acudió a la segunda sesión deseosa de probar la hipnosis. Llegó pronto a un nivel de trance moderadamente profundo. La conduje de regreso a su niñez; entonces pudo recordar más detalles del cuarto grado, así como su aula y su bondadosa maestra. Por fin podía ver la cara de su padre tal como era cuando ella tenía ocho años. Comenzó a sollozar. Trabajé con el “niño interior”, indicando a Linda que enviara suyo adulto a abrazar, consolar y rescatar a la vulnerable criatura de ocho años. Ella estaba llena de miedo, alivio y gratitud; se sintió reconfortada. Trató de comprender y perdonar a su padre.
Luego empleé técnicas que había desarrollado en el curso de los años para ayudarla a desprenderse de sus miedos, a ver las cosas con la perspectiva de un adulto. Utilicé los métodos de John Bradshaw y otros que han trabajado con el vulnerable y asustado niño interior. Conversamos, razonamos, sentimos y proyectamos luz y amor; hubo repasos, llantos, análisis y síntesis; reescribimos el libreto. Por noventa minutos se prolongó la purificación de su niñez. Cuando por fin emergió del estado hipnótico. Linda se sentía algo mejor.
Volvió a cantar, algo que le gustaba y no podía hacer desde la infancia, época en que cantaba en el coro de la iglesia. Su memoria había mejorado un poco. Se sentía menos nerviosa y de mejor humor. Pero su vida aún estaba llena de miedos. continuaba teniéndole terror a la sofocación y aún no toleraba sentir nada cerca del cuello. Su asma persistía.
Teníamos que continuar trabajando.
En la tercera sesión utilicé una rápida técnica de inducción que produce un profundo nivel de hipnosis en treinta segundos. Linda se vió inmediatamente sacudida por los sollozos y comenzó arquear el cuello.
—¡Alguien me tira del pelo, echándome la cabeza atrás! —gritó—. ¡Van a guillotinarme!
Había ido directamente a una experiencia de muerte. Supuse que Linda estaba en Francia, pero ella me corrigió: se encontraba en Inglaterra. (Esto me confundió. pues suponía que la guillotina se había utilizado sólo en Francia. Esa noche investigué la cuestión y descubrí que, por un breve período. también se usó en Inglaterra, Escocia y varios otros países europeos.)
Desde su estado de trance, Linda se vio decapitar. Me dijo que en esa vida tenía una hija de cinco años, quien estaba también entre la muchedumbre, observando. Después de la decapitación pusieron la cabeza en un saco de lona y lo arrojaron al río cercano. Pasamos varias veces por la escena de muerte, aliviando la emoción en cada oportunidad. hasta que pudo decirme tranquilamente todo lo que había ocurrido. Le partía el corazón tener que abandonar a su hijita.
Pasaron algunos momentos. Vi que agitaba los párpados y movía los ojos cerrados, como si estuviera buscando algo con la vista. De pronto sollozó otra vez, agitando la cabeza de lado a lado.
— ¡Es él! ¡Es mi padre! —Comprendí que se refería a su padre en la vida actual, dato que ella me confirmó acabada la regresión.— Era mi esposo. El hizo que me ejecutaran para poder estar con otra mujer. ¡Me hizo matar!
Ahora Linda comprendía por qué, según le había dicho su madre, pareció odiar al padre desde el momento en que nació. Cada vez que él la alzaba, la pequeña lloraba a gritos hasta que la dejaba. Ahora eso tenía sentido.
Linda recordó otras dos vidas pasadas durante esa sesión. Varios siglos antes había sido una mujer italiana, en feliz matrimonio con su abuelo actual. Se vio vívidamente en el bote de la pareja. Llevaba un vestido blanco y el pelo, largo y oscuro, flotaba en la brisa. En esa vida había sido feliz, llena de amor; Linda había muerto apaciblemente a edad avanzada En su vida actual tiene una relación muy cálida y amorosa con su abuelo.
En un vistazo a una tercera vida se vio en una granja grande, con parvas de heno y un molino de viento. Era anciana y tenía una familia numerosa.
Pregunté a Linda qué necesitaba aprender de esas vidas.
—A no odiar —me respondió de inmediato, desde la elevada perspectiva de su mente supraconsciente-. Debo aprender a perdonar y a no odiar.
