EL CLIMA

jueves, 4 de febrero de 2010

Sobre las cirugias













Hace algunos meses estuve trabajando en un proyecto sobre bienestar femenino. Los directores contrataron a varias mujeres de distintas profesiones y nos colocaron en grupos de tres. A mí me tocó con una mercadóloga y una cosmetóloga. Empezamos trabajando muy tranquilas sobre el tema de la alimentación y el ejercicio, pero cuando llegamos al tema de la belleza y tocó el turno de la cirugía estética, la cosa se puso interesante.
La cosmetóloga comenzó a hablar sobre las maravillas de la liposucción, el botox, los implantes de seno y de cabello, así como de otras técnicas: “Seamos realistas, muchachas. No hay mujeres feas, sólo maridos pobres. La que es linda, es linda. La que no es linda, tiene lana y se opera, y la que no, se chinga. Yo creo que TODAS, sin excepción, podríamos ser más felices si pudiéramos pagar un buen cirujano.” Yo me pregunté si mi déficit de “felicidad” estaba en no tener la nariz de Victoria Beckham o la voluptuosidad de Pamela Anderson. Y no, mis carencias son de otra índole. Luego pensé en mis amigas y en mis conocidas; ninguna está buenérrima pero tampoco están pensando en que serían más felices si les dieran una pasadita de bisturí. Por lo tanto, las aseveraciones de la cosmetóloga me parecieron un poco exageradas y comencé a rebatir el punto: “Para empezar, la belleza es una cuestión subjetiva; el ideal estético de cada cultura va cambiando con los años. Hoy en día los parámetros son dictados por los medios de comunicación, pero uno puede o no alinearse a ellos. Estoy segura que meterse cuchillo o botox tiene ver con algo más complejo que ‘la felicidad’.” La chica mercadóloga entró al quite, hizo algunas búsquedas en internet, abrió varios archivos en su computadora y comenzó a mostrarnos la información: “Si quieren estadísticas, México ocupa el segundo país del mundo en cirugía plástica, el primero lo ocupa Estados Unidos. En las técnicas que no usan bisturí varía mucho el lugar que ocupa cada país, pero el mercado Latinoamericanos casi siempre se encuentra entre los primeros diez.” He ahí la realidad dura y pura. La pregunta era entonces quiénes recurrían a ello, a qué edad y por qué. Resulta que la mayoría de estas intervenciones se realizan después de los 40 años, pero en el caso de los implantes mamarios y la rinoplastia, las chicas comienzan a practicárselo alrededor de los veinte años. La discusión nos llevó a explorar el nivel socioeconómico de las mujeres que recurren a los implantes, la liposucción, las inyecciones de botox y las “restiradas”. Nuestra cosmetóloga nos dijo que en su experiencia como asistente en una clínica de belleza, casi todas las pacientes eran de nivel socioeconómico alto, las de nivel medio o bajo eran pocas. (Y no sólo recibía a mujeres, también los hombres de alto nivel económico o puestos importantes a nivel corporativo recurrían a implantes de cabello, operación de párpado y de ojeras.) ¿Y cuáles son las razones que llevan a las mujeres a tomar la decisión de intervenirse? Las razones de cada mujer están determinadas, salvo algunas excepciones, por las presiones de su entorno social. Entonces vino a mi cabeza algo que viví de cerca hace algunos años, cuando era adjunta de una maestra en un par de universidades privadas donde población de estudiantes era de nivel socioeconómico alto. En ese contexto, lo raro era que las chicas no se operaran la nariz, se arreglaran los dientes o se aumentaran el busto. A inicio de semestre llegaban estrenando escote, sonrisa o nariz, y las que no lo hacían o no lo tenían entre sus proyectos eran mal vistas. Nada para asustarse, esto no es nuevo. En todas las épocas y culturas las modificaciones físicas más radicales han correspondido a un ideal de distinción o estatus. Por ejemplo, entre los mayas recurrían al estrabismo o a la deformación craneal. Y qué hay de las llamadas “mujeres jirafa” que se colocan anillos en el cuello para alargarlo de por vida, o de las tribus de África donde llevar los senos caídos hasta la cintura es un símbolo de belleza. Pero existen otras razones que nada tienen que ver con el estatus. Ahí están los accidentes, las deformaciones congénitas y los traumas que los amiguitos de la primaria nos dejaron tatuados en lo más profundo del autoestima. “Esas son poderosas razones para muchas personas, sobre todo de nivel socioeconómico medio y bajo”, dijo la cosmetóloga. “Llegan con el autoestima hasta el suelo y todos sus ahorros en la mano, pero cuando vuelven para sus revisiones postoperatorias, su actitud ha cambiado mucho. Hay gente a la que una cirugía le cambia la vida.” Pero también hay gente a la que se la destruye, porque hoy en día abundan charlatanes que prometen dejar a los pacientes como ídolos de película, pero olvidan aclararles que hay una sutil diferencia entre los ídolos de Notting Hill y los personajes del Laberinto del Fauno. Hay ciertos tratamientos u operaciones que no son reversibles; antes de recurrir a ellos habría que reflexionar si estamos preparados para asumir ese cambio de manera sana. Ante cualquier dilema, asesorarse con un buen terapeuta o un psicólogo es fundamental; su objetivo no es hacerte desistir o impulsarte a que te operes, simplemente te guiará para sentirte segura y ayudarte a tomar tus propias decisiones. Sobre las implicaciones médicas del asunto, bueno, hasta sobra decirlo: siempre hay que pedir varias opiniones y nunca, pero nunca arriesgarse.

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