La energía de su odio y la del violento enojo de su padre era lo que había vuelto a unirlos en esta vida, con desastrosas consecuencias Pero ahora recordaba. Ahora se podía iniciar la curación. Linda podía comprender por qué había rechazado inmediatamente a su padre y por qué uno, recurriendo a una fuente de culpa, vergüenza y violencia, había estallado repetidas veces en un torrente de abusividad. Ahora ella podía comenzar a perdonar.
Al terminar la regresión pedí a Linda que se abrochara el primer botón de la blusa. Lo hizo sin vacilar y sin rastros de nerviosismo o miedo.
Estaba curada.
La curación había requerido de tres Sesiones. Sus síntomas no se han repetido. Hasta el asma ha desaparecido casi.
La intensa segunda sesión en la que trabajamos rescatando al niño interior fue importante y la ayudó. Pero la regresión a la vida de la guillotina resultó ser el factor curativo.
En Casos como el de Linda, el trabajo con el niño interior y la consiguiente catarsis actúan como puerta a la curación que se logra, mejor y más efectivamente, a través de la terapia de vidas pasadas. Los traumas experimentados en la niñez de la vida actual son, a veces, variaciones de traumas experimentados en otras vidas. Estas vidas previas pueden ser la verdadera fuente del dolor infantil Reexperimentar la fuente del problema puede ayudar a curar al niño interior actual.
Laura, de veinticinco años, administradora de una boutique, llegó con síntomas. Sufría de depresión intermitente y de prolongados trastornos en el comer, por los cuales asistía regularmente a grupos de apoyo y terapia, como “Obesos Anónimos”. Pero tal vez su síntoma más preocupante consistía en que no estaba segura de haber sufrido o no abusos sexuales en su infancia. No tenía recuerdos claros, ni siquiera parciales, de semejante experiencia. Se trataba, antes bien, de una sensación o de un patrón de impresiones cinestésicas que tenía a veces, sobre una persona mayor que la tocaba.
Al tomar la historia introductoria de Laura, me contó que estaba distanciada de sus padres y mantenía con ellos una fría relación. Pasaban largos períodos en los que no les hablaba en absoluto; cuando lo hacía, los tres se llenaban de nerviosismo e incomodidad, a tal punto que ella se sentía “como ahogándose”. También descubrimos un detalle de su pasado, tal vez más importante: cuando Laura trataba de recordar algo de su infancia obtenía sólo un blanco. No tenía recuerdo alguno de su infancia.
Decidimos comenzar por ese síntoma. Pero primero repasamos los recuerdos de vidas anteriores que Laura había experimentado en uno de mis seminarios, algunos meses antes, y que la decidieron a explorar más sus problemas en una terapia individual.
Durante la regresión grupal, Laura se había visto en un niño francés de trece años, que llevaba arco y flechas. Una flecha ajena se le clavó en el pecho y murió. Laura reconoció en su abuela de entonces a su madre actual. En otra vida había sido un ladronzuelo callejero de Londres En una tercera se vio como muchacha quinceañera, en la España del siglo XVI. Al entrar en la vida española la estaban atando sobre una pira para quemarla por bruja pues había curado un niño de su aldea. Laura reconoció al juez que la había condenado a muerte: era su padre actual. Esos recuerdos no lastimaron a Laura. El hecho de experimentarse eterna la hacía sentir muy libre y feliz También sentía que había esperanza para sus problemas y su depresión se alivie un poco.
Cuando Laura volvió a mi consultorio se repitió la imposibilidad de obtener recuerdos de la niñez, pero aún deseaba descubrir la raíz de su problema. Como en el seminario había tenido tanto éxito en su regresión a vidas pasadas. decidimos que era el camino más fácil para su terapia y que debíamos enfocar sus problemas nuevamente con la regresión.
Una vez más, Laura tuvo recuerdos de haber muerto a edad temprana. En esa ocasión era un muchachito de catorce años, en la Francia del siglo XM miembro de una familia acomodada. Sus padres tenían un huerto de manzanas. Trágicamente, una epidemia fatal atacó a la comunidad; el vehículo de transmisión estaba en las manzanas de su familia. Sin embargo, sus parientes no tenían la menor idea del peligro que encerraba su fruta y no se los podía culpar. Laura murió en esa epidemia. pero no antes de reconocer a sus padres de esa vida, que eran sus padres en la actualidad.
Mientras repasábamos esa vida, después de la hipnosis, surgieron lemas de enojo, amor y perdón. Laura tenía que perdonar a sus padres de esa vida, porque no la habían envenenado deliberadamente. Necesitaba desprenderse de ese enojo. En su casa, Laura había utilizado mi cinta grabada para relajación y regresión. a fin de explorar las respuestas a lo que le había ocurrido durante su infancia. Las respuestas intuitivas que obtenía eran, con frecuencia, de tipo espiritual, asegurándole que la experiencia se relacionaba con el aprendizaje del equilibrio, la moderación y la armonía. Al experimentar las vidas desequilibradas y sin moderación, se había vuelto paciente y afectuosa y su mente intuitiva le decía que esas experiencias eran, en realidad, la base de la verdadera sabiduría.
Después de esta regresión fue como si se hubiera desatascado algo. Comenzaron a aflorar los recuerdos infantiles de su vida actual; entonces quedó en claro por qué habían sido bloqueados. Sus fugaces impresiones de abuso eran acertadas. En realidad, Laura había recibido maltrato sexual por parte de su padre y su tío. Desde los dos años ambos la habían sobado y manoseado, obligándola al sexo oral. Ese abuso continuó por años. Peor aun: Laura recordaba que su madre sabía de ese abuso y no hacía nada por impedirlo.
Esos recuerdos, sobre todo el de la complicidad de su madre, acentuaron por un breve período los síntomas y los problemas de Laura. Con el correr del tiempo tuvo oportunidad de integrar esas experiencias y sensaciones en la terapia. Al hacerlo comenzó a desprenderse del enfado que le causaban esos recuerdos; entonces sus trastornos en la alimentación empezaron a mejorar rápidamente. Laura pudo también poner en perspectiva la conducta abusiva de su padre y su tío. Pudo comprender que los tormentos recibidos de su padre se iniciaban mucho antes. Aunque en esa vida pasada no había abusado específicamente de ella, la había hecho ejecutar. Por lo tanto, en esta vida podía tener una percepción borrosa de los límites habituales que existen entre padres e hijos. Sus impulsos sexuales hacia ella pueden haber sido más fuertes que si no hubieran existido vínculos previos entre los dos. Laura pudo también comprender que había vivido una serie de existencias en que las figuras paternas no pudieron protegerla de la muerte o de la pobreza; esas vidas habían sido lecciones de amor, paciencia y sabiduría.
El vínculo entre Laura y su padre en una vida pasada es típico de las relaciones turbulentas en la vida actual. Con frecuencia. el hecho de que en una vida anterior el victimario actual haya puesto en peligro o dañado a la víctima hace más probable que el victimario trasgreda, en la vida presente, los límites y tabúes del incesto. Es como si ya se hubieran debilitado las fronteras esenciales y los límites que mantienen la seguridad y el bienestar entre ambos ya han sido franqueados. Esto parece hacer más difícil para ambos el evitar caer en una nueva variante de ese antiguo patrón de abuso, dolor y abandono. Esto no significa que las víctimas del maltrato lo merezcan, lo pidan o que estén destinadas a repetir ese modelo vida tras vida. Existe siempre el libre albedrío. Una situación tan volátil puede crear condiciones muy especiales para un crecimiento emotivo y espiritual acelerado. Se pueden superar las tentaciones y aprender las lecciones.
Es llamativo que Laura no haya podido recordar nada de su infancia hasta que se estableció el contexto de vidas pasadas. Sólo después de haber logrado esa perspectiva más amplia pudo traer a la superficie los recuerdos de su dolorosa niñez actual. Sólo entonces pudo reconfortar al niño interior. La catarsis se produjo. La curación podía comenzar.
Por comparación, no fue ninguna sorpresa que Laura dejara de comer en exceso. En la actualidad continúa reduciendo lentamente de peso y ya no cae en ataques de glotonería. Su depresión ha pasado. De vez en cuando se reúne con sus padres para tratar de recomponer sus relaciones; el nerviosismo que le provocaban esos reencuentros se ha aliviado considerablemente Tras muchos años de luchar con sus síntomas y tratar de comprenderlos por otras formas de terapia. Laura halló una curación rápida y duradera.
La influencia del abuso sexual contra las niñas, en este país, es asombrosamente alta. Aproximadamente una de cada tres niñas es víctima de abusos sexuales en la niñez; lo mismo ocurre con uno de cada cinco varones. La terapia de vidas pasadas puede ser importante para el proceso de curación, pues a muchos sobrevivientes adultos les proporciona un medio rápido y seguro de develar y aclarar la experiencia; además, ofrece un marco emotivo y espiritual más amplio para procesar e integrar los recuerdos y sentimientos que se liberan durante el proceso de curación. La terapia de vidas pasadas da a las víctimas nuevos asideros para enfocar y asir sus experiencias.
En las manos de un terapeuta preparado, la terapia de vidas pasadas aplicada al abuso sexual no es peligrosa. En la situación terapéutica, ninguna víctima necesita tener miedo de reexperimentar dolorosos recuerdos reprimidos. Según mi experiencia con pacientes como Laura, al revivir recuerdos en este contexto se caracteriza por una sensación liberadora. La terapia permite a la víctima consolar al niño interior de esta vida. Mejoran muchos aspectos de la vida adulta, sobre todo las relaciones.
Un recuerdo bloqueado de abuso sexual representa un monumental desafío a nuestra capacidad de hallar gozo, satisfacción e intimidad en las relaciones adultas. Los sobrevivientes adultos tienden a protegerse contra una repetición del dolor sepultado. Esta tendencia es otra manifestación de la misma dinámica que impulsa a ciertas mujeres a protegerse simbólicamente del dolor de origen sexual aumentando de peso para disimular el atractivo físico. En el capítulo siguiente analizaremos este aspecto en más profundidad.
El doctor John Briere, investigador del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de California del Sur, dijo que una de las evaluaciones más dolorosas que ha escuchado una y otra vez de las víctimas adultas del abuso sexual infantil es saber que papá me hizo daño en su beneficio. Papá estaba dispuesto a sacrificar mis necesidades para satisfacer las suyas. El doctor Briere también observó que una víctima de maltrato sexual infantil pierde la noción de que se puede confiar en la persona cálida y afectuosa que nos cuida; es una idea que con frecuencia no se recupera jamás”. En cambio, esa realidad es remplazada por otra en la que el niño sabe que una persona “aparentemente buena es muy capaz de ser mala”. El sentido de confianza queda destrozado.
El doctor David L. Corwin, profesor de psiquiatría de la Universidad de Washington, ha observado que, con frecuencia, el abuso sexual infantil por parte del padre origina una profunda sensación de privación y de autoestima gravemente afectada. El resultado es que “esas actitudes socavan la capacidad de hacerse valer y protegerse. de sentir que se tiene derecho, como persona, a esperar y exigir que se la trate con respeto, cariño y decoro”. Las mujeres “empiezan a pensar que son malas para preservar la imagen de un padre idealizado”. Entonces la terapia puede “ayudar a la víctima del abuso infantil a ‘desaprender’ los conceptos negativos de sí misma y convertirse en sobreviviente en todo el sentido de la palabra”.
No es preciso que el abuso se produzca en la vida actual o en la niñez para influir sobre las relaciones de la vida actual.
Emily, de cuarenta y tres años, vino a mi despacho afectada de temores que ella describía como “irreales”. Tenía ataques de ansiedad y pánico, miedo al abandono y a la pérdida y aversión al sexo, sobre todo a la eyaculación. Como resultado mantenía con su esposo una relación muy problemática. Sentía miedo de ese hombre, con el que había compartido una parte tan grande de su vida. Es innecesario decir que de estos sentimientos nacían muchos de los conflictos conyugales. Fmily había perdido recientemente a su hijo adolescente, en un accidente de tránsito, y aún no superaba el duelo. También era miembro de Alcohólicos Anónimos, donde marchaba bien, sin recaidas.
Creamos situaciones y después renunciamos a nuestro poder culpando a otros de nuestras frustraciones. No hay persona, lugar ni cosa que tenga ningún poder sobre nosotros. En nuestra mente, sólo pensamos nosotros.
Poder
Adondequiera que vayas y con quienquiera que te encuentres, allí hallarás a tu propio amor esperándote.
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